El crecimiento del proyecto queda en duda con el fin de la colaboración de Moscú.
Un pequeño paso para Moscú, un gran retroceso para la investigación. Así califican los expertos la decisión del Kremlin, que después de 15 años anunció el 13 de mayo el fin de su colaboración con la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) en 2020 como reacción a las sanciones estadounidenses impuestas en el marco de la crisis ucraniana. Ahora, el temor es que las luces de esta base espacial de la humanidad se apaguen en un futuro próximo.
Vladimir Surdin, de la universidad estatal de Moscú, opina que la decisión rusa llega en el momento justo. El mantenimiento de la ISS, a unos 400 kilómetros de la Tierra, cuesta mucho dinero, y los resultados de las investigaciones a bordo están siendo flojos, añadió. «Rusia ni siquiera puede espiar desde allí, porque los estadounidenses están constantemente controlándonos», dijo el experto en la emisora Echo Moskvy. Es hora de que Rusia busque nuevos objetivos, añadió.
Los socios occidentales de Rusia reaccionaron con cautela, pero mostrando también su decepción: tras la carrera espacial entre la antigua Unión Soviética y Estados Unidos durante la Guerra Fría, la ISS es hoy también un símbolo de la cooperación. Y aunque el contrato para la explotación de la estación culmina dentro de seis años, todos los implicados se habían mostrado hasta la fecha de acuerdo en ampliar este proyecto en el que participan Rusia, Estados Unidos, la Agencia Espacial Europea (ESA), Japón y Canadá.
Tanto es así que en enero, Estados Unidos dio luz verde a la financiación necesaria para su gestión hasta 2024. Y desde el punto de vista técnico, fuentes internas señalan que la ISS podría mantenerse activa hasta 2028. Pero el 13 de mayo, durante la reunión del director del programa espacial ruso, Oleg Ostapenko, el viceprimer ministro Dmitri Rogosin anunció que Moscú no ampliará el contrato una vez éste venza en 2020.
«Queremos utilizar nuestros recursos financieros para proyectos orientados al futuro», subrayó Rogosin. Aunque no dio detalles, en el pasado habló de una posible misión rusa a la Luna o incluso a Marte.
Críticas a la Estación Espacial Internacional ha habido desde sus comienzos, en 1998. Sus detractores sostienen que los costos totales del proyecto, que ascienden a más de 100,000 millones de dólares, no se corresponden con su aprovechamiento. Ninguno de los más de 1,200 experimentos llevados a cabo hasta la fecha han obtenido resultados notables, señalan.
La decisión de Moscú llega en medio de turbulencias en el terreno político. Occidente acusa a Rusia de desestabilizar políticamente a su vecina Ucrania, y por ello ha impuesto prohibiciones de entrada a algunos de sus políticos, entre ellos a Rogosin. Además, debido a la crisis ucraniana la Nasa también ha limitado su cooperación espacial con Rusia.
Ante esta situación, a partir de 2020 el futuro de este coloso de 450 toneladas y que orbita alrededor de la Tierra en 90 minutos a una velocidad de 28,000 kilómetros por hora lo decidirán las estrellas. Rogosin no descarta que Moscú gestione en solitario la parte rusa de la ISS o que, en lugar de con Occidente, en el futuro estreche su colaboración con China, potencia espacial en ciernes. Según anunció, el lunes viajará a Pekín para sondear el terreno.
Así, expertos occidentales no abandonan la esperanza de que, pese a todo, Rusia siga «a bordo de la ISS». La cooperación es plena y se basa en la confianza, subrayan. Y es que tras finalizar su programa de transbordadores, Estados Unidos se sirve de las cápsulas rusas Soyuz para el traslado de sus astronautas, un viaje por el que la NASA desembolsa unos 70 millones de dólares. No obstante, Estados Unidos ya está trabajando en un nuevo transbordador propio.