Un recorrido lleno de calles antiguas, historias y pasadizos.
Parece una postal. Es lo único que puedes sentir cuando te detienes en el medio del puente Waverley y Edimburgo se levanta al frente, con sus edificios manchados de tiempo. De ahí en adelante, todo se vuelve un callejón estrecho.
Por eso, quizá sea buena idea ver a esta ciudad desde arriba, para tratar de entenderla.
El puente Waverley, donde comienza esta historia, comunica a la ciudad nueva de Edimburgo con su parte más antigua, pues están separadas por el parque Princess Garden. Allí es imposible no ver el monumento a Walter Scott, la obra más grande que se haya hecho para algún escritor escocés.
Desde ahí se adivina que todo confluye en la Royal Mile, la calle más importante y que comienza en el Castillo de Edimburgo -la atracción más visitada de Escocia- construido en el siglo XII y cuya entrada está escoltada por Robert Bruce, rey de Escocia de 1306 a 1329 y William Wallace, famoso soldado escocés. Una vez aquí, no queda más que comenzar a bajar por esta calle y divertirse en las esquinas.
El viejo Edimburgo fue creciendo de manera desordenada. Sus calles eran tan estrechas que se comenzaron a construir edificios de varias plantas, muchas de ellas subterráneas. La mayoría de estas residencias quedaron destruidas en 1824, y se reconstruyeron sobre sus cimientos originales, de ahí que existan tantas bóvedas y pasadizos.
Encuentra más en la revista National Geographic Traveler.