Las celebraciones de Navidad evocan imágenes de alegría, luces y reuniones familiares, pero en países anglosajones, también se asocia con el escalofrío del terror. Esta peculiar tradición contrasta con la calidez navideña, ya que durante siglos han narrado historias sobrenaturales en esta época. ¿Por qué un tiempo de celebración comparte espacio con las historias aterradoras?
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El origen de esta insólita tradición se remonta a la época victoriana, cuando los inviernos largos y oscuros en Inglaterra creaban el ambiente perfecto para relatos de fantasmas. Las reuniones junto al fuego de la chimenea, una actividad típica de la temporada, ofrecían la oportunidad ideal para contar historias inquietantes que mantuvieran a todos atentos y entretenidos.
La obra más famosa de este género es Cuento de Navidad de Charles Dickens, donde los fantasmas y el arrepentimiento se entrelazan con el espíritu de la temporada. A partir de esta, surgieron otros relatos que mezclaban lo sobrenatural con enseñanzas y reflexiones.
Además, el paganismo influyó en esta tradición. Antes del cristianismo, las festividades del solsticio de invierno en Europa celebraban el paso de los espíritus. Los anglosajones adoptaron estas prácticas, y el folclore local, lleno de seres sobrenaturales, enriqueció las historias navideñas con un toque oscuro.
En el siglo XIX, la literatura consolidó esta costumbre. Las revistas y periódicos publicaban cuentos de terror que los lectores devoraban durante las festividades. Esto marcó la fusión definitiva entre el miedo y las celebraciones de fin de año.
Aunque menos popular en la actualidad, esta tradición persiste en libros, programas de televisión y reuniones íntimas. Para los anglosajones, el terror en Navidad recuerda que, incluso en los momentos más luminosos, la oscuridad puede asomarse, ya sea como aprendizaje o pasatiempo durante las fiestas.
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Con raíces en las festividades paganas de los Alpes, su origen se asocia al Perchtenlauf, una celebración en la que máscaras aterradoras espantaban a los espíritus malignos. En la Edad Media, la Iglesia intentó erradicarlo, pero sobrevivió al fusionarse con las celebraciones cristianas. Durante el siglo XIX, Krampus se consolidó en Austria y Alemania como símbolo del castigo a los niños traviesos. Su popularidad ha resurgido en las últimas décadas, conservando su papel como emblema de las dualidades en la Navidad.
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