Cuando vi por primera vez a los pristis, me sorprendió su apariencia descomunal. Con su larguísimo rostro y su aplanado cuerpo parecían haber salido de otro mundo. Mientras conocía más sobre la especie de la mano de Nataly y Uriel (biólogos marinos expertos en tiburones), más fascinantes me parecían. Para mi sorpresa, los biólogos me dijeron que es poco probable que alguna vez pueda ver un ejemplar en aguas mexicanos ya que se encuentran en peligro de desaparecer.
Los peces sierra pertenecen a la subclase de los elasmobranquios, el cual incluye tiburones, mantarrayas y rayas eléctricas. Existen cinco especies de pez sierra en el mundo y se ubican en al menos 90 países: Anoxypristis cuspidata, Pristis zijsron, Pristis clavata, Pristis pectinata y Pristis pristis. Pese a su presencia prehistórica (llevan en el planeta 60 millones de años), el cambio en sus hábitats, la pesca furtiva y la pesca accidental han llevado a estos elasmobranquios al borde de la extinción.
Mientras que otras especies en peligro, como la vaquita marina o el caballito de mar, están presentes en la televisión, en la radio y en redes sociales, los peces sierra pasan desapercibidos. Los esfuerzos por salvarlos son evidentes; sin embargo, mientras más me adentraba en el estudio de los peces sierra y les contaba a otras personas sobre estos seres que habitan los mares mexicanos, más caía en cuenta de que la difusión sobre esta especie era insuficiente.
En México conviven dos especies de pez sierra: Pristis pristis y Pristis pectinata. Suelen habitar aguas no muy profundas de costas, manglares y ríos. Por un lado, los Pristis pristis se encuentran en los dos mares mexicanos: en el Pacífico, desde Sinaloa hasta Chiapas, y se extienden por todo el Golfo de México. Por otro, los Pristis pectinata sólo han logrado ser ubicados en el océano Atlántico. De acuerdo con los exhaustivos registros del oceanólogo Ramón Bonfil y sus colaboradores, llegar a ver un pez sierra en una de las regiones que antes habitaba, es poco común.
El recinto sagrado del Tenochtitlan es uno de los más importantes de Mesoamérica. Fue levantado por manos mexicas entre los siglos XIV y XVI en lo que hoy es el Centro Histórico de la Ciudad de México. Su exploración ha dado a la arqueología algunos de los objetos más preciados que se han encontrado en el centro de México, tanto por su valor material como por su origen y significado ritual. Entre los tesoros hallados en el recinto sagrado se encuentran diversas especies de animales, desde pequeños escarabajos hasta grandes jaguares. La fauna marina no falta: corales, erizos de mar, caracoles y peces sierra forman parte de las ofrendas enterradas del templo más grande de la Cuenca de México.
El Proyecto Templo Mayor del Instituto Nacional de Antropología e Historia ha localizado individuos de pristis de ambas especies sin embargo aún no hay suficiente evidencia para esclarecer si las dos vinieron del Golfo de México, o si hay en las ofrendas ejemplares tanto del Pacífico como del Atlántico. La sorpresa de los arqueólogos se explica si recordamos que en la época prehispánica los medios de transporte eran mucho más limitados.
Hasta la fecha, no sabemos si llevaban a los peces sierra vivos o muertos, en pedazos o enteros. Esto nos habla de gran imperio que se gobernaba desde la ciudad de Tenochtitlan, pues lograba conseguir especies de casi todos los rincones de Mesoamérica a través de su sistema tributario y comercial. El Director del Proyecto Templo Mayor, Leonardo López Luján, llama a esta ciudad ‘el Manhattan de aquel entonces’, un enorme asentamiento construido en una isla, Tenochtitlan era «cosmopolita, multiétnica, pluricultural».
Sobre los pristis, sabemos que ambas especies están presentes en las ofrendas del recinto sagrado y que pudieron haber llegado ya sea como tributo o intercambio comercial. Lo que si tenemos claro es que transportar a estos animales requiere un enorme esfuerzo humano. Aunque la mayoría de las ofrendas sólo contienen el cartílago rostral de estos elasmobranquios, hay evidencia que apunta a la posibilidad de que hayan llegado organismos completos al recinto sagrado.
Las ofrendas que rodeaban al monolito de la diosa Tlaltecuhtli, deidad de la tierra, contenían pristis. De acuerdo con López Luján, estas cajas de ofrendas son un cosmograma, una representación en miniatura de cómo los mexicas concebían el Universo. El pez sierra representaba a Cipactli, la criatura de la antigua mitología que simboliza la corteza terrestre. Así la describe la Historia de los mexicanos por sus pinturas:
“e hicieron el agua, y en ella crearon un pez grande que se dice Cipactli, que es como caimán, y de este pez hicieron la tierra…”.
Los sacerdotes disponían los elementos por capas, arena marina simbolizando el océano, cartílagos (o rostros) de pez sierra materializando la corteza terrestre y aves que representan lo celeste. Algunos otros animales, como el jaguar, el cocodrilo y la tortuga, podían alternarse con los pristis evocando a la tierra.
Con la llegada de las restauradoras al equipo se hizo la luz para el Proyecto Templo Mayor. La destreza necesaria para levantar material orgánico y las técnicas para conservar los delicados objetos de las ofrendas se fueron desarrollando conforme emergían de la tierra. Adriana Sanromán, encargada del área de conservación en el Proyecto Templo Mayor, recuerda, con un tinte de inquietud en su voz, lo difícil que fue la conservación de los primeros ejemplares de peces sierra que estuvieron en sus manos:
“Probé lo que se les ocurra -resinas acrílicas, gelatina grado fotográfico, cloruro de calcio- para ver qué servía, pero no comprendíamos del todo todavía, es bastante difícil encontrar bibliografía de estos animales. Bastante difícil.” Entonces, el Proyecto Templo Mayor se diversificó.
Si algo tenía claro el equipo era que hacían falta expertos en cada una de las áreas de conocimiento que pudieran dar respuesta a las preguntas sobre la conservación de los organismos. Así llegaron Nataly Bolaño y Uriel Mendoza al Proyecto Templo Mayor, en un esfuerzo por complementar la investigación arqueológica con su experiencia marina.
El Proyecto Pristis México nació de la inquietud del oceanólogo Ramón Bonfil por saber si aún había poblaciones de pristis en México. En el año 2015 emprendió una campaña por todo el territorio mexicano en busca de ejemplares. El resultado fue desalentador. Se dieron cuenta que en los últimos 20 años, los asentamientos que estaban cerca de poblaciones de peces sierra, habían -en el mejor de los casos- avistado tan sólo a un puñado de ellos. Fue hasta 2017 que un ejemplar emergió del agua y fue transportado al Acuario de Veracruz, donde ahora se encuentra en el estanque arrecifal. Su nombre es Pristila y es hembra.
No todo está perdido. Gracias al análisis de muestras de ADN ambiental, han logrado identificar que aún hay poblaciones vivas en los mares mexicanos, aunque su ubicación sea un misterio.
Este artículo fue publicado en la revista impresa de National Geographic en Español, para suscribirte da click aquí.
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