Durante la era prehispánica, los pobladores de Tenochtitlan se organizaron políticamente de manera que las familias estuvieran divididas en capullis, o clanes, que gozaban de cierta autonomía: poseían tierras y adoraban a divinidades propias, pero se regían bajo un mismo sistema económico, regido por el cacao en Mesoamérica.
En términos comerciales, la sociedad se organizó de forma que el mercado de Tlatelolco fuese el lugar de intercambio más importante del Imperio Mexica. Especias, animales, productos de cerámica y una amplia variedad de frutos se ofrecían en este espacio, regido por principios jurídicos comunes entre la clase de mercaderes.
El tipo de cambio que se utilizó en toda la extensión del Imperio Mexica fue el cacao: un fruto mesoamericano que fue nombrado por su coloración rojiza (ya que cac, en náhuatl, quiere decir rojo).
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De acuerdo con la mesoamericanista francesa Jacqueline de Durand-Forest, el cacao es un árbol de tamaño mediano que produce almendras gruesas. Durante la época precolombina, este fruto mesoamericano cumplió una función ceremonial y económica, por el valor que tenía entre los territorios dominados por los mexicas.
Este fruto sólo podía ser cultivado por trabajadores experimentados, que conocían de cerca sus signos de maduración para alargar la vida productiva de la planta. En el mejor de los casos, podría extenderse hasta dos décadas. En la época, el cacao fue tan valioso por la diversidad de usos que los mexicas le daban: a la par de fungir como la bebida y alimento típico del Imperio, fue utilizado para aliviar ciertos malestares desde la herbolaria tradicional.
Sin embargo, el uso más importante estaba relacionado con la función ritual que se le atribuyó a la planta. De entre los cuatro tipos de semillas de cacao, el chocolatl era la mejor, y sólo podía ser utilizada por las élites en el poder. Se utilizó en las ceremonias de coronación de múltiples dirigentes políticos (o tlatoanis), como una bebida divina.
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La arqueóloga estadounidense Frances Berdan se especializó en el estudio de los mexicas. En su artículo para la revista de divulgación Arqueología Mexicana, señala que, incluso después de caído el Imperio Mexica, el cacao siguió cumpliendo su función como una moneda valiosa en Nueva España:
“Las formas indígenas de dinero continuaron como medio de intercambio en el periodo colonial español, y según parece el dinero español y las monedas nativas (sobre todo el cacao) funcionaron juntos en un solo sistema monetario integrado”.
Cuando los españoles llegaron al Nuevo Continente en su campaña colonizadora, descubrieron la variedad de usos que los pueblos locales le daban al cacao. Más tarde se enteraron de las enormes cualidades de este cultivo, que empezaron a exportar a África, donde floreció por el calor del trópico.
No fue hasta que alcanzó a Europa que la bebida del cacao se hizo dulce: a diferencia de la preparación mexica (en la que se compensaba el sabor amargo con chile), los europeos le agregaron azúcar por primera vez. Este éxito del siglo XVII se extiende hasta nuestros días, que consumimos el chocolate más como un dulce sólido que como una bebida picante.
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