El Hanal Pixán o “comida de las ánimas” celebra el vínculo entre los vivos y los muertos. Cada año, quienes pedieron a un familiar ponen la mesa para recibirlo.
Hacia el último día de octubre, las comunidades y poblados mayas se preparan para servir manjares tradicionales y poner la mesa para recibir a sus seres queridos. Cinco velas, una de ellas al centro, iluminan las ofrendas del Hanal Pixán, la “comida de las ánimas” con la que celebran el vínculo entre vivos y muertos.
En cada región de México, el Día de Muertos adopta características únicas, y en la tradición maya existen varias costumbres que la hacen única e irrepetible, que datan desde tiempos prehispánicos en la península de Yucatán y sus alrededores.
El Hanal Pixán se lleva a cabo del 31 de octubre al 2 de noviembre. El primer día se dedica a los niños fallecidos (u hanal palal); el segundo, a los adultos (u hanal nucuch uinicoob), y el tercer día se dedica a todos los santos (u hanal pixanoob), y se acostumbra a celebrar una misa para todas las ánimas.
«Para los mayas, la vida humana estaba constituida por el Pixan (el alma), regalo que los dioses entregaban al hombre desde el momento en que era engendrado; este fluido vital determinaba el vigor y la energía del individuo. El elemento que viajaría al inframundo al sobrevenir la muerte física”, menciona la investigación Hanal Pixan: Alimento de las Ánimas, publicada por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY).
Hanal Pixán, una preparación para la bienvenida
Los preparativos del Hanal Pixán inician cuando los familiares de los muertos acuden a los panteones a embellecer las tumbas. Las limpian, encienden velas, colocan coloridas flores de la temporada y arreglan las cruces.
Después, dan paso a la preparación de la comida tradicional y los manjares favoritos de sus seres queridos, para que extraigan la esencia de ellos durante los tres días que estarán en la tierra.
“En el medio rural es una tradición viviente, los altares están en cada casa, el olor de las ofrendas aromatiza los pueblos, los rezos y las letanías los invaden de murmullos y las velas iluminan el paso de las ánimas. En las ciudades, los altares también están presentes, aunque con variaciones”, menciona el texto publicado por Valerio Buenfil, Teresa Ramayo y Juan Carlos Rodríguez.
Para las tumbas de los niños, la tradición marca que se debe encender una vela en el lugar para que puedan ver el camino hacia sus familiares, en el caso de los adultos no se hace porque se cree que ya saben cómo hacerlo. En algunas regiones, también se acostumbra a colocar velas en las albarradas (muros de piedra) para iluminar el camino de las ánimas.
La mesa puesta para recibir a los Pixán
A diferencia de los altares del centro del país, donde una de las características principales son los diferentes niveles, en la tradición maya cada casa dispone únicamente de una mesa con manteles limpios y bordados.
Las familias colocan una cruz verde que simboliza la ceiba, el árbol sagrado para los mayas, velas encendidas, el retrato de las personas que esperan, flores, sal y un vaso de agua, este última para que se refresquen y descansen tras el largo camino que han seguido.
En la tradición prehispánica se colocaba una vela encendida, jícaras de atole nuevo, siete montones de trece tortillas cada uno, que recordaban los numerales del calendario Tsol k’iin; carne de puerco o pavo guisados en achiote o en chilmole. En total se procuraba colocar en el altar veintidós ofrendas en honor a los 13 dioses del Óoxlajuntik’uj y a los nueve del Bolontik’uj.
Alimento para las almas de niños y adultos
Sobre el mantel, con bordados coloridos, se colocan alimentos que se cree agradan a las ánimas de los infantes, como pan dulce, mazapanes, galletas, chocolate, caldo de pollo y frutas de temporada: naranja, mandarinas y jícaras. También se dejan un par de juguetes, velas de colores y flores amarillas de xpujuk, xtés en color rojo y hojas de ruda.
Los adultos también son agasajados con platillos típicos como el mucbil pollos o píib– grandes tamales cocido bajo la tierra- panes, frutas, velas grandes, flores, incensarios, aguardiente, cigarros, y el platillo que le apetecía en vida al difunto. En este caso, el mantel tiene bordados negros que lo distinguen de los altares infantiles.
Sobre las mesas también se puede colocar la vasta comida peninsular: relleno negro, relleno blanco, finol con puerco, escabeche oriental, mechado, puchero, tamales, chachawajes, chile habanero; dulces de coco, de pepita de calabaza, de cocoyol, ciricoteen almíbar, calabaza melada; melcochas, panes dulces y miel.
Para que las almas o los pixanes acudan a cada hogar a recibir las ofrendas, es necesario rezarles, quemar incienso, y entregar los alimentos con oraciones, rosarios y cantos. En cada casa, muy cerca de la entrada, se suele colocar una jícara con un poco de la comida y la bebida, para el ánima sola que no tiene familiares que lo recuerden.
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