Ámsterdam se vive a pie, en bici o en bote. A pesar de que es una de las ciudades más avant garde de la Europa Occidental, mantiene un gusto barroco, que le guiña a la arquitectura contemporánea que se alza en la ‘Venecia del Norte’. Las casitas, apiladas a lo largo del río Ámstel, se mantienen intactas desde el siglo XIX: una misma paleta de color acompaña el cause de los canales. A la par, las coffee shops locales ofrecen delicadezas amigables con quienes prefieren los opioides. Éstas son algunas de las experiencias necesarias en la capital de los Países Bajos:
Alguna vez, un taxista me contó que, en el río, hay más bicicletas que botes. Según él, iban a dar ahí después de tantos accidentes en donde los ciclistas enardecidos se estampaban entre sí. En medio de la pandemia por COVID-19, con las calles menos ocupadas, quizá la mejor manera de conocer Ámsterdam es en bici.
Pueden rentarse en cualquier kiosko local con precios bastante razonables, y muchas veces, recorrer la ciudad así es menos cansado que caminar. Finalmente, la vialidad hoy en día le da prioridad a la movilidad en bicicleta. La lógica del cuidado al planeta respalda esta tendencia, que locales y turistas por igual se niegan a soltar.
Gran parte del acervo del Rijksmuseum, uno de los emblemas culturales de Ámsterdam, está dedicado al maestro barroco Rembrandt. La sala principal del museo se centra en una de sus obras cumbre: La Ronda de noche (1642). El dinamismo del cuadro lo amerita: es casi una puesta en escena, en la que se presenta a un escuadrón de guardias del siglo XVII, listos para empezar un duelo a muerte.
Con 3.5 metros de alto por 4.38 de largo, es una de las pinturas más grandes de toda la institución. Se dice que, en el lado izquierdo del cuadro, el autor se pintó a sí mismo, sorprendido por la acción que estaban a punto de concretar sus personajes. Se le puede ver detrás de un guardia vestido de rojo, apenas asomándose a ver lo que está pasando.
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Como todas las grandes ciudades, Ámsterdam está atravesada por un río. Además de ser una de las atracciones turísticas más sonadas de la ciudad, es posible utilizar el cauce como medio de transporte. Así como se compra un boleto de metro en Nueva York, es posible pagar un servicio similar en bote, para llegar de un lugar a otro.
Es el mismo sistema: hay líneas de colores que llevan a rutas diferentes, con puntos estratégicos en toda la capital. De esta manera, se cumple una doble función al mismo tiempo: conocer la capital en barco, y llegar al punto siguiente. De manera general hay descuentos para estudiantes y académicos, y el pase se tiene que renovar con cada día que pasa.
La experiencia se disfruta más en los meses cálidos del año. En el centro de la plaza del Museum Quarter se pone un mercado sobre ruedas que, además de ser mucho más barato que los restaurantes del centro, ofrece wafles, hotdogs y pretzels al estilo local. Con poco menos de 10 euros es posible comprar un desayuno completo, que muchas personas prefieren comerse a manera de picnic en la explanada del Museo de Van Gogh.
Zaanse Schans, Volendam y Marken. Esos son los nombres de los molinos más representativos del campo neerlandés. En general, los recorridos empiezan temprano por la mañana. A pesar de que se encuentran cerca de Ámsterdam —a poco más de media hora—, se aprovecha mejor el día si se empieza antes de las 8 de la mañana.
Una vez en el sitio, es posible visitar fábricas de queso, probar los productos lácteos hechos a mano y ver cómo funcionan los molinos contra el viento. De la misma manera, es posible contratar tours en ferry, que permiten dar una vuelta entre los canales que dan a las fábricas activas.
Pocas ciudades tienen un sistema de prostitución tan frontal como Ámsterdam. En el Red Light District, es posible contratar servicios sexuales a pie de calle. La única diferencia con otros sectores similares en el mundo es que las mujeres están detrás de vitrinas. Muchas de ellas saben hablar más de cuatro idiomas, para ofrecer un servicio más completo.
Es difícil encontrar fotografías del sitio, ya que está estrictamente prohibido usar cámaras personales ahí. Ellas están protegidas, muchas veces, por la policía local. Por lo que si registran un comportamiento inadecuado, pueden contactar inmediatamente a las autoridades para que se encarguen de la situación.
La temporada empieza con las primeras semanas de primavera. Desde finales de marzo hasta bien entrado mayo, los campos holandeses se tiñen de todas las tonalidades en las que los tulipanes florecen. Así como es posible visitar los molinos, hay viajes especializados en el turismo agrario, que permiten una experiencia inversiva entre los campos en flor. El más famoso es el jardín Keukenhof, también conocido como Jardín de Europa.
Éste es una de los lugares más transitados de la capital. Incluso después de 751 años de su fundación, sigue siendo uno de los puntos neurálgicos de Ámsterdam. Desde ahí se puede ver la presa principal de la ciudad, y se concentran algunos de los edificios más representativos de la arquitectura barroca neerlandesa. Es ahí mismo donde se celebran las festividades nacionales, y se alza uno de los árboles de Navidad más altos de todo Europa.
Con apenas 41 mil kilómetros de superficie total, los Países Bajos tienen una gran ventaja: todo está cerca. Por esta razón, dedicar un día de estancia a visitar los pueblitos aledaños es un acierto. Utrecht, Rotterdam, Volendam: todos están a menos de dos horas de distancia en tren. Entre ellos, se encuentran desde abadías medievales, castillos antiguos, y hasta otros poblados acanalados. Ya estando ahí, se puede ir y venir con relativa facilidad a precios accesibles.
La primera impresión que tuvo mi hermana después de un día de recorrer Ámsterdam a pie se resume como sigue. Sentadas en un café en el Dam, una de las plazas principales de la ciudad, me dijo: «Aquí todos los edificios son iguales. Parecen casitas fotocopiadas». Y es cierto: creo que ésa es parte de la delicia de vivir la ciudad a ritmo lento, sin prisa.
Aunque, efectivamente, las edificaciones obedecen una misma línea arquitectónica —y sí, son muy similares entre sí— no hay mejor manera de terminar un día de caminar que sentarse en un café a mirar el atardecer. Aunque hay quienes prefieren omitir esa experiencia para darle prioridad a la vida nocturna.
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