Melancólica y seductora, la capital portuguesa enamora para toda la vida a quien la visita.
Los tiempos se agolpan en un solo instante. Recintos de clara influencia árabe comparten espacio con antiguos cafés de siglos pasados y la Europa moderna se adapta al propio ritmo de Lisboa. Y aunque para vivirla plenamente habría que mudarse a ella, en dos días la ciudad es capaz de cautivar con su melancolía.
A través de Calçadinhas
Empieza tu recorrido en el antiguo barrio de Alfama. Sus orígenes son árabes al andar el laberinto de aspecto de medina con calles que suben y se tuercen. Las cuestas son para profesionales. Aunque eso sí, siempre estará el pretexto de poder subir a los tranvías y gozar la calle desde el propio entorno de estos transportes y ahorrarse alguna que otra cuesta. De hecho, la ruta 28 de los tranvías, la más clásica, recorre casi calle a calle toda Alfama.
Visita el Castelo de Sáo Jorge, creado por visigodos en el siglo V, fue fortificado por los musulmanes 400 años después y convertido en cristiano en el siglo XII. Está en lo alto de una de las siete colinas de la ciudad y las vistas, con el río Tajo incluido, son ineludibles. Bajando por las calcádinhas está la iglesia y el mirador de Santa Luzia. Y más abajo se encuentra Sé, una catedral románica del año 1150 con aspecto de fortaleza y rodeada de restaurantes y cafés. El Café Pois sirve dentro de una construcción antigua pero de ambiente contemporáneo. Por la noche habrá que volver a Alfama, cuando los pequeños restaurantes son tomados por la nostalgia del fado, el himno de Lisboa.
La zona de Baixa y la ribera del río fue destruida por un terremoto en 1755. Se reconstruyó con la tendencia de entonces: calles rectas, manzanas rectangulares. Aquí están dos plazas importantes: la Placá do Comércio y la de Rossio. La primera es de una dimensión impresionante. Fue la entrada principal para quienes llegaban por mar y había que dar una bienvenida ostentosa. A través del Arco da Victoria se accede al corazón de la Baixa, en el extremo esta la Plaza de Rossio. A pocos pasos se localiza el Elevador de Santa Justa, de estilo neogótico y diseñado por Raoul Mesnier, discípulo de Gustave Eiffel. Por aquí se accede al núcleo del barrio de Chiado y Bairro Alto.
Hace más de 200 años Chiado fue la zona elegante y hoy no olvida su pasado. Tiendas modernas conviven con edificios antiguos, como el Convento do Carmo únicos restos góticos de la ciudad, el Teatro Nacional de Sáo Carlos o el Convento de Sáo Francisco, hoy Museu do Chiado, sede principalmente del arte contemporáneo portugués. Toma un café en A Brasileira, desde siempre centro de reunión de la intelectualidad lisboeta y segunda casa del poeta Pessoa.
Al subir por las calles se llega a Bairro Alto, una zona de moda con tiendas originales de ropa, discos, librerías y bares. Si aún tienes energía pasea por los alrededores de la plaza Príncipe Real y enamórate de las fachadas de azulejos acompañadas de ropa secándose al viento.
El Museu Calouste Gulbenkian tiene una colección única de arte egipcio, asiático, europeo… es un viaje por la historia del arte.
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Una Ribera, dos épocas
Río arriba se llega al pasado. Desde la Praza do Figueira, en pleno centro, se puede tomar el tranvía número 15E y en 20 minutos anclar en la zona de Belém con importantes ejemplos arquitectónicos. El Mosteiro Dos Jerónimos «Patrimonio de la Humanidad por la Unesco» es el vivo ejemplo del triunfo de la navegación portuguesa, construido con el dinero del comercio de los siglos XV y XVI. Cruzando la calle se avanzan 500 años. Está cara a cara con el Centro Cultural de Belém, espacio de expresión contemporánea. Y siguiendo a pie, río arriba, hay otro lugar que forma parte del Patrimonio de la Humanidad: la Torre de Belém, construcción que ayudó en el siglo XVI a defender la desembocadura del Tajo y el cercano Mosteiro dos Jerónimos. La mezcla de estilos como el gótico, bizantino y manuelino, junto con la presencia del Tajo lo convierten en uno de los iconos clásicos de la ciudad.
Antes de partir al futuro en tranvía y metro rumbo al Parque das Nacíones, hay que comer pastéis de belém en el local con igual nombre.
En la estación oriente del moderno metro de Lisboa termina la línea vermelha y prácticamente la ciudad. Pero es el sitio donde se desarrolló la Exposición Internacional de 1998 y dejó como herencia el enorme Parque das Nacoiones, símbolo de lo que el urbanismo moderno es capaz de concebir. La bienvenida a esta zona futurista la da la estación de trenes y metro creada por el valenciano Santiago Calatrava. La sensación es la de estar en el interior de un animal metálico que nos invita a continuar la visita por los espacios de modernidad y agua. El acuario más grande de Europa, El Oceaniário, o el extenso puente Vasco da Gama, con más de 17 kilómetros de largo, el Pavilhao de Portugal o la Torre, también llamada Vasco da Gama, son algunos de los parajes de modernidad de este parque. Las tardes dominicales es el punto de reunión de los lisboetas.
Cualquier rincón de Lisboa, sobre todo en las calles de los barrios antiguos, el encuentro con el tiempo y la paciencia que le otorga al presente son el gran regalo de esta ciudad que suena a la nostalgia del fado y envuelve con su añoranza el alma de cualquiera en cada calzadinha.