Enero, mes en el que inicia el año en la actualidad, no existía en los calendarios romanos primitivos. En la antigüedad, el calendario originalmente comenzaba en marzo, marcando el inicio de la primavera y alineándose con los ciclos naturales. Este calendario, atribuido a Rómulo, constaba de diez meses y abarcaba un periodo de 304 días.
Marzo, que derivaba su nombre del dios Marte, era el inicio de la temporada de actividades agrícolas y militares, simbolizando así el renacimiento y el crecimiento. Sin embargo, este calendario dejaba un período de tiempo no contabilizado en pleno invierno, fue así como tiempo después se incorporaron dos meses, enero y febrero, para alinearlo con el año solar de aproximadamente 365 días.
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La reforma juliana en el 45 a.C. fue crucial en el cambio de inicio del año. El emperador Julio César promovió la modificación del calendario, añadiendo días y reajustando su inicio al 1 de enero. Este cambio, elaborado por el astrónomo griego Sosígenes de Alejandría, alineó el calendario romano con el ciclo solar, creando un año de 365 días con un día bisiesto cada cuatro años.
El cambio no fue instantáneo ni universal; en algunos lugares se continuó con el año iniciando en marzo durante siglos, pues los cambios no siempre eran del conocimiento de la ciudadanía. Además, este mes también guardaba una fecha importante para los cristianos y durante mucho tiempo fue adoptada como el principio de un nuevo año, esta fue el 25 de marzo, cuando se celebraba la Anunciación de María.
El calendario del emperador Julio César estaba mayormente sincronizado con el sol y se mantuvo vigente durante mucho tiempo, fue hasta 1582 cuando se le hicieron reformas decretadas por el papa Gregorio XIII. Posteriormente, con la difusión del calendario juliano y luego gregoriano, la transición hacia enero como el inicio del año fue gradual, adoptada paulatinamente por diferentes culturas y países, principalmente los católicos.
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Ianuarius, nombrado en honor al dios Jano, y Februarius, dedicado a la festividad de purificación llamada Februa, fueron los últimos meses en agregarse al calendario de los romanos. Enero y febrero, como los conocemos actualmente, constituían el cierre anual. No obstante, durante la reforma de Julio César, se convirtieron en los primeros meses del año.
En el primer calendario de 10 meses, los primeros llevaban nombres de dioses, como Juno para nombrar a junio, mientras que julio fue designado así en honor al emperador. Abril alude al periodo en el que abre la primavera y agosto fue elegido para honrar al soberano Augusto. Los últimos fueron enumerados en latín, dando origen a nombres como septiembre, al mes séptimo, y diciembre al décimo.
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