El pino blanco japonés resistió cuatro siglos de historia, incluida la bomba atómica que EEUU lanzó sobre Hiroshima.
Un bonsái de cuatro siglos que sobrevivió el bombardeo de Hiroshima es noticia en todo el mundo, mas sus cuidadores quisieran que la atención se centrara no en lo ocurrido durante la guerra, sino en el papel que ha desempañado en la paz.
Sembrado en una maceta hace 390 años, el pino blanco japonés perteneció a una familia que vivía a unos tres kilómetros del sitio donde las fuerzas estadounidenses soltaron la bomba atómica hace 76 años, lapso que se cumple esta semana.
Cinco generaciones de esa familia cuidaron del árbol, hasta que lo entregaron a Estados Unidos, en 1975. Y ahora, al aproximarse el aniversario del bombardeo, la historia del bonsái se vuelve viral.
Pero el propio árbol no fue cedido debido a Hiroshima, dice Kathleen Emerson-Dell, quien le prodiga cuidados en el Arboreto Nacional de Estados Unidos, en Washington, D.C. Fue un regalo de amistad y una conexión; la conexión de dos culturas.
De hecho, el Arboreto no tuvo conocimiento de la conexión con Hiroshima hasta 2001, cuando dos nietos del maestro en el arte del bonsái, Masaru Yamaki, visitaron el Museo Nacional Bonsái & Penjing, propiedad de la plantación. La pareja quería ver el árbol de su abuelo, pues Yamaki lo había dado al gobierno de Estados Unidos como obsequio anticipado por el bicentenario del país.
El Arboreto nunca ha ocultado que el pino blanco japonés sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, tampoco íbamos a proclamarlo a gritos, comenta Emerson-Dell.
El bombardeo de Hiroshima fue uno de dos ataques atómicos que puso fin a la Segunda Guerra Mundial, cobrando la vida de unas 140,000 personas y devastando la ciudad. No obstante, los árboles de Yamaki de una elaboración impecable, como este pino blanco, se encontraban protegidos en un invernadero amurallado.
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El bonsái, de unos 60 centímetros de altura, tiene un tronco robusto, agujas cortas y fuertes de color verde y amarillo, y alambres impiden que sus ramas se levanten hacia el sol. Arrugas, mugre, torcimientos; todo eso le imparte personalidad, dice Emerson-Dell. Es como Katherine Hepburn; embellece con los años.
Su cuidadora espera que el público aprenda a apreciar el árbol como una celebración de supervivencia. «Hay una conexión especial con un ser vivo que ha sobrevivido mucho tiempo en la Tierra, pasando por quién sabe cuántas cosas», agrega. «Cuando estoy en su presencia, recuerdo que él también estuvo en la presencia de personas que vivieron hace mucho».
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