Víctima de su propio hechizo apasionado, Cupido sufrió las consecuencias de un enamoramiento cegador que lo llevó al inframundo. Ésta es su historia.
La diosa del amor tuvo una relación con Hermes, el mensajero de los dioses en el Olimpo. Después de eras de intensa interacción sexual, concibió a un bebé alado de rizos dorados. El niño era perfecto, y no podría ser de otra manera: finalmente, su madre era Artemisa, la patrona de la belleza. Lo nombraron Eros, que del griego antiguo se traduce como amor. Más tarde, los romanos le conocerían como Cupido.
Como el hijo consentido de Artemisa, Cupido se convirtió en un niño necesitado de atención constante. Tanto así, que su madre le concedió un arco y flecha únicos, para que atravesara los corazones de sus enemigos y de los mortales. Al contacto con las puntas de las flechas, la persona caería víctima de un hechizo inescapable, que le cegaría en un trance imposible. El nuevo dios del amor, sin embargo, no contaba con que un día quedaría flechado él mismo. Ésta es su historia.
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Un trance apasionado
Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, tenía razón al decir que infancia es destino. Como un niño inquieto, Cupido se ganó la enemistad de varios dioses en el Olimpo. Siempre estaba revoloteando por ahí, molestando a sus vecinos y a las personas non gratas de su madre, que sumaban una lista extensa.
Por ello, en diversas representaciones y mosaicos romanos se le muestra haciendo maldades, o con una mueca traviesa que le atraviesa el rostro:
«A menudo aparecía como un niño alado que llevaba un arco y un carcaj de flechas cuyas heridas inspiraban amor o pasión en cada una de sus víctimas», documenta Britannica.
Mientras que su madre se distinguía por ser una diosa vengativa, Cupido destacó en el panteón grecorromano por ser un niño escandaloso y molesto. Los mortales, sin embargo, lo miraban con benevolencia: finalmente, de él dependía que encontraran una pareja que pudieran amar para toda la vida. En algunos poemas antiguos, se describe a sus víctimas como «en un trance apasionado».
No era para menos.
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El arquero que se flechó a sí mismo
La ‘maldición de Cupido’, como se le conocía al enamoramiento en la Antigüedad, consistía en lo siguiente. Cuando el dios alado del amor escogía a una víctima, atravesaba su corazón con una de sus flechas únicas. Bajo esta influencia, la persona quedaría perdidamente enamorada de la primera persona que se encontrara con la mirada. No había vuelta atrás.
Después de años de flechar a parejas de mortales con descuido, flechando a las humanas hermosas que ‘eclipsaban’ a su propia madre, Cupido cometió un error fatídico. Mientras hacia sus rondas rutinarias para hechizar seres humanos, se encontró con la hija de unos reyes en alguna isla griega. La conocían como Psique.
En camino a flecharla, sin embargo, el arquero se raspó con una de sus flechas. Al encontrarse con el rostro de la princesa, fue inevitable: quedó perdidamente enamorado de ella.
Ninguno de los dioses griegos se lo hubiera imaginado: Cupido visitó asiduamente a Psique. A pesar de las advertencias de su madre para que desistiera, el dios insistía en pasar la noche con la princesa griega. En un arrebato de celos y furia, Artemisa la raptó para llevársela al inframundo. Ahí, le tenía preparados varios obstáculos, que la mantendrían alejada de su hijo para siempre.
O eso pensaba.
Salir de la Laguna Estigia
Cupido no le tuvo miedo a la furia de Afrodita. Por el contrario, dejó sus deberes como dios del amor para salvar a Psique de las fauces del inframundo. Mientras tanto, la mujer sufrió azotes, hambruna y terror en la oscuridad absoluta del Reino de Hades. En algún momento, cuenta la leyenda, pensó en dejarse morir para unirse a las demás almas. No quería sufrir más.
Sin embargo, Cupido logró encontrarla. Para evitar la furia de su propia madre, el dios del amor acudió directamente a Zeus, quien le concedió la libertad de desposar a quien él quisiera. Frente a la corte de los dioses griegos, el arquero alado y Psique finalmente se casaron, con el reconocimiento de todo el Olimpo.
Fue entonces que Cupido relató la serie de atrocidades que Afrodita había hecho para impedir su casamiento. En compensación, Zeus le concedió a la pareja un espacio entre las estrellas. Y así, se elevaron para formar parte del firmamento, por los siglos de los siglos.
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