Callejones medievales, playas nudistas y arquitectura modernista: visitar Barcelona puede ser una experiencia religiosa y cultural a la vez.
«No hay ciudad que se parezca más al infierno», escribió la novelista catalana Carmen Laforet sobre Barcelona en su obra más representativa, Nada (1945). En ese momento, la joya de Cataluña no gozaba de la pompa y lujo con la que hoy reluce junto al mar. Por el contrario, la Segunda Guerra Mundial la había devastado por completo. A pesar de aquel periodo oscuro, la segunda mitad del siglo XX revistió a la ciudad de arte, revolución y propuestas arquitectónicas de vanguardia. Estos son algunos de los mejores planes a través de sus barrios que resultaron de años de historia cultural:
Tomar el sol en la Barceloneta
En su origen, la Barceloneta era un barrio marino. Por su cercanía al mar, conserva esa línea cultural de apego a la arena y las olas desde el siglo XVIII, cuando se fundó. Desde entonces, las embarcaciones siguen ingresando a Barcelona por ahí. Algunos locales, incluso, conservan la misma decoración desde hace 200 años. Con el desarrollo turístico más reciente, sin embargo, se han establecido algunos de los resorts más exclusivos del puerto, con playas privadas, en las que es posible asolearse y tomar cerveza. Además, quitarse el brasiere del bikini no está mal visto.
Visitar las librerías de viejo en el Barrio Gótico
Ésta es la sección medieval que se conserva, casi intacta, en Barcelona. El Barrio Gótico es uno de los núcleos más representativos del centro histórico de la ciudad catalana, y durante siglos, se conoció como el ‘Barrio de la Catedral’. Con la construcción —todavía inconclusa— del templo de Gaudí, sin embargo, el sector pasó a conocerse localmente como Barri Gòtic.
A pesar del paso de los siglos, conserva su traza romana original. Además, congrega los talleres artísticos y librerías de viejo más antiguas de todo España. Entre los callejones apretados hay puentes, puertas y paredes enteras decoradas con ojivas largas, a la manera clásica del movimiento arquitectónico del gótico flamígero.
Comer tapas en el mercado de la Boquería
Caminar por Las Ramblas es uno de los imperativos al visitar Barcelona. En el trayecto, vale la pena hacer una parada en el Mercado de la Boquería para comer. Originalmente, era un espacio municipal público donde sólo se comía mariscos.
En la actualidad, el espacio cuenta con al menos 300 puestos de élite, entre los cuales se pueden encontrar tapas, platillos exóticos y la mejor oferta culinaria de la capital catalana. Aunque se construyó en el siglo XIX como un espacio abierto, hoy está techado, para proteger a los turistas del sol en las temporadas de más calor durante el verano.
Encontrar el último rincón del Parque Güell
Antonio Gaudí fue el máximo exponente de la arquitectura modernista en Barcelona. Como tal, pensó en construir un espacio en el que la naturaleza comulgara con los espacios habitables públicos. Con el financiamiento del empresario Eusebi Güell, quien le encomendó construir una urbanización de 60 casas, el arquitecto apostó por un diseño orgánico, basado en piedra y mosaicos de cerámica policromada. Así nació el Parque Güell.
En la actualidad, en favor de su manutención, la entrada no es gratuita. Por el contrario, se recomienda agendar una visita desde el portal en línea del parque. Desde ahí, además de comprar los boletos, es posible apartar una visita guiada por sus puntos más icónicos. Sala Hipòstila, Jardins d’Àustria y Pòrtic de la Bugadera están entre los más famosos. Sin embargo, la experiencia es mucho más rica si cada cosa se descubre a pie.
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Visitar los museos de los principales artistas catalanes
Gran parte del desarrollo artístico de España en el siglo XX vino de Cataluña. Desde la literatura, la arquitectura y las artes plásticas, las propuestas de verdadera vanguardia surgieron de los pueblos pequeños de la región. Por esta razón, Barcelona conserva algunos de los trabajos más representativos, por ejemplo, de Pablo Picasso y Joan Miró.
Ambos iconos de las vanguardias europeas, el primero se decantó hacia el cubismo, mientras que el segundo fincó las bases de su propuesta artística en el inconsciente infantil y las formas más orgánicas. En honor de ambos artistas, se construyeron museos en sus antiguos talleres barceloneses.
Hoy en día, están abiertos al público. Tanto en la Fundació Joan Miró como en el Museu Picasso es posible tomar talleres y visitas guiadas especializadas, con descuentos para los visitantes que estén inscritos en alguna institución académica.
Admirar en silencio los vitrales de la Sagrada Familia
Tuvieron que pasar años antes de que Gaudí terminara los planos para la Sagrada Familia. Como un hombre profundamente religioso, quería imprimir la culminación de su desarrollo arquitectónico y artístico en un templo católico, que pudiera recibir a visitantes de todo el mundo de manera gratuita. Para 1882, empezó finalmente la construcción de la basílica. Cuenta la leyenda que el arquitecto quería que la gente se sintiera, al entrar, como si hubiera llegado al Paraíso.
En la actualidad, la obra todavía no termina. Por el contrario, el gobierno barcelonés cobra aproximadamente 20 euros por persona para entrar. En temporada alta, las tarifas se elevan todavía más. Incluso para los feligreses que quieren pasar a escuchar misa, o sencillamente a rezar. A pesar de ello, perderse el juego de luces, los motivos vegetales y las diferencias en altura al interior de la iglesia es un error, si se está en Barcelona.
Descubrir los edificios modernistas de las calles barcelonesas
Gaudí no fue el único arquitecto que ornamentó Barcelona. Por el contrario, en las arterias principales de la ciudad hay obras de otros artistas que revisten a los edificios habitacionales y públicos. La gran mayoría de ellos se pueden ver a lo largo del Paseo de la Gracia. Entre los más representativos, destacan la Casa Batllò, La Pedrera y la Casa Amattler. Aunque vale la pena recorrerlas por dentro, siempre es un gusto visual encontrárselas casi por accidente en las calles de Barcelona.
Subir al Tibidabo a ver el horizonte de Barcelona
A 512 metros sobre el nivel del mar, el monte del Tibidabo recibió su nombre de un pasaje bíblico satánico. ‘Tibi-dabo’ se traduce, literalmente, como te daré, según aparece en el Nuevo Testamento. En éste, se describe cómo fue que Satanás tentó a Jesús en el desierto antes de morir crucificado. Los monjes que bautizaron a la cima de la colina pensaron en esta escena, como si el mismísimo diablo le ofreciera al Mesías toda la belleza de Barcelona.
Al subir la colina, un desfile de casonas de antiguas familias acomodadas se presenta ante los visitantes. En la cima del monte hay un parque de atracciones, coronado con una rueda de la fortuna —apelando, quizá, a ese mismo halo ominoso que el Tibidabo recibe de su nombre. Sin embargo, hay pocas vistas tan hermosas de la ciudad como la que se aprecia desde el punto más alto de la rueda de la fortuna. Al atardecer, ver cómo la ciudad se tiñe de rosa es un privilegio al que pocos viajeros tienen acceso.
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