Padecen tumores faciales cancerígenos, se los transmiten a través de mordidas.
Una mamá demonio de Tasmania dormita bajo el sol de la tarde en una pequeña isla frente a la costa oriental de Tasmania, al sur de Australia. Sus dos cachorros reposan sobre su lomo, apoyando las cabezas relucientes, pero observan con interés los alrededores.
De pronto, ruedan al suelo y empiezan a retozar: lanzando chillidos y gruñidos, mordisquean sus cuellos y hocicos. Un juego que refleja una conducta prototípica que, en las últimas décadas, ha amenazado con extinguir la especie.
Los demonios de Tasmania son marsupiales carnívoros agresivos. Como de 60 centímetros de largo, pueden pesar hasta 12 kilos y vivir unos cinco años? con suerte, cosa que pocos han tenido en estos tiempos. Desde mediados de la década de 1990, un extraño cáncer infeccioso, llamado enfermedad del tumor facial del demonio, se ha diseminado en la población, reduciéndola de 140,000 a solo 20,000 individuos.
Cuando los demonios riñen y se muerden durante la temporada de apareamiento, las células tumorales de los animales infectados entran en las heridas abiertas de sus compañeros de combate. Una vez allí, las células malignas se desarrollan convirtiéndose en tumores faciales enormes, y los animales infectados mueren en unos seis meses; a veces de inanición, porque los tumores les impiden comer.
Cuando descubrieron la enfermedad, los horrorizados investigadores temieron que causaría la extinción del depredador principal de Tasmania, y repercutiría en todo el ecosistema pues, a lo largo de su vida, un solo demonio puede devorar cientos de zarigüeyas australianas, así como grandes cantidades de carroña.
Sin embargo, últimamente, los investigadores apuestan a que los demonios van a recuperarse. Se han establecido poblaciones de reserva sanas, incluida una en Isla María, hogar de los cachorros que retozan bajo el sol. Y mientras tanto, a fines de septiembre dieron inicio las pruebas de campo para una nueva vacuna contra el cáncer.
Pero más alentadores son los signos preliminares de que los propios demonios están adaptándose a la enfermedad, y tal vez estén evolucionando la capacidad para combatirla.
Esta vez, no tenemos la culpa los demonios de Tasmania se extinguieron hace 400 años en el continente australiano. Es probable que el hombre contribuyera a su desaparición; por ejemplo, con la introducción del dingo. Entre tanto, en Tasmania, los demonios han perdido mucho de su hábitat preferente ?los bosques secos de eucalipto y la maleza costera- debido a las granjas y los pastizales.
No obstante, la epidemia que los amenaza ahora no se debe a los humanos. Inició en la década de 1990, cuando un demonio desarrolló el cáncer y luego ?en un fenómeno mucho más raro-, cuando ese cáncer resultó ser transmisible a otros demonios. Se conocen muchos virus que causan cáncer, como el virus del papiloma humano, pero esta enfermedad es distinta, pues lo que se transmiten son las propias células cancerosas. Así que, de hecho, cada demonio infectado ha recibido un trasplante de tejido del demonio canceroso original. Ese tipo de transmisión es sumamente rara en animales y solo ocurre en humanos en casos excepcionales, como cuando se trasplanta, quirúrgicamente, un órgano que tiene un tumor.
La mayoría de las enfermedades infecciosas tiende a detenerse cuando las cifras poblacionales son bajas, porque los animales están muy dispersos para contagiarse.
Mas los tumores faciales de los demonios se transmiten durante el apareamiento, cuando los animales recorren grandes distancias y usan sus agudos sentidos para localizarse. De suerte que sus ansias de aparearse aseguran que casi todos los adultos queden expuestos.
?Mueren hacia los tres años?, dice Menna Jones, experta en demonios de la Universidad de Tasmania en Hobart. ?Con suerte, pueden producir una camada?.
El gobierno, temiendo lo peor, creó la población de reserva de emergencia en Isla María, islote de 96 kilómetros cuadrados que se ha convertido en refugio de muchas especies endémicas de Tasmania, incluidos el canguro gris oriental, el ualabí de Bennett, y la rata canguro de hocico largo.
Mueren hacia los tres años. Con suerte, pueden producir una camada.
Menna Jones. Universidad de Tasmania
En 2012 y 2013, soltaron en la isla a 28 demonios huérfanos y criados en cautiverio, todos sin cáncer. Ahora, la población es de unos 80 o 90 animales. Hace poco se inició otra población de emergencia en la península de Forestier, al sur de Isla María. El área fue despejada de demonios enfermos y resembrada con animales sanos.
Una vacuna prometedora
En la Universidad de Tasmania se concentra el esfuerzo para desarrollar una vacuna que ayude a los demonios a evitar la enfermedad. En el recibidor del edificio donde trabajan el inmunólogo Bruce Lyons y sus colegas, hay un exhibidor con cráneos de animales deformados por la presión que ejercen los enormes tumores. En el laboratorio del piso superior encuentro un frasco con muestras de tejidos, marcado una etiqueta que anuncia ?Stinky? (Apestoso); pero no es una advertencia, sino un nombre. Descubro que cada demonio del proyecto de investigación recibe un apodo. Y es que, aunque feroces, los animales también son conmovedores.
Lyons explica que el cáncer es infeccioso debido a que, por alguna razón, la superficie de las células cancerosas tiene muy pocas moléculas distintivas llamadas MHC, las cuales permitirían que el sistema inmunológico de otro demonio las reconociera como ajenas. Por ello, los investigadores de la vacuna enfrentan la tarea contraria de los cirujanos de trasplantes: hacer que el sistema inmunológico de los demonios aprenda a rechazar, en vez de aceptar, los tejidos ajenos.
La nueva vacuna consiste de células cancerosas que han sido tratadas con una proteína llamada interferón gamma, la cual hace que expresen niveles mucho más elevados de moléculas MHC. Luego, los científicos matan esas células para volverlas inofensivas.
El 25 de septiembre, inmunizaron 19 demonios que liberaron en el Parque Nacional Narawntapu, en la costa norte de Tasmania. Los condujeron al sitio en cajones especiales hechos con tubos de plástico, los cuales imitaban la superficie suave y curvada de sus madrigueras naturales, explica Samantha Fox, miembro del programa gubernamental Save the Tasmanian Devil. Algunos animales aguardaron a que oscureciera para salir de sus tubos.
Cuando reinó el silencio bajo la luz de la luna, ?en unos diez minutos, cuatro demonios salieron de sus trampas?, recuerda Fox. ?Alzaron las narices y olfatearon el aire?. Desaparecieron en un instante.
Fue una escena emotiva para Fox: la primera vez que liberaban demonios no en un refugio aislado como Isla María, sino en un ambiente silvestre; en particular, uno que fue devastado por la epidemia. ?Es un verdadero punto de inflexión?, dice. Vigilarán a los animales periódicamente, igual que a las posibles crías, con objeto de determinar si la vacuna los protege.
De hecho, cada demonio infectado ha recibido un trasplante de tejido del demonio canceroso original.
Bruce Lyons creció en la costa norte y fue a Narawntapu para la liberación. Durante la visita, condujo su auto para recorrer los lugares que frecuentaba en la infancia.
Mientras se dirigía a la poza donde solía nadar, vio docenas y docenas de animales muertos junto al camino, prueba de que el principal carroñero del ecosistema había desaparecido.
?En circunstancias normales, no estarían allí?, dice Lyons, con la voz quebrada. Se quita las gafas y frota sus párpados.
¿La evolución al rescate?
Igual que las poblaciones de reserva, el programa de vacunación es solo una medida de primeros auxilios para una especie que está cayendo en la extinción, más que una estrategia a largo plazo para restablecer poblaciones de demonios de Tasmania numerosas, sanas y libres. La versión actual de la vacuna requiere de cuatro inyecciones administradas a lo largo de un periodo, cosa impráctica para tratar demonios salvajes dispersos en áreas extensas. Y aunque los investigadores pudieran aplicar una sola vacuna, atrapar a cada demonio en Tasmania sería ?una tarea enorme?, asegura Lyons.
Sin embargo, empieza a surgir la primera evidencia de que el demonio de Tasmania será rescatado por una fuerza más ingeniosa y eficiente que cualquier programa de conservación concebido por el hombre: la evolución.
Las cifras de las poblaciones que Jones ha seguido desde antes que iniciara la epidemia, han caído progresivamente durante siete años. ?Hasta 2007 o 2008, cada seis meses habría dicho ?la situación está empeorando??, comenta. ?Me apenaba muchísimo. Salías a buscar y no hallabas huellas ni heces?.
Pero ahora, en una investigación que aún se encuentra en sus etapas iniciales, Jones afirma que ha observado adaptaciones a la enfermedad. Parece que algunos demonios están derrotando al cáncer, bien porque han evolucionado alguna resistencia o porque el cáncer está perdiendo malignidad.
?Hemos encontrado siete, quizás ocho animales cuyos tumores han involucionado?, dice Jones, quien ahora trata de determinar qué distingue, genéticamente, a esos demonios o esos tumores.
Entre tanto, algunas poblaciones parecen manifestar conductas menos agresivas.
Según Jones, es posible que el cáncer favorezca a los demonios que son un poco menos demoniacos y en consecuencia, corren menos riesgo de infectarse.
No obstante la causa, lo importante es que las cifras de demonios parecen haberse estabilizado, aunque en niveles bajos. ?Estamos recibiendo informes anecdóticos de personas que han vuelto a ver demonios?, dice Jones. ?Los patrones que observamos nos dan esperanzas?.