Laberintos hechos de arbustos, galerías que antiguamente fueron palacios y catedrales del gótico flamígero: visitar Viena es una experiencia arquitectónica.
Algunos atribuyen la grandeza imperial de Viena a la personalidad ostentosa de Teresa de Austria, la emperatriz más temida de la familia Habsburgo. Quería que su ciudad de residencia representara el poderío económico, militar y artístico que tenía sobre sus dominios. Como tal, construyó una ciudad museo. En la actualidad, muchas de sus antiguas propiedades fueron convertidas a centros culturales. Tal vez la mujer tenía razón al orquestar un esfuerzo arquitectónico de ese nivel, que sigue reluciendo al ritmo acompasado del Danubio.
Ver El Beso, de Gustav Klimt, en el Belvedere
El Belvedere fue el palacio de invierno de la familia real austriaca por siglos. Se trata del conjunto arquitectónico barroco más grande de Viena. En su interior, sin embargo, ya no habita ninguna familia real. Por el contrario, fue designado en 1903 como casa perenne de la obra de Gustav Klimt y otros contemporáneos suyos, que dedicaron la vida al movimiento modernista del arte europeo.
A pesar de que la entrada al palacio es completamente blanca —con mármoles, techos a desnivel, escalinatas y ventanales imperiales—, la sala designada para El beso (1907) está completamente pintada de negro. No hay luz. No hay ventanas. De hecho, sólo un número restringido de personas puede entrar cada 15 minutos, de manera de que la experiencia no se pierda entre la multitud.
Al fondo de la sala, se encuentra una de las que se consideran como ‘obras maestras’ de comienzos del siglo XX. La única luz que hay en el espacio está destinada a la pintura que, con 180 por 180 centímetros, está casi enteramente labrada con hoja de oro. Es posible acercarse a la pintura. Sin embargo, cuando acaba el turno hay una persona que le pide muy amablemente a los demás que salgan ya, porque el siguiente grupo espera.
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Escuchar un concierto de música clásica en la iglesia de Santa Ana
Hadyn, Mozart, Beethoven, Schubert: semana con semana, el calendario está lleno en la iglesia de Santa Ana de Viena. Aunque originalmente fue construida en el siglo XV en honor a una de las monarcas austriacas, los servicios religiosos en el templo han sido desplazados en gran medida por la oferta musical que el recinto alberga.
Varias veces por semana, es posible escuchar a los grandes maestros clásicos, bajo los murales más pomposos que la capital austriaca tiene. Columnas de mármol en azul y rosa pálido, remates garigoleados en lámina de oro, nichos dedicados a todo el santoral europeo: al lado de ellos es posible apartar un lugar en línea para escuchar música clásica. Generalmente, los horarios nocturnos tienden a ser más espectaculares, porque el recinto se enciende con el fulgor de miles de velas.
Recorrer la nave principal de la Catedral de San Esteban
Hay pocos ejemplos tan magníficos del gótico flamígero en Europa. A diferencia de otros estilos arquitectónicos medievales, durante un periodo breve de la Edad Media se optó por atiborrar las fachadas de las catedrales con detalles que las hicieran elevarse en ojivas cerradas, como si fueran llamas de piedra.
A diferencia de otras catedrales europeas, San Esteban de Viena se levanta sobre las ruinas de dos iglesias anteriores. Por las diversas modificaciones que ha sufrido desde su construcción en 1147, el recinto se ha catalogado como ‘ecléctico’, ya que combina diversos estilos arquitectónicos tanto en la fachada como en el interior.
Por esta razón, las ampliaciones barrocas que se realizaron sobre la estructura gótica de la catedral parecen desentonar en el centro de la capital austriaca, siempre fría e imperial.
Ver los edificios modernistas en las calles principales
Si algo es Viena, ciertamente es una capital que enfrenta diversos movimientos arquitectónicos. Así como tiene catedrales medievales e iglesias barrocas, los arquitectos de comienzos del siglo XX tuvieron el cuidado de romper con esta estética para inducir el movimiento modernista al marco general de la ciudad.
Durante el cambio de siglo, se dio un periodo artístico en diferentes disciplinas conocido como la Secesión. Los artistas afilados a este movimiento —que también llegó a ser político— estaban cansados de las formas clásicas y oficialistas de ‘producir arte’, por lo que optaron por cambiar las formas de representación hacia otros horizontes.
Algunos de ellos miraron hacia oriente, por lo que algunos edificios habitacionales que todavía funcionan hoy como tal están revestidos de motivos vegetales. Aún hoy, sus fachadas están completamente tapizadas de adornos florales. Aunque no es posible entrar, verlos desde la calle es un gusto que sólo los transeúntes atentos pueden darse al visitar Viena.
Visitar la librería estatal de Viena
Antiguamente, esta biblioteca perteneció a la familia imperial de los Habsburgo. Siguiendo la línea de Teresa de Austria, la más pomposa de las dirigentes políticas de Austria, se mandó construir un monumento al conocimiento en donde se pudiera guardar el acervo nacional de arte, cultura y ciencia. A lo largo de los años, se han recopilado 8 colecciones diferentes, entre las cuales hay libros inéditos, de los que sólo se conserva una copia.
En la actualidad, sin embargo, es posible agendar una visita desde el portal oficial de la Librería Nacional Austriaca. Si bien es cierto que es un espacio público, la entrada se cobra, ya que en su interior se han construido 5 museos diferentes —así de grande es. Está abierta todos los días para consultas académicas o visitas turísticas, de 9 de la mañana a 9 de la noche. Es preferible, sin embargo, llegar temprano, para poder admirar los techos pintados con murales barrocos.
Caminar por los callejones medievales del casco antiguo de Viena
También conocido como Altstadt, el casco antiguo de Viena conserva su trazado medieval. Como tal, está construido con base en una red de callejones y senderos apretados, en los que fácilmente cabían carretas hace varios siglos. Para respetar el patrimonio, el Estado optó por hacer de todo este sector sólo para caminantes, por lo que únicamente pude recorrerse a pie.
Ahí se encuentran las tabernas más viejas de Europa, así como la Catedral de San Esteban. En verano, la Stephansplatz —o la plaza que rodea a la catedral— se enciende durante las noches con obras de teatro al aire libre. También es posible recorrerla en calandria, para quienes no quieran caminar tanto. Sin embargo, siempre es un gusto sentarse afuera de la catedral, a simplemente tener un momento de silencio mirando los vitrales, que imponen por su tamaño y colores.
Sentarse a tomar vino en los jardines barrocos del Schönbrunn
Viena es una de las ciudades más verdes de todo Austria. Según el registro estatal más reciente, la mitad de la capital está recubierta de jardines imperiales y áreas públicas que han vuelto a reforestarse. Aunque la mayor parte de ellas forman parte de complejos museísticos, es posible visitar los jardines para sentarse a comer algo. Esta experiencia es particularmente disfrutable en verano, cuando hace calor y se puede tomar una copa de vino sobre el pasto.
No sólo el Palacio del Schönbrunn cuenta con jardines barrocos. Por el contrario, hay un laberinto hecho sólo de arbustos que, originalmente, fue construido para el entretenimiento de la realeza austriaca. Algunos dicen que la emperatriz Teresa de Austria lo mandó construir después de que vio la grandeza de Versalles, para sentir que tenía en su poder algo de una complejidad y grandeza equiparables.
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