Como todas las grandes capitales del mundo, Praga está atravesada por un río. En el centro político y cultural de la Bohemia, la capital de la República Checa conserva un halo medieval que se escurre entre los callejones de la Ciudad Vieja. Al ser la ciudad más importante del país, se posiciona como uno de los espacios culturales más ricos de Europa, con una oferta artística disidente que se caracteriza por retar la moralidad occidental.
Un anillo zodiacal. Un cuadrante astronómico. Un calendario gregoriano. Una rueda mecánica que permite el paso de todos los apóstoles católicos justo al mediodía en el corazón de la Ciudad Vieja de Praga. Esta maquinaria medieval compleja se conserva intacta en el centro de la capital checa, y opera de acuerdo al paso del Sol en la bóveda celeste desde el año 1410.
Cada hora, además de retumbar sus campanas imperiales, una estatuilla de la Muerte —representada como un esqueleto que carga un reloj de arena— preside el paso de los discípulos de Jesús, representados en figurillas que le dan la vuelta al Reloj Astronómico. Una vez que pasó el último, las manecillas avanzan un número más, y el espectáculo termina.
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En sus inicios, a este camposanto se le conocía como ‘Josefov’: el área catastral más pequeña de Praga, en donde se congregaba la comunidad judía desde el medioevo. Bajo el dominio de Carlos IV, la capital era inminentemente católica. Sin embargo, la tradición hebraica echó raíces profundas en la región Bohemia, y se instaló en ese espacio desde la Edad Media.
Aunque no está claro cuándo se fundó exactamente, éste es un bastión de la comunidad judía en Europa, en memoria del Holocausto. El cementerio se ha convertido en una atracción turística por el halo lúgubre que le rodea, ya que se dice que fue ahí mismo que se escribieron los principios de Los protocolos de los sabios de Sion: un tomo antisemita que promovía la creación de pogromos en la Rusia comunista.
Las luces no se prenden jamás sobre el escenario de un teatro negro en Praga. Por el contrario, los que se encienden son los actores y el espacio. Con base en tecnología de luz ultravioleta, los muebles y las personas se hacen presentes con destellos neón sobre sus siluetas, que sugieren su corporalidad y presencia escénica.
El černé divadlo, como se conoce tradicionalmente, no ofrece presentaciones infantiles. Además de ser mudo, hay desnudos e imágenes explícitas. Muchas de las funciones se organizan en casas particulares, o en foros pequeños que no admiten a más de 50 personas. El punto es que todos los espectadores puedan ver el juego de colores y contrastes, que aportan una narrativa diferente a la puesta en escena.
‘Trdlo’ es el nombre cariñoso por el que se conoce al ‘Trdelnik’: un pan típico de la región Bohemia que consiste en un cono en espiral con algún dulce adentro. Desde crema pastelera hasta diferentes tipos de mermeladas, este pastel eslovaco se hornea atravesado en un palo de madera, con el que se le da vuelta a la masa. Cuando está dorado, se puede disfrutar con chocolate caliente, café o vino recién hervido. La particularidad es que sólo se pueden encontrar en los mercados callejeros, y vale la pena buscarlos desde temprano —porque se acaban.
En medio del arco que describe el Puente Carlos hay una placa metálica desgastada por el paso del tiempo —y los turistas. Dice la superstición local que, si se quiere regresar a Praga en algún momento de la vida, es necesario frotar con fuerza la superficie de este grabado centenario. De esta manera, el visitante garantiza que, en unos años, podrá regresar a la capital bohemia del mundo. Por debajo, el río Moldava guarda la promesa al ritmo de su cauce apacible.
Fue aquí donde, en el siglo XIV, el rey Carlos IV instauró la capital de sus dominios. Como tal, pensó en construir una ciudad imperial, que demostrara su poderío y buen gusto. En los albores del medioevo, este diseño incluía torres de piedra caliza ornamentadas con ojivas y rosetones, así como palacios de gobierno que inspiraran al Imperio. Muchas de sus construcciones y callejones mantienen este esplendor oscuro —más aún en invierno, cuando la ciudad se recubre de neblina y bruma pesadas.
Vista desde abajo, la Catedral de San Vito parece reverberarse hacia las alturas. Hay historiadores que dicen que es el mejor ejemplo arquitectónico del estilo gótico flamígero, alzada durante el esplendor del siglo XIV en la ciudad. Éste es un templo católico que forma parte del conjunto monumental del Castillo de Praga, y en sus interiores, alberga los nichos de arzobispos, reyes y santos europeos medievales que perdieron la vida en favor de la Iglesia.
Un compás abierto sobre una espada. Una ‘G’ mayúscula sobre un ojo que todo lo ve, enmarcado en un triángulo equilátero. Una mano que emerge de una nube dorada. Todos estos son símbolos de masonería que pueden encontrarse en los rincones más escondidos de la Catedral de San Vito. A pesar de que, en principio, poco tienen que ver con la fe católica, la iglesia central de la Ciudad Vieja está plagada con esta iconografía, sugiriendo que era el centro de poder secreto de la logia bohemia en la capital.
Hay pocas experiencias tan icónicas de la capital bohemia que tomar un café en un local minúsculo que sobrevuela la ciudad. Los locales se han organizado por décadas para abrir sus casas al turismo, de manera que sobre los edificios de departamentos, los últimos pisos están dedicados a negocios minúsculos cuyo único atractivo es mirar Praga desde arriba.
Con la brisa nocturna y una copa, ver la ciudad encenderse con el ocaso es quizá la mejor manera de cerrar una visita a la capital de la República Checa. Al caer la noche, salir a caminar una última vez entre los callejones medievales de la ciudad tiene un gusto diferente. Una recapitulación, un ‘hasta luego’, un cierre.
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