Un maleficio y una momia. Descubre la verdadera historia detrás de la maldición de Tutankamón.
Uno de los grandes clichés de la egiptología, presente en la literatura, el cine, y la cultura popular, es la maldición de la momia de Tutankamón. De acuerdo con esta creencia, un antiguo hechizo protege los cuerpos de los faraones y desencadena una serie de tragedias sobre quienes perturban su sueño milenario de los gobernantes.
¿Qué hay de cierto en esta creencia? Uno de los ejemplos más trillados es la historia del descubrimiento del rey Tutankamón. Fallecido aún en la adolescencia, hacia 1323 años antes de nuestra era, fue encontrado por el arqueólogo Howard Carter en 1922. Varios sucesos extraños acontecieron tras el hallazgo.
Los hechos
La expedición de Howard Carter en el Valle de los Reyes, financiada por Lord Carnarvon, dio con la tumba de Tutankamón tras largos años de búsqueda. Carter había intuido que el entierro se encontraba intacto, oculto bajo toneladas de escombros.
En febrero de 1923, habiendo despejado los tesoros del primer gran cuarto de la tumba, el equipo accedió a la cámara funeraria. Se abrieron entonces los sellos que los sacerdotes egipcios habían colocado tres mil doscientos años antes. Al poco tiempo, Lord Carnarvon, el mecenas de la excavación, sufrió una sorpresiva neumonía que terminó con su vida el 5 de abril. Aparentemente, el aristócrata había recibido la picadura de un mosquito que, al infectarse, había agravado su delicada condición de salud.
La muerte de Lord Carnarvon inició una serie de rumores que la prensa internacional repitió. Algunos miembros del equipo fallecieron en los años siguientes, situación que no parecería extraordinaria, considerando que la mayoría de ellos contaba con una edad avanzada para ese tiempo y que la medicina de la época aún no contaba con antibióticos, que hoy damos por sentados. Los hechos se fueron agrandando, alterando y torciendo para construir un mito cada vez más espectacular.
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El mito de la maldición de Tutankamón
Desde el anuncio del descubrimiento, se publicaron en todo el mundo varias anécdotas difíciles de comprobar. La primera de ellas afirma que en la misma fecha en que se terminó de excavar la escalera subterránea que conduce al sepulcro, el canario que Carter tenía como mascota fue devorado por una cobra, símbolo del poder faraónico. Según esta historia, pese a las advertencias de los trabajadores, que vieron el hecho como un presagio, la exploración continuó.
Hay hasta la fecha quien declara que la tumba contenía hongos venenosos que se introdujeron en las vías respiratorias quienes entraron a la cámara funeraria. Se ha propuesto inclusive que sustancias nocivas de diversos tipos habrían sido introducidas en el sitio antes de sellarlo, condenando así a la muerte a los ladrones que irrumpieran buscando el tesoro. Los que se han realizado estudios en el interior de la tumba han arrojado resultados negativos, tanto para estas sustancias como para microorganismos potencialmente peligrosos. Adicionalmente, del equipo involucrado en la exploración, sólo Lord Carnarvon enfermó de neumonía, descartando la posibilidad de que el aire de la tumba fuera tóxico.
Se dice también que en la entrada de la tumba se encontraba una inscripción que advertía sobre la maldición del faraón Tutankamón. Aunque se han localizado frases similares en tumbas de periodos anteriores, no existe evidencia de que tal inscripción se encontrara en el recinto ni en ninguno de los objetos del ajuar funerario. Tampoco se han encontrado advertencias de esta naturaleza en otros complejos funerarios de la época de Tutankamón.
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Las historias alternas
Algunas versiones de la muerte de Lord Carnarvon afirman que, a la misma hora de su fallecimiento, la ciudad entera de El Cairo quedó a oscuras por causa de un apagón. Otras fuentes dicen que sus últimas palabras fueron: “He escuchado su llamado. Ahora debo seguirlo”. Estos detalles no quedan consignados en registros oficiales ni en los testimonios de quienes acompañaron al conde en sus últimas horas.
Medio año después de la muerte de Carnarvon, su medio hermano, Aubrey Herbert, también falleció. Herbert no estuvo involucrado directamente en el descubrimiento y su fallecimiento correspondió a las secuelas de una intervención médica, pero los creyentes de la maldición lo atribuyeron a la venganza del faraón.
Sir Douglas Reid, el radiólogo encargado de estudiar la momia, es otra de las víctimas que tradicionalmente se adscriben al maleficio. Se afirma que, tras visitar Egipto, enfermó gravemente y murió. Desafortunadamente, a pesar de que Reid fue comisionado para realizar las radiografías del cuerpo, éste nunca pudo salir de Europa. Los altos niveles de radiación a los que se había expuesto durante años minaron su salud al grado de forzarlo al descanso en los Alpes suizos, donde falleció tras una operación en 1924.
Howard Carter murió en 1939, más de quince años después del descubrimiento y a siete años de haber concluido la catalogación de todos los objetos pertenecientes a Tutankamón. Cuando se le consultaba respecto a la maldición, su respuesta solía ser “Yo habría sido la primera víctima”. El arqueólogo atribuía la popularización de esta creencia a la fantasiosa imaginación del escritor Arthur Conan Doyle.
Este artículo es de la autoría de Rodrigo Ortega Acoltzi, quien investiga y escribe sobre arte e historia. Puedes leer más de su trabajo aquí.
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