La lucha por la independencia de México fue, en muchos aspectos, un caos organizacional. Pero, lo que los soldados carecían en experiencia, lo compensaban sobremanera con coraje, persistencia y, sobre todo, números y fuerza bruta. En poco más de una semana, el ejército insurgente logró sumar a sus filas a cerca de 15 mil novohispanos insatisfechos. Campesinos indígenas que, principalmente, se unían a la guerra porque no tenían mucho que perder en el opresivo sistema virreinal.
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Todos eran gente sencilla, hechos de carne y hueso; eran como todos nosotros.
Su nombre era Juan José de los Reyes Martínez Amaro, pero pasaría a la historia bajo su pseudónimo de las minas: ‘El Pípila’.
La primera gran batalla del ejército insurgente ocurrió en la ciudad de Guanajuato. En el clímax del enfrentamiento, las fuerzas realistas se encuartelaron en la alhóndiga de Granaditas: una estructura utilizada para almacenar grano en el centro de la ciudad. Desde allí, comenzaron a disparar tras la seguridad de sus muros, causando serias bajas a las inexpertas filas revolucionarias. La única forma de concretar la victoria era tomar la alhóndiga por la fuerza.
El siguiente detalle quedó registrado por primera vez en la crónica de Carlos María de Bustamante, publicada más de 30 años después de los eventos y cuya veracidad causa disputas entre los historiadores. De acuerdo con esta, ‘El Pípila’ lideraba a un grupo de mineros y, tras recibir una orden directa del cura Hidalgo (entonces líder del movimiento independentista), se armó de valor para cambiar el curso de la batalla.
Tomó al intento una losa ancha de cuartón de las muchas que hay en Guanajuato; púsosela sobre su cabeza afianzándola con la mano izquierda para que le cubriese el cuerpo; tomó con la derecha un ocote encendido, y casi a hacía gatas marchó hasta la puerta de la Alhóndiga, burlándose de las balas enemigas.
Así es. Según el relato, ‘El Pípila’ se colocó una enorme losa de piedra sobre la espalda, a modo de escudo; logrando quemar la puerta de la alhóndiga y definiendo la victoria insurgente.
Es momento de hacer los números. ¿Cuánto pesaría una losa así? ¿Sería humanamente posible realizar esta proeza y vivir para contarlo?
Comencemos a tomar medidas. El ejército insurgente estaba compuesto, en su vasta mayoría, por trabajadores indígenas y mestizos que, en el mejor de los casos, conseguían suficiente sustento con su trabajo manual para sobrevivir en condiciones precarias. El proceso normal de crecimiento se veía alterado por la falta de alimento, aunado a la genética más bien compacta de los pobladores del Nuevo Mundo. Por estadística, ‘El Pípila’ probablemente tenía una estatura de entre 150 y 165 cm.
Para poder cubrir su cuerpo de manera efectiva, la losa debió tener un ancho un tanto superior a la apertura de sus hombros y un tanto más largo que la mitad de su cuerpo. Ajustando al sistema de medidas utilizado en ese época, es plausible que la losa rectangular midiera 2 codos por 3 codos (84 cm x 126 cm, aproximadamente).
Su espesor debió ser suficiente para detener las balas, pero lo bastante angosto como para poder ser sujetado por los grupos de trabajadores que las fabricaban y transportaban. Un espesor así debía rondar los 10 centímetros, lo que arroja un volumen de más de 100 litros de roca.
Finalmente, debemos determinar la densidad de la losa. La crónica menciona que el material era «cuartón», un término coloquial usado para referirse a la arenisca feldespática: una formación mineral compuesta por cuarzo y ortoclasa, con una densidad promedio de 2.6 gramos por centímetro cúbico.
Desafortunadamente, no existe una disciplina deportiva que registre este tipo de levantamiento de manera consistente. Lo que sí existe es una profesión latinoamericana que, quizás día con día, replica o supera esta hazaña.
A pesar de la existencia de maquinaria y tecnología, la albañilería moderna aún depende fuertemente del poder crudo del cuerpo humano, especialmente en Latinoamérica; resultando en proezas cotidianas como la arriba ilustrada.
En definitiva, la posibilidad de que un hombre común, absorto en los efectos de la adrenalina provocada por la batalla, haya logrado soportar en su espalda el peso de dos refrigeradores modernos ya no suena tanto como un disparate. Especialmente, al considerar que hacerlo pudo haber sido su trabajo incluso años antes de alcanzar su momento de gloria. Eso sí, la losa debió haberle sido colocada con cuidado por sus compañeros; es sumamente improbable que haya logrado levantarla y colocársela por su cuenta.
De hecho, la puerta de la alhóndiga era monumentalmente grande, por lo que quizá fueron varios los «pípilas» mineros necesarios para sellar la victoria insurgente.
Este texto fue escrito por Isaí Vilches, ingeniero especializado en metodología de la investigación y redacción científica.
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