Hay belleza en las cosas rotas. Desde la solemnidad del mármol blanco, uno de los mejores ejemplos de ello es la Venus de Milo: la mítica escultura griega de una mujer semidesnuda, sin brazos. Encontrada en 1820 por un granjero en Melos, una isla griega en el mar Egeo, estaba completamente hecha trizas.
Sin embargo, una campaña de exploración francesa logró reconstruir sus fragmentos. Incluso, se encontraron piezas que podrían corresponder a sus brazos originales. Sin embargo, se descartaron por no considerarse originales. Con al menos 2 mil años de antigüedad, la pieza sigue generando debate con respecto a su identidad real. Esto es lo que sabemos.
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La Venus de Milo se considera una las esculturas más representativas del periodo helenístico en Grecia (323 a.C. a 31 d.C.). Este movimiento en la historia del arte antiguo se celebra por «su naturalismo sin precedentes«, escribe My Modern MET, enfocado en la piedra y el mármol como medios principales de expresión artística.
Originalmente, la estatua se encontró en una isla griega, de la que heredó su nombre. En una campaña de exploración financiada por la corona francesa, «el marqués de Rivière, entonces embajador de Francia en Grecia, la adquirió casi de inmediato y se la regaló al rey Luis XVIII«, documenta el Museo del Louvre en París. Actualmente, ésa es su residencia permanente.
Se asume que la Venus de Milo fue esculpida por Alejandro de Antioquía, uno de los escultores helenos más afamados, hacia finales del siglo II a.C. Al estilo típico de esta corriente, está casi desnuda con una tela que parece mojada, y sugiere la silueta de sus muslos y pubis.
Se piensa que la escultura viene de dos bloques de mármol, de los cuales resultó una pieza de más de 2 metros de altura. La figura está posando en la clásica forma serpentinata, que coloca al cuerpo en forma de ‘S’. Lo más probable es que, antiguamente, fuera adornada con joyas y colores vistosos. Nada de esto se conserva en la actualidad.
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Históricamente, el hecho de que la Venus de Milo no tenga brazos ha generado debate con respecto a su identidad real. Más que nada, porque las deidades griegas muchas veces se identifican por los elementos que llevan en las manos.
«En el momento de su llegada al Louvre», documenta el museo, «se planteó restaurar los brazos desaparecidos, pero finalmente se desestimó la idea para no distorsionar la obra».
Debido a la forma sinuosa de su cuerpo, existe un consenso general sobre que la escultura sí estaba pensada para representar a Venus, la diosa romana del amor y la belleza. Sin embargo, también se ha supuesto que se trata de «Anfítrite, la diosa del mar, que tenía un significado especial en la isla donde se encontró esta obra de arte», explica My Modern MET en Español.
Hacia finales del siglo XIX, cuando se extrajo la pieza de la isla griega, se pensó en restaurar su nariz, brazos y pie izquierdo. Sin embargo, se convino que sería mejor dejarla como se había encontrado: incompleta. Finalmente, hay belleza en las cosas rotas.
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