Después de organizar campañas militares exitosas durante años, el último movimiento histórico de Ramsés II fue una bofetada de ultratumba. Esto fue lo que pasó.
Tuvieron que pasar años de encierro antes de que la momia de Ramses II volviera a ver la luz. En medio de un cuarto ajeno a su sepulcro, el cuerpo del faraón se encontró con múltiples artefactos egipcios. Desordenados en un espacio reducido, parecían haber sido sometidos a un intenso escrutinio extranjero.
Así como los restos de otros antiguos dirigentes políticos, la momia de Ramsés II fue víctima de una intensa red de mercado negro. En las calles de Luxor, las posesiones de la realeza egipcia se vendieron al mejor postor después de ser usurpadas. Algunas terminaron en colecciones privadas; otras, como ornamentos en casas europeas. Algunas más, como piezas invaluables en museos de otros países.
El caso de Ramsés II fue ligeramente distinto. Los restos se quedaron en El Cairo, actual capital de Egipto. Sin embargo, han sido sometidos a la investigación de arqueólogos e historiadores europeos desde hace siglos. En 1902, bajo la mirada de especialistas extranjeros, el faraón levantó el brazo, después de milenios de haber fallecido, y le soltó una bofetada a la caja donde estaba enclaustrado. Ésta es la razón.
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Cuando Ramsés II salió de su sepulcro
Ramsés II fue el tercer faraón de la Dinastía XIX de Egipto. En un periodo de 66 años —entre 1279 a. C. hasta 1213 a. C,—, se convirtió en el dirigente político más grande del Nuevo Imperio. Tanto así, que sus sucesores se referían a él como el ‘Gran Ancestro’. Otros imperios lo veneraron también, por la bonanza económica, política y cultural que cultivó a lo largo de su reinado.
Según las estimaciones más aceptadas, se piensa que Ramsés II ascendió al trono alrededor de los 14 años. De acuerdo con la datación que han arrojado sus restos, se calcula que falleció alrededor de los 91 años, una edad extraordinaria para la época en la que gobernó. Al morir, se destinó un espacio en el Valle de los Reyes —la más grande necrópolis del Imperio— para que fuera su lugar de descanso final.
Tuvieron que pasar milenios antes de que la momia de Ramsés II fuera encontrada de nueva cuenta. Hacia 1881, un equipo de arqueólogos europeos descubrió su sepulcro en un ‘escondrijo’ de Deir el-Bahari, como lo describieron en aquel entonces. Junto con él, otras tumbas fueron profanadas, y los restos de otros faraones se trasladaron al Museo de Boulaq, en la capital egipcia.
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Desenvolviendo al ‘Gran Ancestro’
Por tratarse de la figura mítica de Ramsés II, sólo la autoridad arqueológica máxima de Egipto en aquel entonces pudo desenvolver los restos momificados del faraón. Casualmente, quien llevó a cabo el procedimiento fue un arqueólogo francés: Gaston Maspero, director general del Servicio de Antigüedades de Egipto.
El especialista confirmó la identidad de los restos a partir de la inscripción en la mortaja, según documenta National Geographic Historia. Después de remover los vendajes ancestrales, Maspero se dedicó a decodificar las inscripciones en su sarcófago. En ellas, se confirmaba que la momia de Ramsés II había sido restaurada alrededor de un siglo después de su muerte.
A pesar de que habían pasado milenios desde su fallecimiento, los restos estaban en un estado de conservación excepcional. Por ello, los arqueólogos la confinaron en una caja de cristal. Para 1902, sus restos y los de otros faraones ‘reales‘ se trasladaron a un espacio museístico todavía más ambicioso: Museo Egipcio de El Cairo, en la plaza Tahrir.
Aquellos restos de cuyas identidades se tenía certeza fueron colocados en el primer piso, sin acceso al público general. Lo anterior como una medida preventiva de conservación, así como para que estuvieran disponibles para más estudios. Sólo investigadores específicos y «visitantes ilustres y en casos muy excepcionales» podrían contemplarlas, documenta la revista.
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Una bofetada ancestral
A inicios del siglo XX, se rumoraba entre los arqueólogos que las momias y sus sepulcros podrían estar malditos. El caso del sepulcro de Tutankamón se convirtió en un ícono de esta creencia supersticiosa. Más que nada, porque algunos arqueólogos extranjeros habían muerto después de profanar la necrópolis egipcia. En la actualidad, no existe evidencia concluyente que ligue un conjuro ancestral con la muerte de estos especialistas europeos.
Aún así, acercarse a las momias de los antiguos dirigentes era un privilegio y un motivo de morbo a la vez. Blasco Ibáñez, periodista de la época, documentó un acontecimiento relacionado, imposible y tenebroso en 1907, cuando Maspero y otros especialistas estudiaban los restos de Ramsés II:
«Lo cierto es que la momia de Ramsés II, sin perder su inmovilidad yacente, levantó una de sus manos, dando una bofetada a la cubierta de cristal […]», escribió el periodista en su obra más afamada, La vuelta al mundo de un novelista.
Al ver que el faraón muerto levantaba un brazo, y le acomodaba una bofetada a la caja de cristal, todos los ahí presentes corrieron despavoridos hacia la puerta de entrada de la sala. Los que no lograron encontrar la salida, se aventaron por las ventanas hacia el jardín del museo. Otros, sencillamente se desvanecieron sobre el piso.
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¿Ramsés II fue consciente de este movimiento?
El ‘Gran Ancestro’ no fue el artífice de esta bofetada ancestral. Tal vez la observó desde otro plano de consciencia, pero su cuerpo no realizó movimientos intencionales. Por el contrario, según documentó Blasco Ibáñez en su libro: «[Las articulaciones de la momia] sufrieron la dilatación que produce el calor sobre ciertas materias, moviéndose espasmódicamente uno de ellos [de sus brazos]».
Lo más probable es que las articulaciones del faraón hayan reaccionado a un cambio repentino de temperatura. Por ello, sus tendones se contrajeron y, así, soltó un golpe involuntario brusco a la tapa de la caja de cristal. Después de dirigir múltiples campañas militares exitosas, y traer una estabilidad única al Antiguo Egipto, el último movimiento histórico que hizo Ramsés II fue sacar un susto de ultratumba a un equipo entero de arqueólogos europeos.
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