Mientras la proa recorre las últimas millas, por los parlantes se anuncia el inminente arribo. Los cabos se hacen firmes a las bitas del muelle principal y los turistas se preparan. Es momento de conocer Colonia del Sacramento en Uruguay. Aquí vive gente muy amigable.
Texto: Alex Macipe
Recorrer la ciudad que fundaron los portugueses, en 1680, es como volver al pasado. Manuel Lobo fundó la Nova Colonia do Santísimo Sacramento y la coronó como el primer asentamiento europeo en esta agua.
En este lugar se puede respirar ese aire nostálgico compuesto por tradición y anécdotas, no solo por historia, sino, por un presente que está más vigente que nunca, ya que en 1995 fue declarada por la UNESCO como patrimonio del la humanidad.
El casco antiguo de 12 hectáreas tiene calles de piedra y los frentes de las casas que no han sido modificados; a todo esto se le suma el estilo único de pequeños callejones, restaurantes, negocios e infinidad de bares con mesas en la calle bajo el sol diáfano, en donde una picada o el típico “chivito uruguayo”, junto a una cerveza bien fría, pueden durar horas.
Los perros caminan unos pasos por delante y nos muestran puntos notables como la Basílica del Santísimo Sacramento, el muelle viejo y algunas de las ruinas que afloran de las profundidades.
El sol cae; estamos frente a uno de los mejores atardeceres de la región donde la parada obligada es el mirador en la punta rocosa del muelle principal del puerto de yates. Una paleta de colores cálidos que junto a las nubes van creando diferentes formas a cada segundo.
Cuando la noche se instala todo se vuelve misterioso. Las calles se tornan místicas y fantasmales, especialmente la “de los suspiros” con su característico canal de desagüe central. Según dicen, pertenecía a la parte pobre de la ciudad en donde funcionaban varios burdeles. Los flashes de los celulares retumban en las paredes en modo “selfie”; nadie quiere perderse ningún recuerdo.
El río es cruel, tormentoso y traicionero por lo que luego de varios naufragios se decidió su construcción. Pero no hay faro sin anécdota: un farero sufrió grandes quemaduras mientras manipulaba el aceite de la antorcha en 1873.
Los altos muros de la antigua fortaleza fueron destruidos en 1875. El gran portón, que propiciaba de entrada a la polis, hoy está abierto para todos los que quieran visitar una de las ciudades más emblemáticas, no solo de Uruguay, sino de Latinoamérica.
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