Charles Byrne no quería que su cadáver fuera expuesto. Aunque médicos, científicos y otras miradas morbosas lo instaron a que donase sus restos a la ciencia, el hombre se resistió todos los días de su vida: no quería ser visto como una curiosidad. Para la mirada del siglo XVIII, conocido como ‘siglo de las luces’ por el supuesto predominio de la Razón, su caso sería uno de análisis empírico.
Cuando alcanzó la edad adulta, este irlandés llegó a medir más de dos metros. Incluso sus contemporáneos más altos lo miraban (literalmente) para arriba. A pesar del énfasis que había en Europa en aquel momento por el método científico, los investigadores no daban con la razón de sus dimensiones anormales. A 200 años de su fallecimiento, esto es lo que se sabe sobre su condición.
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A la mirada de la sociedad del siglo XVIII, Charles Byrne era un fenómeno. Con 2.31 metros de alto, tenía manos grandes y extremidades típicamente largas. En los grabados que quedaron de la época, se le representó comparativamente a hombres promedio, así como a aquellos que tenían enanismo.
Incluso entonces, se le conocía como ‘el Gigante de Irlanda’: el hombre que había crecido hasta dimensiones que ningún otro había alcanzado. En la actualidad, se sabe que el hombre padeció de un tumor benigno sobre la glándula pituitaria. Esto propulsó, según Science Alert, que tuviera una abundancia anormal en la hormona del crecimiento.
Fue así, que Byrnes desarrolló una condición conocida como acromegalia, o gigantismo:
«La acromegalia es un trastorno hormonal que se padece cuando la glándula pituitaria produce gran cantidad de hormona de crecimiento durante la edad adulta», documenta la Clínica Mayo.
Por ello, sus huesos se extendieron hasta dimensiones poco comunes. Aunque no sabía con exactitud clínica qué condición tenía, Charles Byrne siempre se supo como un miembro de la marginalidad. Al punto que, antes de morir, pidió explícitamente que se le enterrase en el mar, para no quedar exhibido como un objeto de morbo.
Sus deseos fueron sencillamente ignorados por la sociedad científica británica.
Más detalles sobre Charles Byrne:
Los curadores del Royal College of Surgeons of England en Londres pasó por alto los deseos de muerte de Charles Byrne. Contra su voluntad, exhibieron su esqueleto en una vitrina, como si fuera un espécimen raro, junto con la de un hombre adulto promedio del Reino Unido. Fue así como los restos de un ser humano —que expresamente dejó su voluntad clara— pasaron a ser una pieza de museo.
Charles Byrne permaneció expuesto durante casi dos siglos, como parte de la Hunterian Collection. Aunque la exhibición de su esqueleto siempre fue controvertida, de cualquier manera quedó a la vista de la mirada pública por ser una rareza médica, como se le hizo referencia en su momento.
En su momento, el Museo Hunterian hizo investigaciones póstumas sobre el cadáver de Byrne. En la actualidad, las autoridades de la institución reconocen que lo que se hizo «ya no se puede revertir», pero finalmente se consiguió que el esqueleto quedara fuera del acervo de la colección.
Después de 200 años, Charles Byrne finalmente recibirá la sepultura que deseó toda su vida: lejos de los ojos morbosos que lo consideraron, por años, una rareza médica.
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