¿Y Cleopatra? ¿En dónde está Cleopatra? En todas partes, por supuesto, dado que su nombre ha sido inmortalizado en máquinas tragamonedas, juegos de mesa y tintorerías; adoptado por bailarinas exóticas; impuesto a un proyecto para determinar la contaminación del Mediterráneo. Mientras sigue la órbita solar como el asteroide Kleopatra 216, sus «baños rituales y estilo de vida decadente» han servido de inspiración para un perfume. Actualmente, la mujer que gobernó Egipto como la última de los faraones, acusada de probar pócimas tóxicas en sus prisioneros, está envenenando a sus súbditos como la marca de cigarrillos más popular de Medio Oriente.
Según la memorable frase del crítico Harold Bloom, Cleopatra fue la «primera celebridad del mundo». Si la historia es escenario, ninguna actriz ha mostrado mayor versatilidad: hija augusta, madre regia, hermana majestuosa de una familia que, en comparación, hace ver a los Soprano como una familia mojigata.
Aunque omnipresente, Cleopatra también brilla por su ausencia, no hay una representación fiable de su rostro. Las pocas imágenes de que disponemos se sustentan en perfiles poco halagüeños estampados en monedas. Hay un relieve abstruso de seis metros de altura en el templo de Dendera y los museos exhiben algunos bustos de mármol muchos de los cuales podrían incluso no ser de ella.
Más que su hermosura, los historiadores de la antigüedad elogiaron su atractivo, aunque ciertamente tuvo el talento para despertar pasiones en dos poderosos romanos: Julio César, con quien concibió un hijo, y Marco Antonio, su amante durante más de una década y padre de otros tres descendientes.
Para el historiador griego Plutarco, Cleopatra no poseía una belleza «tal que asombrara a cuantos la veían; mas la interacción con ella era arrobadora y su apariencia, junto con su habilidad para persuadir en un coloquio y el temperamento con que acompañaba cada intercambio, resultaba muy estimulante. También daba placer con el tono de su voz, pues su lengua era como un instrumento de varias cuerdas».
Muchos se han preguntado por el paradero de la tumba de Cleopatra desde que fue vista por última vez en su mausoleo, ataviada con diadema y sus mejores galas, y reclinada en lo que Plutarco describe como un diván dorado. Después de que César fue asesinado, su heredero, Octaviano, luchó contra Marco Antonio durante más de una década por el control del Imperio Romano; cuando finalmente derrotó a las huestes de Marco Antonio y Cleopatra en Accio, sus fuerzas entraron en Alejandría el verano del año 31 a. C. y la reina egipcia decidió parapetarse tras las puertas colosales de su mausoleo, rodeada de oro, plata, perlas, arte y numerosos tesoros, jurando que les prendería fuego para evitar que cayeran en manos romanas.
Fue en ese mausoleo donde Marco Antonio, herido de muerte por mano propia, fue conducido el primero de agosto para tomar un último sorbo de vino y expirar en brazos de Cleopatra. Igualmente, allí fue donde, al cabo de unos 10 días de la muerte del general, la soberana, decidida a evitar la humillación de la derrota y el cautiverio, se suicidó a la edad de 39 años, supuestamente con el veneno de un áspid.
El historiador romano, Dion Casio, cuenta que, por orden de Octaviano, el cuerpo de Cleopatra fue embalsamado y depositado junto al de su derrotado consorte romano. Inspirado en ese cuadro, Shakespeare proclamó 16 siglos más tarde: «Ninguna tumba de la Tierra encerrará una pareja tan famosa».
Sin embargo, no tenemos la menor idea de la ubicación de aquella tumba. La cantidad de atención que los artistas han dedicado a Cleopatra es inversamente proporcional a la escasez de materiales arqueológicos obtenidos sobre ella. Alejandría y sus alrededores han despertado menos interés que los sitios más antiguos de la ribera del Nilo, como las pirámides de Giza o los monumentos de Luxor. Y con razón: terremotos, marejadas, la crecida del mar, el hundimiento del suelo, conflictos civiles y el reciclado desapasionado de piedras de construcción han destruido el distrito vetusto que habitaron Cleopatra y sus antepasados. Así es como, en la actualidad, la antigua majestuosidad de Alejandría yace unos seis metros bajo el agua.
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En las últimas décadas, la arqueología ha decidido, por fin, buscar con afán el sitio de su sepultura. Iniciada en 1992 por el explorador francés Franck Goddio, la excavación submarina ha permitido que los investigadores creen un mapa de las zonas sumergidas de la antigua Alejandría, con sus muelles y explanadas, y los terrenos hundidos que alguna vez fueron ocupados por las residencias reales. Cubiertos de percebes, los hallazgos devueltos a la superficie alientan un mejor entendimiento del mundo de Cleopatra.
«Mi sueño es encontrar una estatua de Cleopatra, con su cartucho egipcio», comenta Goddio. Sin embargo, hasta ahora, sus esfuerzos no han derivado en el hallazgo de una tumba.
Desde hace poco, un templo desértico en las afueras de Alejandría se ha convertido en objeto de otra investigación, la cual cuestiona si una reina cautelosa y previsora como ella optó por construir su tumba en un sitio de mayor significado espiritual que el centro de Alejandría. Tal vez algún rincón sagrado donde sus restos momificados pudieran reposar apaciblemente junto a su amado Marco Antonio.
En noviembre de 2006, el entonces secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades, Zahi Hawass, extrajo una hoja membretada donde había hecho un bosquejo de los aspectos sobresalientes de un sitio arqueológico que él y un equipo habían explorado el año anterior. Esta investigación particular comenzó cuando la dominicana, Kathleen Martínez, contactó a Hawass en 2004, ansiosa de compartirle una teoría en la que había trabajado. La idea de la investigadora sostenía que Cleopatra podría estar sepultada en un ruinoso templo cerca de la ciudad costera de Taposiris Magna (actualmente Abusir).
Localizada entre el Mediterráneo y el lago Mareotis, la antigua Taposiris Magna fue una ciudad portuaria importante en tiempos de Cleopatra. Sus viñedos eran famosos por su buen vino. El geógrafo Estrabón, quien visitó Egipto en 25 a.C., menciona que Taposiris fue escenario de un festival público grandioso, posiblemente en honor del dios Osiris.
Hawass explica que «antes de comenzar la excavación, pensábamos que Cleopatra estaba enterrada de cara al palacio de Alejandría, en la zona de tumbas reales». Pero con el tiempo, Martínez lo persuadió de que valía la pena explorar otra posibilidad: que Cleopatra hubiera sido lo bastante astuta para garantizar que su cuerpo y el de Marco Antonio permanecieran sepultos y protegidos en un lugar donde nadie perturbaría su vida eterna.
La obsesión de Kathleen Martínez con Cleopatra nació de una discusión que tuvo con su padre en 1990, cuando tenía 24 años. Aquel día, entró en la biblioteca familiar para buscar un ejemplar de Antonio y Cleopatra, de Shakespeare. Su padre, Fausto Martínez, profesor y erudito jurídico, se puso a despotricar contra la célebre reina afirmando que había sido una mujerzuela. «¡Cómo puedes decir eso!», protestó la joven. Luego de un prolongado debate en el que Kathleen argumentó que la propaganda romana y los siglos de prejuicio contra las mujeres habían distorsionado la identidad de Cleopatra, el profesor Martínez terminó por aceptar que su crítica había sido injusta.
En ese momento, Martínez tomó la decisión de averiguar todo lo posible sobre la reina y, a tal fin, estudió minuciosamente los textos canónicos, en particular el relato de Plutarco acerca de la alianza de Marco Antonio con Cleopatra. Resultó evidente que los romanos se esforzaron en representarla (en el peor de los casos) como una déspota lujuriosa y decadente, o (en el mejor) como una política manipuladora que provocó el enfrentamiento de las facciones enemigas de la superpotencia emergente que era Roma. También constató que, muy posiblemente, los investigadores modernos habían pasado por alto importantes pistas sobre el lugar donde yacía sepultada.
En 2004, envió un mensaje electrónico a Hawass, pero no recibió respuesta. Martínez lo acosó con correspondencia electrónica, enviándole, según sus cuentas, más de 100 correos. No obstante, como el silencio persistía, decidió ir a El Cairo y, a la larga, consiguió una audiencia con Hawass gracias a un guía que había trabajado para el Consejo Supremo de Antigüedades.
«¿Quién es usted y qué quiere?», demandó Hawass cuando Martínez se presentó en su oficina el otoño de 2004. La dominicana no dijo que estaba en busca de Cleopatra. «Deseo visitar lugares que no están abiertos al público», le explicó, y fue así como Hawass autorizó su acceso a diversos sitios de Alejandría, Giza y El Cairo.
En marzo de 2005, Martínez regresó a Egipto y fue a ver a Hawass de nuevo. La dominicana le indicó que había ido a Taposiris Magna el año anterior y que deseaba visitar nuevamente el sitio, pues contenía restos de una iglesia copta. Hawass accedió una vez más. Después de fotografiar y recorrer el lugar, regresó con Hawass. Martínez anunció que quería realizar una excavación en Taposiris. «Tengo una teoría», agregó y reveló su sospecha de que Taposiris Magna era el lugar donde Cleopatra se encontraba sepultada.
Aunque Cleopatra VII nació en Egipto, descendía de una estirpe de monarcas griegos que gobernaron Egipto durante casi 300 años. La dinastía ptolemaica de Macedonia fue una de las más extravagantes de la historia. Era famosa por su riqueza y sapiencia, amén de sus rivalidades sangrientas y el tipo de «valores familiares» que los modernos proponentes de esa frase seguramente reprobarían, ya que incluían el incesto y el fratricidio.
Los ptolemaicos llegaron al poder luego de que Alejando Magno conquistara el Bajo Egipto durante una campaña intensiva iniciada en 332 a. C., con la que puso fin a la ocupación opresiva persa. El macedonio trazó los planos de Alejandría, ciudad que sería la capital de Egipto durante casi 1000 años.
A la muerte de Alejandro, en 323 a. C., Egipto pasó a manos de Ptolomeo, uno de sus generales de confianza. Ptolomeo fue coronado faraón en 304 a. C., en el aniversario de la muerte de Alejandro. Para la ocasión, hizo ofrendas a las deidades egipcias, adoptó un nombre real egipcio y se hizo retratar en un atuendo faraónico.
El mayor legado de aquella dinastía fue su capital, con una calzada de 32 metros de ancho, columnatas de caliza relucientes, palacios en la bahía y templos guardados por una de las siete maravillas del mundo antiguo: el Faro de Alejandría. En poco tiempo, Alejandría se convirtió en la ciudad más grande y sofisticada del orbe, una populosa y cosmopolita mezcla de egipcios, griegos, judíos, romanos, nubios y nativos de otros pueblos. Lo más granado y espléndido del mundo mediterráneo se daba cita en Alejandría para estudiar en el Mouseion, la primera academia del mundo, así como en su gran biblioteca.
El talento de los ptolemaicos para la intriga solo era superado por su afición a la ostentación. El desfile fue una fantasmagoría de música, incienso, nubes de palomas, camellos cargados de canela, elefantes calzados con zapatillas de oro y toros de cuernos dorados. Entre los carros alegóricos había un Dionisio de cinco metros de altura que hacía libaciones con un cáliz dorado.
Cuando Cleopatra VII ascendió al trono en 51 a. C., a los 18 años, el imperio ptolemaico comenzaba a derrumbarse. Habían perdido los territorios de Chipre, Cirene (Libia oriental) y algunas regiones de Siria. Muy pronto, los ejércitos romanos estarían acuartelados en la propia Alejandría. Con todo, a pesar de la sequía, la hambruna y la guerra civil a punto de estallar, Alejandría seguía siendo una ciudad deslumbrante. Cleopatra estaba decidida a revivir su imperio, no obstaculizando el creciente poderío de los romanos sino volviéndose útil provisora de barcos y grano, y pactando una alianza con el general Julio César por medio de un hijo común, Cesarión.
Para evitar que sus súbditos resintieran los acercamientos que tenía con Roma, Cleopatra adoptó las tradiciones de Egipto y, así, se cuenta que fue la primera soberana ptolemaica que se tomó la molestia de aprender la lengua egipcia. Sin embargo, los ptolemaicos estaban auténticamente intrigados con el concepto egipcio de la vida en el más allá, fascinación que engendró una religión híbrida greco-egipcia.
Uno de los mitos fundacionales de la religión egipcia, la leyenda cuenta que Osiris, asesinado por su hermano Seth, fue descuartizado y sus restos dispersados por todo Egipto. Dotada del poder que adquirió engatusando a Ra, dios del sol, Isis, esposa y hermana de Osiris, resucitó a su hermano-esposo el tiempo suficiente para concebir un hijo, Horus, quien después vengaría la muerte de su padre.
A partir de 37 a. C., la joven monarca creyó que alcanzaría su ambición de expandir el imperio cuando Marco Antonio restituyó varios territorios a Egipto y designó como soberanos a los hijos de ella. Cleopatra asistió al festival organizado en Alejandría ataviada con el atuendo sagrado de Isis, para celebrar la victoria de Marco Antonio sobre Armenia en 34 a.C., apenas cuatro años antes de su suicidio y el fin del Imperio Egipcio.
La estrecha filiación de Cleopatra con Isis y su función real como manifestación de la gran diosa de la maternidad condujeron a Kathleen Martínez hasta Taposiris Magna. Con base en las descripciones de Estrabón sobre el antiguo Egipto, Martínez bosquejó un mapa de sitios de enterramiento potenciales e identificó 21 localidades asociadas con la leyenda de Isis y Osiris.
Luego de inspeccionar más de una docena de templos, Martínez fue al oeste de Alejandría, por un camino costero, para explorar las ruinas que consideraba la última y mejor posibilidad de confirmar su teoría. Según estudios de datación, la construcción del templo de Taposiris Magna se remonta al reinado de Ptolomeo II, aunque podría ser más antiguo. El sufijo «Osiris» lo designa como un lugar sagrado, uno de por lo menos 14 sitios dispersos por todo Egipto donde, según la leyenda, fue enterrado el cuerpo del dios (o alguna de sus partes).
Con el Mediterráneo a la derecha y el lago Mareotis a la izquierda, Martínez caviló sobre la posibilidad de que Cleopatra hubiese recorrido una ruta similar, eligiendo como última morada aquella ubicación estratégica.
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En 1935, un viajero británico llamado Anthony de Cosson describió Taposiris Magna como «el monumento antiguo más espléndido al norte de las pirámides». Por lo anterior, sorprende que hubieran realizado muy pocos trabajos en el sitio. En 1905, mientras excavaba un patio del temploel célebre arqueólogo italiano Evaristo Breccia descubrió unos baños romanos. Luego, en 1998, cuando un equipo húngaro encabezado por Gyz Vörös halló rastros de una estructura con una columnata en el interior del recinto, se llegó a la conclusión (equivocada, como después verían) de que aquél había sido un santuario dedicado a Isis.
Para 2004, tras la publicación del libro de Vörös, Taposiris Magna, resultó evidente que el templo había tenido tres distintas encarnaciones: santuario ptolemaico, fuerte romano e iglesia copta. ¿Acaso sirvió a otros propósitos? El propio Zahi Hawass comenzó a contemplar la posibilidad de que el busto de Isis bien pudiera ser un retrato de la mismísima Cleopatra. Y así, en octubre 2005, dio comienzo la excavación.
Una mañana sofocante y soleada de mayo de 2010, Kathleen Martínez nos recibió en el templo, arropada con una camisa de manga larga, pañoleta y mitones. En un ángulo, justo al norte, puede adivinarse el rastro de una capilla dedicada a Isis, mientras que en el extremo sur se encuentra un foso excavado con forma rectangular: «Era el lago sagrado», informa Martínez.
En 2005, cuando Martínez y su equipo comenzaron a explorar el terreno, la dominicana tenía menos interés en hallar el trofeo de la tumba de Cleopatra que en encontrar, simplemente, suficientes pruebas para sustentar su teoría de que Taposiris Magna era el lugar indicado para la búsqueda. Su intención era demostrar que aquel templo fue uno de los más sagrados de la época, que estuvo dedicado al culto de Osiris e Isis y que los egipcios habían abierto túneles bajo los muros del recinto sagrado. Y antes de concluir el primer año, Martínez fue recompensada con el hallazgo de un tiro y varias cámaras y pasadizos subterráneos.
Durante la temporada 2006-2007, el equipo egipcio-dominicano encontró tres pequeños depósitos de basamento en la esquina noroeste del templo de Osiris. Aquellos depósitos confirmaron, de manera concluyente, que el templo de Osiris fue construido durante el reinado de Ptolomeo IV, quien ocupó el trono antes que Cleopatra. En 2007 los excavadores se toparon con el esqueleto de una mujer gestante que murió durante el parto. La diminuta osamenta del nonato descansaba entre las caderas del esqueleto femenino. La mandíbula distendida sugería el sufrimiento de la madre que, asía un pequeño busto de Alejandro Magno tallado en mármol blanco.
Al cabo de seis años, Taposiris Magna se ha transformado en uno de los sitios arqueológicos de mayor actividad en Egipto. Hasta ahora se han hallado más de mil artefactos, 200 de ellos muy significativos: vasijas, monedas, joyería de oro, fragmentos de cabezas esculpidas. Uno de los descubrimientos más importantes fue el gran cementerio situado en el exterior del santuario, lo que sugiere que los súbditos deseaban ser sepultados cerca de los restos de su soberano.
No obstante, la tumba de Cleopatra sigue fuera del alcance, como un espejismo provocativo, y la teoría de quién está sepultado en Taposiris Magna aún se sustenta en especulaciones más que en hechos. ¿Es posible que el reinado de Cleopatra se desenvolviera con demasiada celeridad para permitirle construir una tumba secreta? Como caballo alado, la historia fantástica de Martínez vuela desafiando el principio de la parsimonia. Todavía queda mucho por hacer para que la posibilidad se vuelva imposibilidad.
Los críticos de la teoría de Martínez señalan que, en el campo de la arqueología, son muy contados los casos en que alguien ha anunciado que busca algo y finalmente lo encuentra. «No hay pruebas de que Cleopatra quisiera o pretendiera esconder su tumba, sentencia Duane Roller, respetado erudito en la historia de la célebre soberana. Habría sido difícil ocultar la ubicación a Octaviano, quien la sepultó. Todo apunta a que quedó enterrada con sus antepasados. Los materiales de Taposiris Magna atribuidos a la época de Cleopatra no pueden considerarse significativos, porque en muchos rincones de Egipto hay artefactos relacionados con ella».
Si algún día encontraran el sepulcro de Cleopatra, la proeza arqueológica rivalizaría con la hazaña de Howard Carter en 1922, cuando descubrió la tumba de Tutankamón. Ahora bien, ¿acaso el hallazgo de la tumba contribuirá a detallar nuestro retrato de la última reina de Egipto? Por una parte, ¿cómo no podría ser así? En el último siglo, casi la única aportación nueva al registro arqueológico es lo que muchos estudiosos consideran un fragmento de la caligrafía de Cleopatra: un trozo de papiro otorgando una exención fiscal a un ciudadano romano de Egipto, datada en el año 33 a. C.
Es posible que el descubrimiento del sepulcro merme lo que Shakespeare denominó «su infinita variedad». Incorpórea, mitificada en extremo, más contexto que texto. Cleopatra es libre de ser distintos personajes en diferentes momentos y quizá en ello estribe su vitalidad. Ningún otro personaje de la antigüedad resulta igual de versátil en sus ambigüedades, igual de moderno en sus contradicciones.
Es la hora del almuerzo en el sitio de la excavación y los obreros se retiran a comer a la sombra. Sentados sobre el pórtico del templo, bajo la luz del mediodía, contemplamos el mar a la distancia. Había una sensación de quietud en el ambiente, como un atisbo de eternidad, como si los antiguos dioses egipcios merodearan el recinto.
La búsqueda de Cleopatra ha implicado un alto precio para Martínez, quien debió renunciar a su floreciente práctica legal en Santo Domingo e invertir gran parte de sus ahorros en la excavación. Aunque se ha mudado a un apartamento de Alejandría y está aprendiendo árabe, la vida lejos de parientes y amigos dista mucho de ser fácil. Durante la revolución iniciada a principios de año, fue confrontada por un agresivo grupo de hombres mientras trabajaba en el sitio, de suerte que ha tenido que interrumpir su trabajo por el momento. Pretende reanudar actividades en otoño.
«Tengo confianza en que hallaremos lo que buscamos», dice. La diferencia es que ahora trabajamos directamente en el suelo, en vez de en los libros».
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