Avenidas, plazas y jardines rodearon el palacio imperial de los asirios en Nínive: la capital más poderosa de Medio Oriente en la Antigüedad.
La biblioteca de Nínive fue uno de los primeros recintos reconocidos internacionalmente como un lugar de consulta universal. Como parte de las riquezas de los reyes asirios, se pensó en conglomerar todo el conocimiento del imperio en un mismo archivo. Hasta en los últimos confines de Egipto había sabios que querían visitar el espacio: filósofos, astrónomos, médicos y otros eruditos emprendían viajes durante meses para tener acceso a la información que ahí estaba contenida.
El gran acervo bibliográfico no fue lo único que convirtió a Nínive en un punto álgido de la cultura y el comercio. Como la primera capital del Imperio Asirio, hacia el siglo II a.C. la ciudad ya rebosaba en vida y lujos. Los registros históricos describen amplias avenidas decoradas con columnas romanas, al tiempo que la arquitectura de los palacios se dejaba influir por el canon arquitectónico persa.
Ésta es su historia.
Bajo la protección de Ishtar: ¿dónde estaba Nínive antiguamente?
Nínive generaba envida entre otros pueblos. Bajo la protección de Ishtar, encargada de velar por la salud de los asirios, la capital se convirtió también en un centro ceremonial para rendirle ofrendas a la diosa. Asimismo, los emperadores asirios fincaron ahí las bases de su expansión territorial: al norte del actual Iraq, donde se encuentra Mosul, escogieron ese espacio como la base de su poderío económico, militar y artístico.
La capital asiria conseguía sus recursos, principalmente, del Río Tigris. Construida en la orilla oriental, antiguamente se extendió a lo largo de 50 kilómetros, desde el lecho hasta los montes. De hecho, en su momento fue la ciudad más grande del mundo. Incluso, en el Libro de Jonás, de la Biblia, se le describe como una «ciudad grande sobremanera, de tres días de recorrido».
No sólo eso: Nínive se posicionó rápidamente como uno de los puntos de interés comercial más importantes de la Antigüedad. En aquel entonces, unió Oriente y Occidente, al ser el punto de conexión central entre las rutas del Mediterráneo y el Índico. Este poderío no hubiera sido posible sin el emperador Senaquerib, quien la nombró capital imperial en 705 a.C. Su administración se encargó de hacer de ésta una ciudad digna del Imperio que tenía entre manos —y lo logró.
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Un palacio ‘sin rival’
Avenidas, plazas y jardines rodearon el palacio imperial de los asirios. Senaquerib quería que su residencia representara el poderío político y el dominio militar que habían alcanzado hasta el momento. Por lo cual, él mismo lo nombró como «Palacio Sin Rival». Las murallas de Nínive tenían la misma intención, por lo que se mandaron construir 15 entradas diferentes a la ciudad, todas con puertas monumentales.
En aquel entonces, se piensa que Nínive fue hogar para 100 mil asirios. Esta cifra dobló la población total de Babilonia, por ejemplo.
Lo que comenzó como una ciudad neolítica discreta, , documenta Britannica, muy pronto se convirtió en el centro del mundo en Medio Oriente. Desarrollo orfebre, matemático, religioso y arquitectónico: Nínive vio el apogeo de todas estas disciplinas. Esta época dorada, sin embargo, muy pronto vio su ocaso.
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La dos veces destruida
El último gran rey que tuvo Nínive fue Assurbanipal, hacia el siglo I a.C. Para entonces, debido a las invasiones asirias en otros territorios y el profundo resentimiento que el Imperio estaba generando en las naciones vecinas, la capital asiria ya había sido víctima de varios intentos de sometimiento. Después de varios envistes violentos, los asirios no lograron recuperar toda la gloria de su capital más grande.
El golpe final vino en 612 a.C., año en el que se registra la caída de Nínive. Después de sitiar la ciudad durante tres meses, los babilonios y medos destrozaron la ciudad hasta los escombros. Sólo así lograron instaurar el Imperio neoasirio. Visto así, la gloria de la capital asiria no duró más de un siglo. Sin embargo, esta no fue la última vez que Nínive sería destruida.
Hacia el siglo XVIII, campañas de exploración europeas visitaron el sitio donde la ciudad se erigió. Los investigadores recabaron los restos de la antigua capital asiria. Lamassu monumentales, puertas cuidadosamente ornamentadas con oro y columnas enteras se exhumaron con la intención de llevarlas al acervo de museos en Londres y París.
Fue así como se empezó a trazar el pasado y la historia bélica de la ciudad. A partir de estas investigaciones —y de las ruinas que quedaban de las avenidas principales— es que tenemos un recuerdo pálido de lo que fue su grandeza. Sin embargo, en 2014 la capital fue destruida de nueva cuenta —esta vez, por el Estado Islámico.
Miles de años después de los asedios violentos de los babilonios, Nínive fue víctima de bombardeos, saqueos y destrucción en aras de la expansión política de ISIS. Después de ser el epicentro de una revolución cultural, económica, militar y comercial, las arterias principales y las insignias de la ciudad se tacharon de sacrílegas y herejes.
Lo poco que queda de Nínive forma parte de acervos museísticos en Europa. Lejos del Tigris, lejos de la tierra que la vio nacer.
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