México pasó a la historia como el primer país hispanohablante y latinoamericano en ser sede de los Juegos Olímpicos. Sin embargo, una tragedia nacional, las tensiones políticas de la época y una inversión gigantesca en la infraestructura mexicana, marcaron la edición de 1968.
Hasta el año 1968, los Juegos Olímpicos eran organizados únicamente por países «desarrollados». Esta fue la primera vez que un país latinoamericano, hispanohablante y «en vías de desarrollo» fue hogar para más de 5,000 atletas de 112 países diferentes en el evento deportivo más importante del mundo. Hasta la fecha, México y Brasil han sido los únicos países latinoamericanos en ser sedes de los Juegos Olímpicos.
El país tenía un desafío monumental para los Juegos Olímpicos de 1968. Desde que fue seleccionado seis años antes, el Comité Organizador trabajó para garantizar que el país estuviera a la altura para las competencias. Además, estos juegos iban a ser los primeros en ser transmitidos a color, permitiendo que aún más gente fuera testigo de las actuaciones deportivas.
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El gobierno de México construyó y renovó instalaciones deportivas como la Villa Olímpica, el Estadio Olímpico Universitario y el Palacio de los Deportes. Mientras que, en cuanto infraestructura urbana, se inauguró la actual columna vertebral de la ciudad: el Metro de la Ciudad de México.
Sin embargo, el escenario olímpico no pudo escapar de las tensiones políticas y sociales de la época. En plena Guerra Fría, estos Juegos fueron un reflejo de la lucha por los derechos civiles y la igualdad, así como la aún presente discriminación. Mientras que países como Paraguay, Kuwait o el Salvador hicieron su debut, a Sudáfrica se le fue prohibido participar, debido a sus políticas raciales como su infame sistema apartheid.
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Durante la ceremonia de premiación de los 200 metros planos, uno de los momentos más emblemáticos fue el saludo del poder negro, realizado por los medallistas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos. Ambos levantaron sus puños enfundados en guantes negros, esto como una protesta pacífica en contra de la discriminación racial. A la par sonaba el himno nacional de los Estados Unidos.
El valiente gesto sacudió al mundo y aunque personas como el otro, medallista ganador de plata, Peter Norman, apoyaron la protesta, otros, la repudiaron. El gobierno de Estados Unidos pidió disculpas por la «atípica exhibición» y solicitaron la expulsión de los atletas. El gobierno mexicano se negó rotundamente y solo intercambió sus visas especiales por unas de turistas.
México invirtió aproximadamente 150 millones de dólares para que el país albergara los juegos y mostrara una apariencia de modernidad y avance. Sin embargo, estudiantes de la época aprovecharon la atención mediática internacional de los Juegos para denunciar las injusticias sociales y la verdad del país: una simulación de democracia.
«¡No queremos Olimpiada, queremos revolución!» consigna usada en las marchas del movimiento estudiantil
El 2 de octubre de 1968, apenas diez días antes de la inauguración de los Juegos, miles de personas se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas. Poco después, el gobierno mexicano brutalmente reprimió la protesta estudiantil. Mandados por el gobierno, las fuerzas armadas y un grupo paramilitar secreto llamado Batallón Olimpia, quienes estaban vestidos de civiles, abrieron fuego contra los manifestantes.
Alrededor de 350 personas, entre ellas jóvenes, estudiantes, profesores y civiles, fueron acribilladas. Las trágicas cifras son un poco inciertas pues, los números oficiales mencionaron únicamente treinta decesos. Conforme avanzó el tiempo se fueron revelando más muertos, desaparecidos y presos políticos, aunque la cifra exacta, hasta la fecha, sigue siendo incierta.
Después del suceso, el Comité Olímpico Internacional declaró que el evento continuaría a pesar de lo ocurrido. Algunos periódicos incluso tacharon a los manifestantes de «terroristas».
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Esta triste fecha se conmemora cada año como un recordatorio de la represión violenta que aplicó el gobierno contra la población mexicana, quienes en su momento solo exigían mayores libertades y las seguirán exigiendo. El 2 de octubre no se olvida.
Este texto fue escrito por Emilio Flores Escalona, periodista comunicólogo apasionado por la reflexión, la política y la cultura. Colabora como redactor en National Geographic en Español.
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