La tala avanza a un ritmo intenso, y reduce el tamaño del mayor bosque subtropical seco del mundo.
Nada detiene la tala indiscriminada en el Gran Chaco Americano, el principal pulmón verde sudamericano después de la Amazonía.
El avance de la frontera agropecuaria pone en jaque a una de las ecorregiones con mayor diversidad biológica que comparten Argentina, Paraguay y Bolivia, y afecta de forma directa a sus poblaciones.
En los últimos 20 años se han perdido unos 5 millones de hectáreas de bosques en Argentina, un 70 por ciento de ellas en la región del Gran Chaco Americano, que con un millón de kilómetros cuadrados es el mayor bosque subtropical seco del mundo con enormes reservas de agua y biodiversidad.
Pese a que la ley de protección ambiental de los bosques en Argentina se aprobó en 2007 y está en vigencia desde 2009, la deforestación continúa a ritmo intenso. Sólo en la provincia de Salta, desde 2008 se deforestaron cerca de 400,000 hectáreas, según estimaciones de la organización ecologista Greenpeace. Una situación similar ocurre en las provincias del Chaco, Santiago del Estero y Formosa, en el norte y noreste argentino.
En el Chaco, por ejemplo, «se obtiene un permiso legal para talar 400 hectáreas y se talan 600 ó 700, otros desmontes son directamente ilegales», advirtió Rolando Núñez, director del organismo de estudios e investigación social Centro Mandela. También hay tala encubierta en zonas silvopastoriles.
«La situación es complicada. Desde la aplicación de la ley ha habido un leve descenso de la deforestación», dijo a la agencia Hernán Giardini, de Greenpeace.
Permisos provinciales para deforestar, sorteando los vericuetos legales nacionales, poca vigilancia y multas que son asumidas como costos de la producción agropecuaria son algunos de los factores de una realidad que amenaza la riqueza biológica y a la población del Gran Chaco.
Una hectárea en la zona núcleo de la Argentina, la más rica para la producción agropecuaria, puede costar hasta 15,000 dólares. En la región del Gran Chaco, se pueden conseguir por entre 400 y 500 dólares. Y aunque el rendimiento no es igual, «hay una gran oportunidad de negocios para los productores en el norte argentino», señaló. «La mayoría de los que deforestan no son de la región», aclaró.
«Hay una responsabilidad compartida entre los grandes productores y los gobiernos locales que aplican la ley en beneficio de los terratenientes y eso está dejando un impacto muy grande en las comunidades campesinas e indígenas», sostuvo Giardini.
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El activista precisó que entre las consecuencias directas que sufren estas comunidades por la deforestación figuran «desalojos, hostigamientos y en algunos casos inclusive muertes». La organización contabiliza «por lo menos siete u ocho muertes en los últimos años vinculadas a la deforestación».
Por otra parte, las comunidades campesinas e indígenas, cuyo modo de vida está directamente relacionado con el bosque, quedan encerradas en zonas pequeñas sin recursos de subsistencia. En estado de vulnerabilidad, pasan a depender en gran parte de los planes estatales de asistencia social o migran hacia las ciudades.
El avance de la frontera agrícola es impulsado por el enorme crecimiento de las superficies sembradas con soja, el «oro verde» argentino, que a su vez desplaza a la ganadería a zonas menos productivas.
Se talan los bosques, se queman ilegalmente a cielo abierto sus restos y se siembra allí soja. En las zonas más secas, se opta por el «gatton panic», una pastura ganadera africana que se adapta bien a la región.
Pero el mal uso de los suelos, expuestos además al calor y el sol intenso de la región ya sin la protección de los bosques, no permite altos rendimientos. El uso de fertilizantes ayuda, pero también afecta a la zona aniquilando insectos, haciendo desaparecer abejas y sapos, por ejemplo.
En algunas regiones de Chaco también se quemaron las «cortinas vegetales», filas de árboles alrededor de las granjas sembradas, que se deben mantener para amortiguar el efecto del cálido viento norte. «Estamos en un punto muy crítico del equilibrio ambiental», lamentó Núñez.
La caída de los precios internacionales de los «commodities», en especial de la soja, agrava la situación de los pequeños y medianos productores de la región del Gran Chaco que años atrás optaron por talar sus bosques para subirse a la ola de la soja.
Muchos campos de entre 400 y 500 hectáreas no podrían ser sembrados en la próxima campaña por la baja rentabilidad, y serían arrendados por los grandes «pooles» de siembra, en un proceso de alta concentración de la producción. La región queda «en una extrema debilidad y dependencia de un modelo de monocultivo», señaló el abogado e investigador social.
A la hora de analizar soluciones, las voces coinciden en reclamar un mayor cumplimiento de la ley de bosques y una mayor intervención a nivel nacional.
A largo plazo, revalorizar las actividades productivas que se hacen en el bosque.
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La ONG Banco de Bosques quiere llegar un paso antes. «Nos propusimos crear un sistema de donaciones georeferenciadas, con Google Maps y una interfase, que le permite a un donante con poco dinero salvar una cantidad de metros cuadrados todos los meses. Esto, multiplicado por mucha gente, nos permite competir en el mercado de tierras con los que adquieren propiedades rurales para talar: compramos esos bosques para utilizarlos correctamente o crear nuevas áreas protegidas», explicó su director, Emiliano Ezcurra.
«También se puede ganar plata sin destruir el bosque, ya sea a través del turismo, la producción de miel, madera certificada, los productos forestales no madereros como los hongos comestibles, las hojas de árboles para la industria de los perfumes, varias cosas que el bosque genera y son fuente de rentabilidad sin necesidad de tener que meter una topadora y prender fuego para permitir el desarrollo agrícola o ganadero», remarcó Ezcurra.
El Banco de Bosques comenzó con un terreno de 40 hectáreas para rescatar la selva en la provincia de Misiones y su gran objetivo es la creación de un área protegida de 150,000 hectáreas en el Chaco, en concreto en la región de El Impenetrable.
En las zonas ya desmontadas, hay algunas iniciativas de reforestación, aunque los bosques nativos necesitan varias décadas para madurar. Están compuestos en su mayoría por árboles de madera dura y lento crecimiento.
«El problema es que por más que nos pusiéramos todos a reforestar ya, si continua esta velocidad de deforestación no te dan los tiempos. Si todas las provincias de Argentina deforestaran a la velocidad que lo hace Salta, en 30 años el país se queda sin bosques», alertó el directivo de Greenpeace.