“Viena debió ser para mí la escuela más dura y a la vez la más provechosa de mi vida,” escribió Adolf Hitler sobre sus propias pinturas. Ésta es la historia de su fracaso.
La preparatoria había sido un fracaso. Por más que se esforzara en sacar las cuentas, en aprender las reglas de ortografía y sacar algo de las clases de biología, era sencillamente imposible. Era inútil: sabía que cualquier voluntad sobrehumana por aprender algo sería en vano, pues todas las materias estaban reprobadas. Todas, absolutamente todas —menos una. La única calificación que tenía aprobada era dibujo, y Adolf Hitler decidió entonces que podría vivir de sus pinturas. Eran los primeros años del siglo XX.
Con esta idea en la cabeza, y con la bendición a medias de su madre —pues su padre había muerto años antes—, Adolf Hitler partió a Viena. Tenía la certeza de que el examen de admisión para la Academia de Bellas Artes sería poco menos que un trámite que hacer, una tontería: sus habilidades sobrepasaban cualquier filtro burocrático que la escuela pudiese ponerle. Le resultaba más inconveniente que angustioso. Era una molestia, a lo mucho, por la que tendría que pasar para poder formar parte, e iniciar así su carrera prodigiosa en el mundo del arte. El destino tenía otros planes.
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Una historia de fracasos repetidos
Lo rechazaron. El primer intento que hizo en 1907 fue un desastre: las autoridades vieron en su trabajo una falta de técnica grave, además de una falta de talento inconcebible para las aulas de la casa magna de estudios artísticos de la época. Le recomendaron regresar al año siguiente, con una instrucción más adecuada para lo que la escuela estaba buscando.
Decepcionado de sus capacidades y con dificultades económicas fuertes, Hitler se dedicó a vagar las calles por algunos meses, viviendo de barrendero en las calles y de quitanieves de los barrios más pobres.
Decidió que no regresaría a su casa con la vergüenza de no haber sido admitido. Por el contrario, consiguió trabajos esporádicos como ilustrador de postales y retratista. En 1908 volvió a aplicar para la Academia, y fue rechazado una vez más. Esta vez con la advertencia de que si, lo intentaba una vez más, lo vetarían para siempre de la institución.
Viendo la condición en la que el joven se encontraba, el rector se compadeció de él, y le propuso intentar algo para la facultad de arquitectura —sin considerar, por supuesto, que para aplicar necesitaba la preparatoria terminada, que nunca pudo conseguir.
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Viena no le dio la bienvenida
Fue entonces que desistió. Ya había sido demasiada humillación pública, y no podría soportar una decepción profesional más. Sin embargo, no abandonó Viena: por el contrario, decidió quedarse ahí para aprovechar las oportunidades de trabajo que pudiese agarrar al vuelo. Si bien era cierto que no podrían ser demasiadas, en su ciudad de origen serían menos.
Comía en fondas de beneficencia social y muchas veces dormía en la calle, sin tener un techo bajo el cual refugiarse de la nieve y la crudeza del invierno austriaco. Años más tarde, apuntaría esto sobre sus días en Viena:
“Viena debió ser para mí la escuela más dura y a la vez la más provechosa de mi vida. Había llegado a esta ciudad cuando era todavía adolescente y me marchaba convertido en un hombre taciturno y serio.”
Fue entonces que empezó a trabajar para la comunidad judía de Viena, en los sectores más pobres de la ciudad. Le pedían comisiones baratas como ilustrador. Poco a poco su situación se fue estabilizando, hasta que pudo mantenerse a flote únicamente de la venta de sus cuadros. Su obra fue madurando, de un romanticismo marcado hasta un impresionismo más bien afectado. A pesar de que sí pintó escenas religiosas, su obra sacra es más bien escasa.
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¿Cómo eran las pinturas de Adolf Hitler?
Su producción artística casi no se conoce, y se tiene registro más bien por las subastas que se hicieron muchos años más tarde. Sin embargo, la mayor parte se basa en pinturas de acuarela en la que muestra escenas de la vida cotidiana en su país. Edificios, vistas de la calle, paisajes del campo en la provincia austriaca: nada que no se hubiera visto antes; nada digno de mención.
A pesar de que, en efecto, se sabe que la Academia lo rechazó por falta de talento y pericia artística, se han hecho varios estudios en los que se revelan las supuestas tendencias retorcidas de Adolf Hitler.
Varias interpretaciones psicológicas —sin sustento científico real— se han hecho a los cuadros. Sin embargo, en estos análisis no se toma en cuenta que para tener una prueba fidedigna de este tipo se necesita entrevistar a la persona directamente. Entre ellas, destacan las siguientes:
- Se deducen sus diversas depravaciones sexuales
- Su orientación masoquista
- Sus diversos desvaríos mentales
Durante sus años como soldado en la Primera Guerra Mundial no abandonó su vocación fallida: en los ratos libres que encontraba hacía caricaturas de sus compañeros, y si tenía tiempo, hacía pinturas al óleo. A pesar de que no se puede tener una explicación psicológica certera de su estado mental, sí es evidente el impacto que su participación en la guerra tuvo: si bien antes representaba paisajes más bien urbanos y rurales, después de salir como soldado veterano sus pinturas se hicieron más caóticas y oscuras.
El fanatismo nacionalista echó raíces profundas en su personalidad después de la derrota de Alemania, y el odio visceral que había gestado en sus años de pobreza en Viena se manifestó en un antisemitismo que acabó, años después, con siete millones de judíos.
De su pasado como joven bohemio nos quedan pocos rastros, entre las cuales están las pinturas que aquí se muestran. Sin embargo, los destellos artísticos de un joven de vocación fallida jamás podrán difuminar la devastación de carácter genocida que las ideas fundamentalistas de Adolf Hitler trajeron al mundo: unas cuantas pinceladas no cubrirán jamás los kilómetros de sangre que dejó correr.
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