Mientras los seres humanos que habitaban Stonehenge combatían parásitos en pedazos de carne mal cocinada, otros pobladores de Europa en el Neolítico se enfrentaban a hambruna y enfermedades. Hace 5 mil años, según un estudio publicado recientemente en Nature, nuestra especie tuvo que adaptarse genéticamente para desarrollar más defensas y tener un menú más amplio —que no les hiciera daño.
Alrededor del mismo tiempo, explican los biólogos evolutivos, los seres humanos desarrollamos una defensa natural contra la intolerancia a la lactosa. Según los autores, una mutación en el ADN de los europeos primitivos propulsó que fuéramos más aptos para consumir leche de otros animales.
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De manera natural, las crías de cada especie están protegidas para tomar leche de sus madres. En los mamíferos, específicamente, éste es el primer alimento que los animales reciben. Incluidos los seres humanos. Los investigadores de Universidad de Bristol (Reino Unido) descubrieron que, antes del Neolítico, era muy probable que los homínidos sufrieran las consecuencias de tomar leche de otras especies.
Ardor, diarrea, cólicos molestos y flatulencias poderosas estaban entre los síntomas principales, escriben los autores en un comunicado. Incluso en la actualidad, estos malestares se presentan en aquellas personas que padecen intolerancia a la lactosa. Así como los homínidos primitivos, quienes sufren de esta condición carecen de la enzima que ayuda a procesar la leche en el tracto digestivo humano.
Según los científicos de Bristol, la explotación lechera en Europa desde hace 9 mil años ha dejado restos de grasa en más de 550 sitios arqueológicos. Lo que propulsó este cambio genético a nivel metabólico fue la falta de alimentos a la que algunos grupos prehistóricos se enfrentaron.
Sin más recursos para alimentarse, se vieron forzados a extraer leche de otras especies —incluso a pesar de que no les sentara bien al inicio. Este proceso de adaptación metabólica seguramente se consolidó en el Neolítico:
«El uso de la leche en Europa estuvo muy extendido desde el Neolítico en adelante, pero varió espacial y temporalmente en intensidad», escriben los autores en el estudio.
Una vez que este proceso se disparó, explica el equipo de científicos británicos, la frecuencia de intolerancia a la lactosa bajó dramáticamente. De manera paralela, este estudio ayuda a entender cómo fue la domesticación de algunas especies de ganado: no sólo para el consumo de su carne, sino también, para la producción primigenia de productos lácteos.
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