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El golfo generoso

El golfo de San Lorenzo está repleto de todo lo que brilla, muerde y flota a la deriva.

Extracto de la edición de mayo de la revista National Geographic en español.
Fotografías de David Doubilet y Jennifer Hayes

El Golfo de San Lorenzo es una compilación de todo lo que rueda cuesta abajo. Recoge el caudal de ríos cuyos arroyos delicados nacen a cientos de kilómetros de distancia, en urbes como Montreal y en los bosques antiguos del estado de Nueva York.

Desde una perspectiva geológica, el golfo es nuevo en el planeta, pues hace 19,000 años yacía bajo un manto de hielo de dos kilómetros de espesor.

Conforme el suelo se elevaba y el hielo se fundía, el golfo comenzó a llenarse de agua y vida. Peces de agua dulce migraron por el río San Lorenzo; del Atlántico migraron peces marinos, erizos y estrellas de mar, plancton y ballenas.

Entre el océano y el extremo sur del golfo se interpone la isla de Cabo Bretón, cuya costa oriental está expuesta a corrientes gélidas y aterradoras, mientras que por el oeste sus aguas son templadas y tranquilas. Los primeros recolectores de Cabo Bretón fueron antepasados de los mi´kmaq (se pronuncia mig-mo), uno de los pueblos indígenas de las Provincias Marítimas de Canadá. Llegados al golfo hace unos 9,000 años, se diseminaron por las provincias actuales de Nueva Escocia y Terranova, explotando recursos según sus preferencias y necesidades: focas, huevos de aves marinas, salmones, esturiones, sábalos y hasta ballenas.

Hasta principios del siglo XVI, pescadores franceses, vascos y portugueses legaron a comerciar con los lugareños, y a la larga, dependientes como eran de la vida del golfo y sujetos como estaban a sus ciclos, se avecindaron entre los pueblos nativos.

Habituados a la sobrepesca en sus países de origen, donde ya escaseaban muchas especies marinas, para los europeos la vida del golfo parecía formidable, y en efecto lo era. No obstante, el descubrimiento de aquella abundancia de vida precipitó una oleada de explotación, la primera recolección a escala industrial en el Nuevo Mundo. Para el siglo XVII habían extraído toneladas de bacalao, ballenas y demás criaturas del golfo para enviarlas a Europa, superando incluso el valor del oro y la plata embarcados desde el golfo de México. Bajo semejante presión, las poblaciones comenzaron a decaer y, así, lo que se antojó infinito demostró ser finito.

Las dimensiones de la captura y las peculiaridades del ciclo vital determinaron el daño que los europeos (y con el tiempo, los norteamericanos) infligieron a los animales explotados. Los primeros afectados fueron las ballenas y sus enormes crías, las morsas con sus cúmulos abultados de masa corporal y los esturiones, todas especies que crecen muy despacio, se aparean rara vez y mueren de vejez. Si bien algunas poblaciones de cetáceos comienzan a recuperarse con lentitud, las morsas siguen ausentes del golfo excepto por un ocasional rezagado del Ártico; los esturiones sobreviven como lo han hecho durante decenas de millones de años, con tesón.

(Un grupo de lábridos se enfila hacia un lecho de algas)

Muchos peces maduran con más rapidez, se reproducen con mayor frecuencia y se recuperan con más celeridad que los grandes mamíferos, pero incluso ellos son vulnerables. Pese a que dos se multiplican en muchos, no lo hacen con la celeridad necesaria para alimentar a las multitudes que llegaron a depender de ellos; de esta manera, los hoy escasos bacalaos están al borde de la extinción en algunas partes del golfo.

El golfo ha ido cambiando y seguirá transformándose. Aún si la pesca se interrumpiera de inmediato, las poblaciones sufrirían altibajos a causa de un cambio climático que amenaza con hacer sus aguas más cálidas y menos saladas. Hasta ahora hemos optado por volver el golfo y sus formas de vida un poco menos útiles. Consumimos los bacalaos más grandes, obligando a los restantes a madurar prematuramente y con un tamaño menor, a fin de que puedan reproducirse antes de crecer lo suficiente para servirnos de cena. 

Durante miles de años, el golfo fue un sitio de recolección por sus aguas generosas, pero los tiempos han cambiado. Los recolectores ya no son simples hombres y mujeres en botes, ahora incluyen ejecutivos petroleros.

(En la imagen principal, una cría de foca arpa nacida en el hielo echa un vistazo bajo el agua cerca de las islas de la Magdalena, Quebec)

National Geographic

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