A una década de la restauración de sus antaño fructíferos humedales, los árabes de los pantanos luchan para hacer frente a la escasez de agua del país.
(Fotografías de Carolyn Drake, Panos)
Mientras Saddam Hussein drenaba los célebres pantanos de Irak para castigar a las tribus rebeldes que vivían en la región, Amjad Mohamed reunió sus pocas pertenencias, cogió su caña de pescar y huyó con su familia al sur, a la ciudad de Basora.
Durante 12 años, vivieron en uno de los barrios pobres y desposeídos en las afueras de la segunda urbe más grande de Irak, donde Mohamed trabajó como obrero en campos petroleros y pescó en los arroyos cercanos.
Pero, todo ese tiempo, soñó con regresar casa y en 2003, cuando inició la invasión estadounidense, fue de los primeros en arremeter con su hacha contra los diques que construyó el régimen de Saddam para obstruir los ríos que regaban los humedales. Tras la llegada de las fuerzas estadounidenses y ansioso de reintegrarse a la vida en su aldea ancestral, compró una de las angostas barcas cubiertas de alquitrán que usaron tantas generaciones de pescadores y volvió a las aguas.
Pero recientemente, después de algunos años de escasez y varios enfrentamientos con líderes tribales, decidió renunciar y volver para siempre a la ciudad.
?El agua es terrible. Muy salada. No es como antes?, dijo, sentado en un escalón a la entrada de la tienda de artículos eléctricos de su primo, junto a uno de los sucios canales de Basora. ?Prefiero dejar los canales antes que verlos así?.
La restauración parcial de los pantanos mesopotámicos fue proclamada como una de las pocas historias de éxito surgidas del caos de Irak. Sin embargo, el muy menguado flujo de los dos ríos que alimentan los pantanos ?Tigris y Éufrates- vuelve a amenazar la subsistencia de algunos habitantes del área.
Desde su nivel máximo de casi 75 por ciento, recuperado en 2008, los humedales se encuentran ahora a 58 por ciento del promedio que tenían antes del drenado y parece que, este verano, las aguas podrían descender por debajo de 50 por ciento.
Los pantanos, que históricamente abarcaban una extensión de 9,650 kilómetros cuadrados del territorio iraquí, siempre han sufrido contracciones, entre junio y septiembre, debido a la evaporación. Y no es infrecuente que se registren años anormales (como 1989 y 2009), cuando se reducen tanto que casi desaparecen.
Pero, según Naciones Unidas, la construcción de presas en Turquía e Irán ha disminuido el volumen combinado de los ríos hasta en 60 por ciento. Y con el impacto de la escasa precipitación en Irak y las prácticas de riego ineficientes, ambientalistas predicen que los pantanos permanecerán en una fracción de su tamaño típico.
?Esto es lo que veremos en el futuro. Tenemos que acostumbrarnos?, dijo Azzam Alwash, director de Nature Iraq e integrante de un pequeño grupo de ambientalistas que ayudó a impulsar la renovación.
La leche es demasiado espesa; no hay suficientes peces
Después del prolongado exilio, pocos árabes de los pantanos que volvieron a casa tras la regeneración de los juncos y el regreso de los peces están dispuestos a seguir el ejemplo de Mohamed. No obstante, muchos de los que se han asentado en los humedales tienen serias dificultades para subsistir.
Desde que su familia regresara, poco después de la invasión, Akbar Saad ha criado búfalos de agua en el sureño Pantano de Hammar. Cada uno de los animales solía producir entre ocho y nueve litros de leche al día, mas la alta salinidad del agua ha reducido la calidad del pienso y afectado la salud del ganado, ocasionando problemas cutáneos y hipertensión, y reduciendo el ordeño a la mitad.
?La hierba ya no tiene suficientes nutrientes. La leche es espesa y no producen suficiente?, dijo Saad, mientras ayudaba a cargar un tonel de 200 litros de leche en un camión que lo llevaría a una fábrica de quesos.
El verano pasado, la acometida del Estado Islámico en el norte y oeste de Irak creó un obstáculo adicional. ?Antes vendíamos en Tikrit, Ramadi y otros lugares de Ambar, pero ya no es posible?, explicó, con una triste sonrisa, refiriéndose a las zonas invadidas por los yihadistas.
Privados de esos mercados importantes, Saad y sus colegas están limitados a vender en el empobrecido sur de Irak.
Con todo, los ganaderos no la pasan tan mal, aseguran los pescadores, responsables de la mayor parte de la actividad económica en los pantanos. ?Es difícil capturar suficientes peces, aunque pasemos toda una noche de verano pescando?, se queja Abbas Hasheem, mientras regatea el precio de sus pocos wagay (medida local equivalente a cuatro kilogramos). ?Me preocupa lo que pueda ocurrir en los próximos años?.
Algunas de las especies más cotizadas ?como gatan (Barbus xanthopterus), que llega a pesar hasta 10 kilogramos- ya han desaparecido de los humedales, en tanto que la elevada salinidad atrae peces que antes solo se encontraban en el mar.
Ambientalistas señalan que los habitantes de los pantanos no siempre han actuado en beneficio propio. Muchos cambiaron sus redes por transmisores de alto voltaje que aturden a los peces, pero que también matan a los animales que se alimentan en el fondo y en consecuencia, dañan la cadena alimentaria (pescadores de algunos pantanos han acordado prohibir dichos dispositivos).
El ambiente es cada vez peor, pero los servicios han mejorado
La realidad es que, en buena medida, su trabajo se complica a causa de las difíciles condiciones naturales del pantano.
Mucho antes del amanecer, Rad Abbas Missan zarpa hacia regiones apartadas y menos pobladas de los humedales. Y mientras navega en la oscuridad, intenta distanciarse de Chibaish, cuya población se ha multiplicado diez veces (a más de 60 000 habitantes) desde 2003.
Pero conforme el nivel del agua disminuye y la salinidad se dispara ?en algunas zonas, hasta 15,000 partes por millón (ppm) respecto de 300 a 500 ppm en la década de 1980-, encuentra que su movilidad es cada vez más limitada.
?El motor se oxida tan rápido que necesito limpiarlo con regularidad?, informa, deteniéndose para arrancar hierbajos del maltratado casco de su bote. ?Y en algunos lugares, el agua es tan somera que necesito usar el remo, lo que me demora mucho y dificulta llegar a cualquier parte?.
Aun con esa reducida movilidad, la flota pesquera del Pantano de Hammar sigue capturando alrededor de cien toneladas diarias de pescado. Y con los lugareños dándose prisa para ganar dinero antes que lleguen los difíciles meses de verano, Jassim Al-Asadi, director de la sede local de Nature Iraq, teme que la sobrepesca desenfrenada pueda causar estragos permanentes.
?La disminución del nivel del agua ha sido fatal para la pesca, pero como no hay otras actividades económicas en los pantanos, la gente sigue como siempre. ¿Qué más puede hacer??, cuestiona.
En su nostalgia de un pasado más pudiente, los árabes el pantano insisten en resaltar que sus vidas han mejorado.
?Tenemos viviendas modernas, refrigeración, caminos, escuelas. Ahora, los botes tienen motores, así que tardamos nada en llegar a las hierbas?, dijo Om Hussein, quien complementa el ingreso familiar cortando juncos para tejer esteras.
Sin embargo, el empeoramiento de la calidad del agua es innegable.
Los residentes solían beber directamente de los pantanos, mas ahora deben comprar agua en plantas de tratamiento, pues las enfermedades transmisibles ?sobre todo las que causan problemas cutáneos y gastrointestinales- van en aumento. Pero desde que las fuerzas gubernamentales destruyeran cinco clínicas, a principios de la década de 1990 y sin doctores cerca de gran parte de las apartadas aldeas, es difícil acceder a la atención médica.
En semejantes circunstancias, hasta las relaciones tribales ?críticas en un rincón del mundo donde los jeques tribales suelen ser más importantes que las autoridades gubernamentales- sufren descalabros ocasionales debidos, en parte, a las condiciones del agua.
Expertos y locales divididos por una solución
Los habitantes de la región debaten qué debe hacerse (algunos pescadores quieren marchar a Bagdad para volver la atención hacia su problema), pero conservacionistas dicen que no es un misterio que la situación se haya deteriorado tan rápido.
Cuando los niveles del agua eran altos, el Tigris ?de baja salinidad- inundaba los pantanos, limpiándolos y empujando el residuo salino hacia el Éufrates ?más salado-, que fluye por el límite occidental. ?Pero ahora, el nivel del Tigris es tan bajo que el Éufrates aporta casi toda el agua a los pantanos?, explicó Al-Asadi, de Nature Iraq, parado cerca de dos barcazas oxidadas que surcan el Éufrates transportando juncos a las fábricas de papel de Basora.
El gobierno central ha comisionado un estudio detallado sobre la mejor manera de proteger los pantanos, aunque los ambientalistas opinan que no conducirá a una solución a corto plazo. ?El Ministerio de Recursos Hidráulicos no tiene suficiente influencia para implementarlo?, dijo Al-Asadi. ?Esas cosas suelen ser teóricas. Existe una ley ambiental, pero ni siquiera el Ministerio del Ambiente la respeta?.
También es posible que, habiendo invadido una gran extensión del curso medio del Éufrates, el Estado Islámico pueda representar una amenaza mayor para los pantanos. Los yihadistas ya han demostrado que están dispuestos a utilizar el agua como arma interrumpiendo el suministro en áreas controladas por el gobierno. Su reciente captura de la presa en Ramadi, un año después de tomar la presa Fallujah, es un mal presagio para las regiones iraquíes que yacen río abajo.
Entre tanto, la vida en los humedales sigue su marcha. Sobrevivientes de masacres y una catástrofe ambiental, los árabes de los pantanos están habituados a una existencia difícil. Aseguran que ninguna guerra ni desastre natural romperá sus lazos con los humedales.
?Cuando volvió el agua, regresamos de inmediato?, informa Missan, el pescador con problemas de navegación. ?Verá, nuestras vidas están vinculadas con el agua?.
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