No hay duda de que la cultura pop le otorgó a Chernóbil un encanto distópico que no para de crecer. El accidente y la ciudad fantasma de Prípiat, en Ucrania, han sido fuente de inspiración para toda clase de libros, documentales, videojuegos y películas desde que el mundo se enteró de la tragedia de hace 33 años.
Texto: Marissa Espinosa
Sin embargo, series recientes como Dark, donde el pueblo ficticio donde se desarrolla sucumbe a una fusión nuclear, y sobre todo la ya aclamada Chernóbil, que relata las vivencias de distintos participantes durante el accidente y la ineficiencia del aparato burocrático soviético, han impulsado el turismo en esta zona radioactiva pese al peligro que ello implica.
A mediados del siglo xx, la energía nuclear era sinónimo de progreso y triunfo tecnológico, y la URSS tenía grandes planes para ella.
Así se construyó Prípiat, la ciudad que no solo sería hogar de los empleados de la central eléctrica nuclear Vladímir Ilich Lenin, sino también la utopía del trabajador soviético. No obstante, tras la fusión del reactor número cuatro de la central, la ciudad que prometía futuro se convirtió en parte de una zona de exclusión altamente radiactiva junto con otras 90 comunidades que, además de Prípiat y la planta, incluyen la ciudad de Chernóbil.
Treinta y un personas murieron a causa del accidente, pero nadie está seguro del alcance que tuvo la nube radiactiva que dejó la explosión y las enfermedades que podría ocasionar.
Pero la naturaleza se adaptó a pesar de la radiación ambiental.
La fauna encontró un lugar donde desarrollarse: poblaciones de animales amenazados, como lobos, hallaron un espacio fuera del alcance humano para reproducirse y los castores han vuelto a construir presas que provocaron el resurgimiento de un pantano, el ecosistema original de la zona.
Aunque diferentes estudios coinciden en que la radiación no es buena para los seres vivos, no están de acuerdo sobre el alcance de los daños, como la cantidad de especímenes que mueren antes de llegar a la adultez y su impacto sobre la biodiversidad, así como las enfermedades que pueden desarrollar (cáncer, cataratas, tumores).
Desde el accidente en 1986, la zona de exclusión no ha estado completamente abandonada.
Grupos conocidos como liquidadores limpiaron y enterraron la materia contaminada por la radiación, además de construir un sarcófago que aisló el reactor cuatro de la planta por 30 años; operarios de los reactores uno, dos y tres trabajaron hasta el año 2000, cuando la planta cerró, mientras que los llamados carroñeros y stalkers saquearon y vandalizaron los edificios en Prípiat: colgaron máscaras en los techos, hicieron grafitis y montaron escenas tétricas con los juguetes abandonados.
Pero los habitantes más llamativos son los ancianos, que desafiaron al gobierno y volvieron a sus antiguos hogares en busca de un lugar propio para vivir tras las guerras y hambrunas que ha vivido Ucrania durante el último siglo.
Aunque en la central –el sector más contaminado– la radiación tardará cerca de 20,000 años en desaparecer, no todos los lugares de la zona de exclusión poseen el mismo nivel de radioactividad.
Por ello es que Chernóbil –a 20 kilómetros de la planta– es una ciudad dormitorio para las personas que resguardan el lugar, los investigadores y constructores del nuevo sarcófago que cubre el reactor dañado, así como para los curiosos que desean visitar esta región.
Puede parecer una locura destinar un sitio con tales características al turismo, pese a que existan lugares con mayores niveles de radiación natural –como estar en un avión a gran altitud–, pero para el gobierno ucraniano es una manera de crear conciencia sobre las consecuencias de la irresponsabilidad al manipular energía atómica, mientras deja claro que la nación ya no es una amenaza nuclear.
En 2011, diferentes agencias iniciaron tours a ciertas partes de la zona que ya no representan riesgos para la salud, elegidas con ayuda del gobierno.
Así, los visitantes cada día son más: en 2014, 8 000 personas visitaron la zona, mientras que en 2018 la cifra se disparó a 71,862, y solo en mayo de 2019, 12,591 personas estuvieron ahí.
Tal vez sea la ciudad abandonada, la incredulidad al desastre y el morbo de conocer más sobre uno de los peores accidentes nucleares lo que atrae a miles de visitantes. Pero también las medidas de precaución, como un tiempo límite de recorrido, evitar todo contacto con los animales, así como recoger flora o remover el suelo, hacen viable la experiencia.
Aunque se pretende que para 2065 la estructura que albergó el reactor cuatro esté completamente desmantelada, lo único seguro es que Chernóbil nunca permanecerá abandonado.
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