Los jóvenes rechazan destinar años de su vida a aprender a realizar piezas tradicionales.
El centenario mercado de Khan el Halii es uno de los pocos lugares de la cada vez más moderna capital egipcia donde aún se respira un ambiente como de otra era. Sin embargo, sus artesanos advierten que esa sabiduría adquirida a lo largo de siglos está muriendo lentamente.
La culpa, dicen, la tiene el desplome del turismo y la falta de interés entre los jóvenes por las técnicas artesanas tradicionales.
El zoco del Viejo Cairo data de 1382 y es un mareante laberinto de teterías y pequeñas tiendecitas donde se vende desde perfumes o aceites, especias, joyas y chales a coloridos souvenirs con forma de pirámide. En sus estrechas y ruidosas callejuelas adoquinadas comerciantes y clientes regatean los precios.
En los puestos del mercado hay numerosas baratijas hechas en China que evocan algún motivo egipcio, como llaveros con jeroglíficos, pero si uno busca con atención, también hay vendedores que ofrecen objetos originales realizados a mano por los cada vez menos artesanos locales.
Para elaborar estos pequeños tesoros se requieren años de aprendizaje. Y en la inestable economía egipcia, los jóvenes se interesan más por estudiar una carrera que les garantice un sueldo medio que pasar los años como aprendices en prácticas mal remuneradas.
El declive del turismo también ha hecho mella en los mercaderes, que ahora pasan gran parte del día bebiendo té o leyendo el periódico. Según expertos del sector, la recuperación plena podría tardar años.
«La gente quiere un trabajo de oficina y una vida fácil», afirma Adel Muawad Muhammed. A sus 53 años, este artesano comenzó como aprendiz cuando apenas tenía seis en un taller dedicado a hacer cajitas de madera decoradas con nácar. Y con el tiempo, ahorró el dinero necesario para comprar el taller.
«Este trabajo es muy complicado y hay mucho riesgo de que desaparezca», añade. «Sólo los que se dedican a esto traen a sus hijos para que aprendan, pero a veces incluso a esos jóvenes les da igual y dicen que es demasiado duro.» Según el experto, la artesanía con nácar se remonta al siglo XVI, cuando el imperio otomano gobernaba Egipto.
En el taller de Mohammed, que ahora da empleo a 65 personas y también hace muebles, las conchas de nácar se cortan en pequeñas piezas que luego son pulidas y ensambladas en intrincados diseños. Con ellos adornan cajas de madera de roble o caoba.
En el bazar a diez minutos a pie de allí, Salah Karim, de 28 años, mira la televisión dentro de uno de los puestos que vende cojines decorados, colgantes para la pared y colchas de llamativos colores. También este tipo de labores con hilo datan de los tiempos otomanos. Pero según confiesa el joven, la primera y única compra del día fueron dos fundas de almohada.
Los principiantes hacen unas 50 libras (5.30 euros) al día, mientras que los más expertos pueden llegar hasta las 150, pero en estos tiempos nadie trabaja», explica este artesano. «Teníamos tres empleados, pero ahora ya no vienen. Antes de la revolución ganábamos cientos de libras al día, pero ahora hay menos turistas.
En la librería Abd el Zaher, fundada en 1936, hay libretas encuadernadas a mano con tapas de cuero en un proceso para el que se necesitan unas diez personas. Pero aunque su producto salió hace poco en la revista de moda «Vogue», también este negocio languidece.
Tras las multitudinarias protestas contra el ahora derrocado presidente Mohammed Mursi, muchos europeos cancelaron sus vacaciones de verano. «La caída del turismo ha afectado muy negativamente a nuestras ventas, hay más productos que vienen de China y en los colegios no se enseña este tipo de artesanías», explica el dueño de la librería.
Muchos comerciantes culpan a la apatía del gobierno y se preguntan porqué el Ministerio de Turismo o el de Cultura no promocionan más activamente estas tradiciones o porqué -a su juicio- se hace tan poco para promover el interés de los jóvenes.
Los padres quieren que sus hijos «sean trabajadores de alto nivel», dice Said Salem, jefe y diseñador de una tienda de muebles artesanos.
«Todos quieren que sean médicos, pero de todos modos nunca serán buenos médicos», añade.
Según cuenta, intentó fundar una escuela para aprendices y pidieron al gobierno que les cediera un terreno. «Preguntamos al gobierno de (Hosni)
Mubarak y al de Mursi, pero no conseguimos nada. Nadie está dispuesto a aprender esta técnica, y en unas pocas generaciones desaparecerá», lamenta.
«Tenemos un producto genuino, muy egipcio, y podríamos ser competitivos a nivel mundial, pero al gobierno le da igual», sostiene el dueño de Salem Art Islamic Furniture. «Exportamos a Alemania y a Japón, imagínese lo que podríamos hacer si nos patrocinara el gobierno».