Una ciudad europea libre y accesible.
Escribir sobre Berlín es como escribir una carta de amor; describirla con una precisión que esté a la altura de la unicidad es un reto. Su magia reside más allá de la Puerta de Brandenburgo o Alexander Platz. Por eso, la mejor recomendación para alguien que la visita es hacer exactamente eso; vivir la ciudad.
Me gusta ir en bicicleta hasta Körnerpak, un oasis en medio de las ajetreadas Karl Marx StraBe y HermanstraBe. Sigo hasta uno de los lugares más especiales de Berlín; Tempelhof, un aeropuerto en desuso que durante la Guerra Fría esa una de las entradas principales a Berlín Occidental. Ahora los aviones se han cambiado por cometas.
Se dice que Tempelhof es un símbolo de resilencia, o dicho de otra manera, de la capacidad del ser humano para sobreponerse a un periodo de dolor. Tempelhof ha sido testigo de un siglo lleno de terror, pero ahora utilizamos su enorme espacio para pasear, patinar, hacer barbacoas o celebrar conciertos.
Aquella frase de ?Berlín es pobre, pero sexy? es cierta. A diferencia de otras capitales europeas, es una ciudad que se puede disfrutar sin mucho dinero. Es fácil participar en la programación de la ciudad, porque la gente tiene muchas posibilidades de demostrar lo que hace. Por ello, la oferta es infinita y barata. Un ejemplo son la cantidad de Jam Sessions que ocurren cada día. Mis favoritas son las del Café Sansmann o las de Badehaus Szimpla. Pero antes, recomiendo comer en una Volxküche, que significa ?cocina para todos?. La idea es que todo el mundo pueda tener un plato de comida. Así, un grupo de gente cocina en grandes cantidades, y se suele pagar la voluntad. Recomiendo la que organiza el Bar B-Lage cada semana.