Durante el socialismo había en Polonia unos 40,000 «milk bars» (bares de leche). Hoy solo quedan unos 140. Quien haga un viaje por Polonia debería visitar uno de esos bares de leche, donde no solo hay buena comida, sino que se pueden aprender muchas cosas sobre Polonia.
Todo comenzó en Varsovia con los pierogi: cinco empanadas en un plato blanco de porcelana de mala calidad. Trozos de pasta blanca acuosa que brillan como mantequilla, rellenos de carne, según explica el menú. No tenían precisamente un aspecto apetitoso.
De repente, la boca se llena de calor. Sabe a caldo con patatas, carne picada, pimienta y cebolla. Bien condimentado pero no demasiado salado, pesado pero no grasoso. Un plato excelente y sabroso. La siguiente mordida era casi voraz. Uno se levantaba de la mesa para buscar más. ¡Bienvenido al bar de leche «Familijny» en Nowy Swiat, la calle comercial y de paseo por excelencia de Varsovia!
Descubrimos el bar hace cuatro años. Desde entonces hemos estado en Posnania, Szczecin, Gdansk, Breslavia y Cracovia, y siempre que fuese posible incluíamos en el programa una visita a un bar de leche. Cuantas más veces uno comía allí, tanto más seguro se estaba de que para aprender algo sobre Polonia hay que entrar en un local de este tipo.
Actualmente solo quedan en Polonia unos 140 bares de leche, que en polaco se llaman Bar Mleczny. El nombre viene del hecho de que en el pasado solo se podían comer productos sin carne en esos establecimientos. Hoy, a los visitantes también les sirven platos con carne.
Los bares vivieron sus tiempos gloriosos durante el socialismo, cuando había unos 40,000. Su objetivo era asegurar que cada quien pudiera permitirse una comida caliente y nutritiva al día.
Tenían una decoración sencilla pero ofrecían buena comida y barata. Tanto entonces como hoy, el Estado subvenciona los bares, a los que puede acceder cualquier persona.
El «Familijny» no tiene nada que ver con un restaurante moderno: el suelo es de baldosas blancas, en las mesas de plástico hay vasos con flores artificiales y las paredes están recubiertas de madera, algo que pasó de moda hace muchos años. El cliente hace su pedido y paga en la caja. Después, se dirige con el tiquet y una bandeja al mostrador, donde una mujer entrega la comida por un rectángulo en la pared.
Nada más abrir la puerta uno se da cuenta de que el bar de leche «Mis», en la calle Kuznicza 48 en Breslavia, tiene algo que ofrecer. Alrededor de la hora de comer hay colas de gente por todo el local. Como está tan lleno, los clientes comparten mesa con otros desconocidos, estudiantes junto a pensionistas, pensionistas junto a familias con hijos.
Los bares de leche muestran su menú en las paredes.
Foto: Agnes Sofie Nowicki
Agnes Sofie Nowicki, una alemana de madre polaca, conoce los bares de leche de niña. Cuando la familia viajaba durante las vacaciones a Polonia, la madre muchas veces decía a la llegada: «¡Ahora quiero ir primero a un bar de leche!». En esos momentos, su padre ponía los ojos en blanco. Sin embargo, para su mujer estos bares sencillos eran algo bonito, un clásico polaco que forma parte de la historia.
Para muchos polacos, los bares de leche no son lugares muy bonitos, sino que más bien dan vergüenza, explica Nowicki. Son considerados como locales para gente pobre adonde acuden los que no pueden permitirse un restaurante mejor. Para Nowicki, en cambio, son lugares fascinantes donde se encuentran personas que normalmente no tendrían contacto entre sí. En los años 80 y 90, la imagen de los bares de leche en Polonia era muy negativa, relata Nowicki. Los bares eran considerados como lugares sucios y el personal como mal educado. Esto ya ha cambiado. Incluso se abren nuevos bares de leche que tienen un aspecto moderno y que ópticamente ya no tienen nada en común con los tradicionales locales de autoservicio. Sin embargo, también los viejos bares de leche, pasados de moda, vuelven a atraer a los jóvenes. No se trata de nostalgia de un sistema perdido, opina Nowicki. Todo lo contrario: para los jóvenes son una bonita reliquia de un pasado desconocido.