Hace aproximadamente 2 mil 400 años, una comunidad maya se asentó en el cráter de un volcán guatemalteco. Años más tarde, llamarían a ese espacio Atlitlán: el lugar del agua, según su traducción el náhuatl. En ese entonces, el espacio les vino bien porque estaba mayormente deshabitado. Con cuerpos de agua aledaños, que les servían para la agricultura y el consumo diario, parecía el lugar ideal para fundar una ciudad maya llena de abundancia —hasta que quedó completamente sumergida por agua.
En la actualidad, el lago de Atlitán sigue rebosante de vida. Animales de agua dulce y otros poblados se fueron asentando en torno al antiguo cráter del volcán, donde antiguamente se habían establecido los mayas. Hoy visitado como un centro turístico y de interés comercial, se dejó de lado la posibilidad que, debajo de las aguas, hubiera una ciudad maya sumergida. Hasta ahora.
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Hoy en día, el lago de Atlitlán es el más grande de todo Guatemala. Su punto más bajo tiene 340 metros de profundidad, lo que lo convierte en el más hondo de Centroamérica. Con estas características, no sería imposible que una ciudad maya completa se hubiera sumergido bajo la presión del agua venida de los volcanes circundantes.
Para investigar el sitio, el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH) colaboró con arqueólogos de 5 países diferentes, así como con el Ministerio de Cultura de Guatemala. Después de más de dos décadas de investigación, explica la institución en su boletín oficial, encontraron restos de asentamientos mayas del periodo Preclásico Tardío, hace aproximadamente 2 mil 400 años:
«[…] en medio del lago Atitlán se asentó una compleja ciudad maya que levantó templos, plazas, casas y estelas hasta que, súbitamente, las mismas aguas que le daban sustento comenzaron a hundirla», informa el INAH.
Para evitar dañar a la biosfera, el equipo internacional de arqueólogos decidió utilizar tecnología no invasiva con el entorno. Conocidos como la Misión del Consejo Consultivo Científico y Técnico (STAB, por sus siglas en inglés), forman parte de la Convención UNESCO 2001 sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático.
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En el marco de este proyecto de investigación, se pensó en crear un modelo virtual para que las personas pudieran visitar el sitio sin tener que sumergirse en el lago de Atlitlán. De esta manera, explica el INAH, se busca «promover su conservación y el respeto al carácter sagrado que tiene para las comunidades indígenas de la región».
Antes de realizar el modelo de visita virtual, los arqueólogos hicieron jornadas de buceo para investigar el espacio de primera mano. Al respecto, la responsable de la Oficina Península de Yucatán de la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del INAH, Helena Barba Meinecke, explica lo siguiente:
“La misión permitió sentar las bases para recomendar la creación de un centro cultural donde la gente conozca y recorra el sitio a través de reconstrucciones digitales”, detalla la especialista en un comunicado.
Miembros de la comunidad de Santiago Atitlán colaboraron en los trabajos diarios de la misión. De la misma manera, el equipo de investigación internacional se reunió periódicamente con el líder de la comunidad, Nicolás Zapalú Toj, quien tiene el título de ‘Señor Cabecera’, para informarle de las actividades que se realizarían en el espacio sagrado.
Después de varios años de estudios, los investigadores encontraron estelas nunca antes registradas y edificaciones enteras, que se conservan en las profundidades del lago. En total, aseguran los especialistas, el sitio mide entre 200 y 300 metros de superficie. Por ello, se le ha llamado la ‘Atlantis de Centroamérica’.
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