La majestuosidad de la naturaleza se manifiesta de múltiples formas; su grandeza y poder son atestiguados a través de los eventos que recuerdan al humano su lugar en el universo. El arcoíris, por su parte, es una de las expresiones más nobles de lo natural. Su forma y colorido hacen de éste algo único.
Los arcoíris no surgen sin ciertas condiciones. No basta con la lluvia para generarlos, ni con la luz solar para formarlos. Para que se llegue a apreciar uno de estos fenómenos tiene que haber una coincidencia de ambos factores. Por una parte, una lluvia constante, por el otro, el sol bajo. Una vez que ocurre esto, el evento, sin más, toma lugar.
Más allá de los colores, tan icónicos de este fenómeno natural, la forma es otra característica que define su identidad visual. Para comprender el porqué de esta última peculiaridad es necesario entender cómo se comparta la luz en determinas situaciones.
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La luz solar, o luz blanca, viaja en forma de línea recta, mientras no lo haga a través de otro medio. Cuando ésta, se encuentra con las gotas de lluvia, cambia su dirección. Esto es así debido a que las bolitas de agua se comportan como pequeños prismas que descomponen a la luz inicial. A este fenómeno se conoce le como «refracción».
Cuando la luz blanca llega al lado opuesto de la gota, e intenta salir, una parte de ella no lo consigue. Por dicha razón, esta fracción de luz se ve remitida hacia atrás, aunque en realidad lo hace hacia una superficie curva. Como resultado de esta reflexión y refracción, en una base con estas características, la luz sale por esta parte de la gota formando un ángulo de 138º. Así es cómo se explica la forma del arcoíris, según a lo expuesto por Fernando Ballesteros, del Observatorio Astronómico de la Universidad de Valencia.
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Existe otro resultado de la descomposición de la luz blanca. Al momento de fragmentarse ésta se generan los colores de este fenómeno natural. No sólo se cambia la dirección de la luz incidente, sino que una vez que se divide, cada color se desvía de diferente manera. Lo anterior es conocido como “dispersión de la luz”.
Las representaciones de un arcoíris hacen referencia a las forma curva. Esto, desde luego, viene motivado por la apreciación real de este fenómeno; si se observa un evento de este tipo, desde la superficie, se podrá notar que, efectivamente, tiene la forma descrita.
La verdad es otra. La forma real de los arcoíris es circular, pero no se les puede apreciar en su integridad porque el horizonte se interpone. Entonces, si se busca apreciar un fenómeno de estos, en su totalidad, sería necesario verlo desde la altura.
«A menudo veremos que el arcoíris no es único, sino doble (o incluso triple). Esto es debido a que la luz dentro de la gota sufre más reflexiones antes de salir de ésta (aunque a más reflexiones se va debilitando, y estos arcoíris secundarios son cada vez más tenues; el arcoíris terciario es prácticamente inapreciable)», menciona Fernando Ballesteros.
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