Caravaggio, Gaugin o prácticamente cualquier maestro de la pintura en Europa nunca hubieran podido usar el rojo intenso que protagonizan sus obras más emblemáticas sin la ayuda de los pueblos originarios de Oaxaca. Venido de una antigua tradición desarrollada por los mixtecas, la capital del imperio precolombino, el pigmento de la grana cochinilla se empleó originalmente para decorar vasijas y códices en Mesoamérica.
Ancestralmente utilizado con fines ceremoniales, el color rojo intenso que se obtenía de la grana cochinilla se empleó para teñir prendas, vasijas y pasajes enteros inscritos en los templos prehispánicos del sur mexicano. No fue hasta que Cortés llegó a América que este pigmento rojo intenso llegó a manos de pintores europeos —milenios después de haberse creado en México.
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Después del oro y la planta, la grana cochinilla fue el producto más exportado en Nueva España durante el siglo XVI, según documenta la Universidad Autónoma de México (UNAM). Como en Europa no existía un pigmento tan poderoso para conseguir el rojo, los insectos mexicanos eran muy apreciados en todo el continente. Más que nada, porque el color no desmerecía con el tiempo —y era relativamente fácil de obtener, una vez que se tenía la sangre de los animales.
Sin embargo, la tradición de obtener esta tonalidad intensa de rojo viene de milenios antes de la Conquista de México. Los mixtecos ya utilizaban al Dactylopius coccus —nombre científico que recibe la especie mexicana— para pintar murales, vestimentas y demás objetos ceremoniales.
Con un ciclo de vida reducido —de apenas 3 meses—, la grana cochinilla se molía para obtener el colorante natural. Como estos animales crecen y se reproducen en los nopales, según documenta la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural de México, los mixtecos se referían a este pigmento natural como ‘ndukun’, o insecto de sangre:
«[…] un método de crianza de un insecto parasitario del nopal para obtener un pigmento rojo cuya intensidad le permitió ingresar al mundo mágico de los símbolos sagrados.»
Cuando la tradición se intercambió comercialmente con los mexicas, otras regiones del imperio adoptaron esta técnica ancestral para crear tonalidades intensas y duraderas de rojo. Incluso, explica la institución, los mexicas «la llamaban nocheztli, ‘sangre de tuna’, y era uno de los tributos que los aztecas exigían a este pueblo dominado por ellos.»
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El tinte natural de la grana cochinilla se obtiene a partir del ácido carmínico: una «sustancia que se sintetiza como colorante«, explica la UNAM. Naturalmente, las hembras utilizan esta sustancia como mecanismo de defensa ante sus depredadores naturales. Incluso desde entonces, los pueblos originarios de México sabían manipularlas para extraer la mayor cantidad posible.
Después de que Hernán Cortés trajera el pigmento a Europa, no pasó mucho tiempo antes de que se volviera un bien altamente apreciado entre mercaderes de telas y artistas del más alto calibre. Uno de los primeros en experimentar con este color fue Caravaggio, el maestro italiano del Barroco.
La técnica que los mixtecos diseñaron ancestralmente fue imitada por los artistas europeos en cuestión de años. Era tan accesible y fácil de hacer —una vez que se contaba con los insectos vivos—, que se popularizó en toda la extensión del continente europeo. Muy pronto, en las academias de Bellas Artes se enseñó método indígena como una herramienta básica. A fin de cuentas, los matices mexicanos eran superiores a los de los pigmentos europeos.
Con el paso de los siglos, este método mixteco eventualmente llegó a Vincent van Gogh. A veces con escasos recursos para realizar sus obras, encontró en la grana cochinilla una alternativa accesible a nivel económico y técnico. Aunque en sus obras más afamadas predominan los tonos cálidos —como el amarillo, el dorado y el naranja—, algunas de las menos conocidas están basadas prácticamente sólo en el colorante natural de la grana cochinilla.
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