Arqueólogos estudian el complejo real de Rathcroghan, en Irlanda, con su misteriosa entrada al inframundo.
En medio de un prado en Irlanda hay un montículo donde las ovejas pastan. De haberse ubicado en el mismo punto hace siglos, estos animales habrían sido parte de un ritual en el que, al ritmo de cánticos, los oficiantes disfrazados los hubieran levantado para ofrecerlos en sacrificio a espíritus malignos que se creía habitaban en la cueva cercana de Oweynagat.
Esta colina se erigía en el corazón de Rathcroghan, núcleo del antiguo reino irlandés de Connacht. El que fue centro político y social de la Edad del Hierro yace debajo de la tierra del condado de Roscommon. Hoy día, Irlanda trabaja para que la Unesco lo incluya en su lista de sitios Patrimonio de la Humanidad.
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¿La entrada al infierno está en Irlanda?
Rathcroghan ocupa más de seis kilómetros cuadrados de territorio y comprende 240 yacimientos arqueológicos que se remontan a 5 mil 500 años. Estos incluyen túmulos funerarios, ringforts (asentamientos circulares fortificados), monumentos megalíticos, terraplenes lineales, un santuario ritualístico de la Edad del Hierro y Oweynagat, la llamada entrada al infierno.
El arqueólogo Daniel Curley cuenta que hace más de 2 mil años, cuando las comunidades de Irlanda parecían rendir tributo a la naturaleza y a la Tierra, en Rathcroghan surgió el festival de Samhain para conmemorar el Año Nuevo. En el siglo XIX, migrantes irlandeses llevaron esta tradición a Estados Unidos, donde se transformó en la práctica que celebra el consumo excesivo de azúcar: Halloween.
Dorothy Ann Bray, antigua profesora asociada de la Universidad McGill y experta en folclor irlandés, explica que la Irlanda precristiana dividía cada año en verano e invierno. Y en ese marco conmemoraban cuatro días festivos. Imbolc, el 1 de febrero, festival que coincidía con la temporada del nacimiento de los corderos.
Bealtaine, el 1 de mayo, que proclamaba el fin del invierno, e incluía tradiciones como lavarse la cara con el rocío, arrancar las primeras flores de la temporada y bailar alrededor de un árbol decorado. El 1 de agosto se celebraba el Lughnasadh, fiesta de la cosecha que se dedicaba al dios Lugh y que presidían los reyes irlandeses, mientras que el 31 de octubre se festejaba el Samhain para concluir un año pastoral e iniciar el siguiente.
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Rathcroghan: un asentamiento en torno a una corte real
Rathcroghan era un asentamiento en torno a una corte real y un sitio clave para celebrar festividades. Durante el , el avispero de actividades se concentraba en el templo rodeado de túmulos funerarios para la élite de Connacht.
Es probable que aquella población privilegiada haya vivido en Rathcroghan, mientras que las comunidades de clase popular de Connacht habitaban en parcelas dispersas y acudían al sitio solo para los festivales. En esos eventos comerciaban, disfrutaban de banquetes, intercambiaban regalos, jugaban, negociaban matrimonios y anunciaban declaraciones de guerra o paz.
Es posible que los asistentes también llevan ofrendas para los rituales que honraban a los espíritus. A esa dimensión subterránea, oscura, también se le conoce como Tír na nÓg, y era habitada por los inmortales, así como por un sinnúmero de bestias, demonios y monstruos. Durante el Samhain, algunas de estas criaturas escapaban por la cueva de Oweynagat.
“Desaparecía el muro invisible que separaba el mundo de los vivos del místico”, asegura Mike McCarthy, guía turístico de Rathcroghan e investigador que ha copublicado varios libros sobre el complejo. “De Oweynagat salía una multitud de temibles bestias sobrenaturales para asolar el paisaje y prepararlo para el invierno”.
En honor a los espíritus
Las personas agradecían la labor agricultural que realizaban estos espíritus, pero temían ser víctimas de su furia; para evitar un posible daño, se protegían con fogatas ritualísticas en las cimas de las montañas y en las praderas. McCarthy asegura que se disfrazaban de espíritus malignos para que no los arrastraran al otro mundo.
Pese a estas leyendas cautivadoras –y al extenso yacimiento arqueológico en el que surgieron– uno podría pasar por Rathcroghan y ver solo prados. Algunos expertos afirman que este es el complejo real más grande de Europa que no se ha excavado. No solo nunca se ha desenterrado, también antecede la historia escrita de Irlanda. Esto quiere decir que los científicos deben armar su narrativa con tecnología no invasiva y piezas arqueológicas regionales.
Si bien, durante siglos los irlandeses sabían que este sitio era hogar de Rathcroghan, hasta la década de los noventa del siglo XX un equipo de investigadores irlandeses empleó teledetección remota para revelar sus secretos arqueológicos subterráneos.
“La belleza del enfoque que se ha empleado en Rathcroghan es que ha desvelado mucho sin la destrucción que implica excavar monumentos megalíticos”, afirma Curley.
Esta política de preservar la integridad y autenticidad de Rathcroghan se extiende al turismo, aunque es uno de los atractivos menos visitados de Irlanda: capta cerca de 22 mil curiosos al año, a diferencia de los millones a los que enamoran los acantilados de Moher.
“Si la Unesco incluye a Rathcroghan en la lista de sitios Patrimonio de la Humanidad y enamora a más visitantes, sería maravilloso, porque podría resultar en más fondos para cuidar el complejo arqueológico. Pero queremos un turismo sustentable, no una oleada relacionada con el Halloween”, afirma Curley.
Más allá del ‘dulce o truco’
Para los viajeros que se toman la molestia de visitar el complejo arqueológico es difícil encontrar la cueva de Oweynagat. Apenas está señalizada: se oculta debajo de una arboleda en un prado, al final de un camino de terracería de un solo sentido, sin salida. Está más o menos a un kilómetro al sur del montículo del templo, mucho más accesible.
Los visitantes deben brincar una cerca, atravesar un prado a pie y asomarse al estrecho pasaje de Oweynagat. En la Edad del Hierro, hacer esto durante el Samhain hubiera sido peligroso, e incluso un tétrico disfraz no hubiera brindado protección ante la ira de una criatura malévola.
Dos mil años después, la mayoría de quienes se disfrazan para pedir “dulce o truco” en Halloween, no saben que imitan una tradición histórica que conllevaba un riesgo mucho más alto que pedir golosinas.
Este artículo es de la autoría del periodista Ronan O’Connell. De origen irlandés-australiano, radica actualmente en Perth.
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