Acurrucada entre los edificios en la Isla de la Cité, en el corazón de París, está el lugar que Luis IX de Francia dedicaría para la preservación de una de las reliquias más buscadas de cristiandad. Como decreto real, esta capilla albergaría para siempre la Corona de Espinas de Cristo, de manera que ningún otro reino de fe cristiana pudiera importunar su conservación.
Por ello, el monarca francés congregó a sus mejores arquitectos y matemáticos para erigir una estructura que impusiera respeto. Por fuera, tendría la vista de un caparazón de cantera, rematado con una aguja similar a la de Notre Dame de París. Al interior, la intención sería que el visitante se sintiera en un plano más elevado de consciencia, similar al reino de los cielos. Así nació la Sainte-Chapelle.
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El estilo gótico se caracteriza por sus formas alargadas, en forma de gota. De hecho, de ahí viene el nombre: de estructuras que parecen elevarse hasta el infinito y que, de alguna manera, se convierten en vitrales, bóvedas, querubines sombríos que se asoman desde los rincones en las iglesias.
Específicamente en el caso de la Sainte-Chapelle de París, se apostó por un espacio que utilizara la luz solar para pintar las paredes de tonos morados y azules con el reflejo de los vitrales. Estos, a su vez, representarían 1113 relatos bíblicos repartidos en 15 ventanas, de acuerdo con el portal oficial del recinto. No sólo eso: en el techo, que simula la estructura ósea de una caja torácica, está decorado con estrellas doradas —como si verdaderamente se estuviera ingresando al Reino Celestial.
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La construcción de la capilla empezó en 1241, cuando las huestes francesas trajeron desde Constantinopla la que, pensaban, era la Corona de Espinas original. Esta reliquia fue la que Jesucristo llevó en la cabeza al momento de morir crucificado, a manera de una burla que le hicieron los soldados romanos: si él era verdaderamente el Rey de los Judíos, debería de estar coronado como tal.
En lugar de estar hecha de oro y piedras preciosas, la Corona de Espinas de Jesús estaba hecha de ramas entrelazadas en una circunferencia. Como el Mesías de la cristiandad, estos emblemas de su sufrimiento y posterior muerte eran fundamentales para la creación de influencia en la Edad Media: si tal ciudad tenía los huesos de algún santo, era porque seguramente tenía poder.
Cuenta la leyenda que, al recuperar las reliquias que las huestes de cruzados trajeron desde Constantinopla, Luis IX caminó descalzo hasta su propia capilla privada. Así lo hizo porque, en la tradición judeocristiana, éste es el protocolo para ingresar en los espacios más sagrados que existen.
Con la Corona de Espinas entre manos, la depositó en la forma provisional en la capilla de san Nicolás de su palacio. Ahí permanecieron hasta que, pocos años más tarde, se terminó la construcción de la Sainte-Chapelle. Hasta ahora, se asume que la reliquia sigue ahí.
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En ese contexto, París no podía escatimar en sus esfuerzos por conseguir reliquias sagradas. Mucho menos de este peso histórico, político y religioso. En Roma, por ejemplo, se asume que se guardan pedazos de la Cruz original. Por ello, la capital francesa tenía que tener algo así bajo su cuidado. Cuando lo consiguieron, erigieron el recinto que se considera la joya de la corriente arquitectónica gótica-resplandeciente.
La capilla se divide en dos:
La premura por construir este espacio fue tal, que se llevó acabo en apenas 7 años. En el medioevo, la Sainte-Chapelle se consagró como la morada oficial de la Corona de Espinas.
«Construida en un tiempo récord de 7 años», asegura el portal oficial del recinto, «la Sainte-Chapelle alberga las reliquias más preciadas de la cristiandad, como la Corona de espinas de Jesucristo.»
Aunque la capilla afirme, incluso 7 siglos después de su construcción, que resguarda la Corona de Espinas, es poco probable que un artículo hecho 100 % de materia orgánica. Más aún si tiene alrededor de 2 mil años de antigüedad. Cuando se les cuestiona a las autoridades al respecto, aseguran que los objetos que entraron en contacto con algún ser sagrado se mantienen exactamente como fueron en ese momento por la eternidad.
Lo curioso es que, hoy en día, la Corona de Espinas ya ni siquiera tiene espinas.
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