En el México posrevolucionario, el Estado buscaba cambiar la narrativa y construir una identidad nacional que le diera sentido a la lucha de campesinos, indígenas y obreros. El Muralismo Mexicano surgió a principios del siglo XX como un movimiento artístico enfocado en reflejar la identidad y la realidad del pueblo mexicano, que buscaba reponerse de una década de conflicto armado.
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El muralismo surgió oficialmente en 1921, impulsado por el gobierno de Álvaro Obregón y José Vasconcelos, secretario de Educación Pública. Ambos promovieron un arte público que educara y transmitiera los valores y luchas de México. Este movimiento buscó acercar el arte a las personas, plasmándolo en los muros de espacios públicos y accesibles.
Sus principales exponentes fueron Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Rufino Tamayo, quienes revolucionaron la pintura a gran escala con un estilo propio.
El Colegio de San Ildefonso, que en ese momento era la Escuela Nacional Preparatoria, se convirtió en el laboratorio del Muralismo Mexicano, donde Diego Rivera pintó su obra profética La creación, la cual marcó el inicio formal de esta corriente. El movimiento artístico, de resistencia e identidad, se expresó a través de una diversidad estilística que reflejaron la Revolución Mexicana, la lucha de clases y la figura del hombre indígena.
Los muralistas también abordaron temas como la historia prehispánica, la conquista, las tradiciones indígenas y la vida rural. De esta manera, sus obras mostraban tanto la riqueza cultural como las problemáticas sociales de México. Además, trataron temas políticos y sociales, promoviendo ideales de justicia, libertad e igualdad. Con un estilo colorido, dramático y realista, sus murales capturaron tanto la violencia como la esperanza de una nación en proceso de cambio.
La Revolución Mexicana tuvo un papel fundamental en el desarrollo del muralismo. Los artistas la interpretaron como un evento de cambio y renovación, retratando a los líderes y personajes revolucionarios como héroes del pueblo.
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Diego Rivera, por ejemplo, plasmó en su obra Epopeya del pueblo mexicano la lucha de los revolucionarios y sus ideales, retratando a figuras como Emiliano Zapata y Francisco Villa. David Alfaro Siqueiros, en La marcha de la humanidad y Del Porfirismo a la Revolución, reflejó la lucha por la justicia y la libertad como un proceso continuo que empezó con la lucha revolucionaria.
José Clemente Orozco también dedicó varios murales a este tema, como La trinchera, en el que representa el sacrificio y el sufrimiento de los combatientes. De manera similar, Juan O’Gorman reflejó en sus frescos los ideales de la lucha, como en su obra Retablo de la Revolución.
Este movimiento alcanzó su apogeo en la década de 1930 y se extendió hasta finales de los años 50. Con el paso del tiempo, el Muralismo Mexicano dejó una huella indeleble, promoviendo una identidad nacional cercana a sus raíces y a los ideales revolucionarios que marcaron el inicio del siglo XX.
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