Te contamos qué ve realmente un elefante cuando tiene un árbol enorme enfrente.
El proyecto era cazar antílopes, así que rentó un esquife, remó hasta una isla cercana en África Oriental, saltó a tierra y se internó en la selva. De pronto, allí estaba: una planta imponentemente enorme que se alzaba frente él, con una forma extrañísima, más o menos como el que se muestra arriba.
De inmediato, el joven explorador francés, Michel Adanson, dejó su arma (?Abandoné toda idea del deporte?) y decidió medir aquella cosa. ?Extendí los brazos, tanto como pude?, escribiría después, y tuvo que girar 13 veces, con los brazos en cruz, para darle toda la vuelta. Esa medición resultó en un total de unos 20 metros alrededor de la base. Pero al internarse en el bosque, encontró otros más grandes.
Los lugareños los llamaban ?baobabs?. Los científicos modernos los llaman Adansonia, en honor del joven explorador que, en 1749, fue el primer hombre blanco que los vio. Para muchos humanos, son árboles bastante desagraciados, como arrancados de otro sitio y luego, puestos de cabeza con un montón de raíces velludas proyectándose hacia arriba. Así es como los vemos.
Pero nuestra opinión no interesa. Porque el baobab tiene cosas más importantes de qué preocuparse. Sucede que el mamífero más grande de África lo está acechando; peligrosa, ferozmente.
Cuando un elefante sediento ve un baobab, lo que ve es una botella de agua, grande y gorda. El tronco del baobab puede almacenar hasta 100,000 litros, o 26,000 galones, incluso en condiciones de grave sequía. El agua se concentra en el centro esponjoso del tronco, y no desarrolla grandes ramas, de suerte que cuando las hojas caen, lo que queda es el interior húmedo y masticable.
El elefante se acerca al árbol, quita la corteza, abre un agujero, y empieza a arrancar las entrañas mojadas y esponjosas. Imagina que estás mordiendo una sandía. Es lo que obtiene el elefante cuando arranca, perfora, y mastica un baobab. Aquí tienes una mamá haciendo justamente eso:
Lo extraño, escribe Richard Mabey en su nuevo libro, ?The Cabaret of Plants?, es que los elefantes no solo sorben de los baobabs; los devoran, y los destruyen. Eso no es beber. Es como un asesinato.
?Los atacaron con una ferocidad que iba más allá de la simple satisfacción de un gran apetito. Los destrozaron. Arrancaron ramas enteras, devoraron las hojas, arrancaron toda la corteza de las partes más bajas del tronco para alcanzar la humedad interior, y muchas veces derribaron los árboles más pequeños?.
A menudo, los árboles son más grandes que sus agresores ?es una lucha de titanes- y saben responder al ataque. Al arrancarles la corteza, vuelven a desarrollarla. Se reparan cada vez que pueden, y cuando no pueden, si el baobab es fracturado y yace tendido como muerto en el suelo del bosque, muchas veces vuelve a echar raíces, o se reinicia, escribe Mabey, ?elevando nuevas columnas, alargando nuevas extremidades sobre el suelo?. Cuenta todos los troncos que tiene este baobab; pareciera haber revivido cinco o seis veces:
Parecen gigantes silenciosos, pero no lo son. Tienen movimientos (sí, muy lentos), pero con el tiempo ?pueden hincharse, encogerse, enroscarse, estallar y extenderse?. Son como mutantes. Y aunque están trabados en combate mortal con esos mamíferos diestros y poderosos, ambos bandos han alcanzado un equilibrio pugilístico; al menos por el momento. Los dos lanzan guantazos, pero ninguno conecta un nocaut. Además, ambos se mantienen grandes, y ambos se mantienen fuertes.
Y lo gracioso es que estoy a favor de los dos. No puedo elegir un favorito. ¿A quién no le gustan los elefantes? ¿A quién no le gustan los baobabs?
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