Hace 35 años, científicos evitaron una catástrofe al detectar el daño en la capa de ozono que protege al planeta.
La humanidad tuvo suerte: gracias a una concatenación de circunstancias favorables, el mundo se libró de una catástrofe. Hace 35 años, nadie sabía que unos 20 kilómetros por encima del Polo Sur determinadas sustancias químicas estaban agujereando la capa de ozono, esa que protege el planeta de la peligrosa radiación ultravioleta.
Cuando Joe Farman, de la estación británica Halley Bay en la Antártida, lo descubrió a comienzos de los 80, cambió sus instrumentos de medición. Pero los resultados siguieron siendo los mismos: año tras año, cuando terminan los largos meses de noche polar, los valores de ozono (O3) menguan, aunque sólo sea por unas semanas. Eso sí, la disminución es cada año mayor.
"En 1985 nos dimos cuenta de repente de que estábamos ante uno de los mayores descubrimientos medioambientales de la década, incluso del siglo", dijo Farman en una entrevista. El 16 de mayo de ese año, él y un equipo de expertos escribían en la revista "Nature" que "la variación anual del ozono en Halley Bay" había cambiado "drásticamente". La noticia sacudió a expertos y políticos.
Antes de aquello, algunos investigadores ya se habían interesado por el estado de la capa de ozono, sobre todo debido a determinados haloalcanos o haluros de alquilo. Estos compuestos químicos se utilizaban masivamente desde los años sesenta como gases propulsores, congelantes o para fabricar gomaespumas, lo que no pasaba inadvertido para el medio ambiente.
Con todo, incluso los más críticos pensaban que los daños serían superficiales: nadie contaba con un agujero en la capa de ozono, sobre la Antártida. "Lo sorprendente fue que el agujero en la capa de ozono surgió en el fin del mundo, donde no se liberaban al medio ambiente haloalcanos", explica Gert König-Langlo, del instituto Alfred-Wegener y director del observatorio meteorológico de la estación de la Antártida Neumayer III.
Que el agujero en la capa de ozono surgiera en una parte despoblada del planeta fue una suerte.
Si el agujero se hubiera formado en un área poblada, la reducción de la capa protectora habría generado millones de cánceres de piel.
"El agujero en la capa de ozono se produjo en el lugar más conveniente, señala Markus Rex, del panel de la ONU para el estado de la capa de ozono.
Hasta entrados los años 70, los haloalcanos estaban considerados como los gases propulsores y refrigerantes ideales: inodoros, transparentes, no tóxicos y químicamente estables. "La industria estaba encantada con ellos", cuenta Rex. "Se los consideraba perfectos", y así fue como millones de toneladas de estos compuestos llegaron a la atmósfera. Las campanas de alarma no sonaron hasta 1974: los clorofluorocarbonos (CFC), pertenecientes a este grupo, pueden acabar con la capa de ozono, advirtieron los investigadores Mario Molina y Sherwood Rowland.
En respuesta a ello, Estados Unidos y los países escandinavos prohibieron los haloalcanos en los aerosoles. Y lo más importante: la sociedad ya estaba sensibilizada con el tema cuando Farman publicó sus resultados en 1985, confirmados por mediciones vía satélite de la NASA. Dos años después, el 16 de septiembre de 1987, casi 200 países acordaron el Protocolo de Montreal, que entró en vigor en 1989 primero limitando las emisiones de CFC y, desde 1996, prohibiéndolas por completo.
No obstante, eso no significó que estos compuestos capaces de permanecer muchísimo tiempo en la atmósfera desaparecieran del globo: el CFC-12, por ejemplo, pervive unos 100 años. En torno al año 2000, la concentración de CFC alcanzó su punto máximo y, desde entonces, sólo se ha reducido en alrededor de un cinco por ciento. En 2006, el agujero en la capa de ozono alcanzó la superficie récord de 27 millones de kilómetros cuadrados, casi tantos como los de toda África.
La capa de ozono también encogió en otras regiones del planeta como Europa Central, donde la reducción se situó entre un cinco y un diez por ciento, señala el experto alemán Wolfgang Steinbrecht. En septiembre de 2014, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) declaró que el Protocolo de Montreal había sido un éxito. Con todo, el agujero de la capa de ozono no se cerrará, según los pronósticos, hasta 2070. Y la atmósfera no estará libre de CFC hasta finales de siglo.
Rowland y el mexicano Molina recibieron en 1995 el Premio Nobel de Química junto con el investigador Paul Crutzen. Su trabajo había demostrado que "la capa de ozono representa uno de los talones de Aquiles de la humanidad", señaló el comité que entrega los galardones. Los científicos "contribuyeron a protegernos a todos ante un problema medioambiental global que podría haber tenido consecuencias catastróficas", añadieron. Según los cálculos de la ONU, se evitó que anualmente unos dos millones de personas sufrieran cáncer de piel hasta 2030.
Los expertos consideran además que el agujero en la capa de ozono es un ejemplo de la rapidez con que la humanidad es capaz de reaccionar ante las amenazas medioambientales. "Si el hombre quiere, lo consige", afirma König-Langlo. También entonces se dijo que no se podría renunciar a los CFC, al igual que hoy se debate sobre el dióxido de carbono (CO2), causante del efecto invernadero. "Pero eso cambia rápido".
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