La biomimesis pretende construir en la naturaleza sin destruirla, y es el fundamento que utiliza Roth Architecture para todos sus proyectos turísticos.
En Tulum, la zona hotelera tiene una única carretera. A lo largo de algunos kilómetros, turistas venidos de Europa y el Norte de América transitan en bicicletas rentadas. En las horas pico, el tráfico impide que los coches avancen con fluidez. A lo largo del camino no se ven los hoteles: la vegetación de la selva los consume, como si el verdor perenne del caribe mexicano integrara la infraestructura turística por completo.
A diferencia de Cancún, otro de los puntos álgidos de turismo en el estado de Quintana Roo, Tulum todavía conserva la densidad de la selva maya. En la época precolombina, de acuerdo con los registros del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se le conocía como ‘Zamá’: lugar del amanecer, según la traducción del maya antiguo. La ciudad contemporánea recibe su nombre del sitio arqueológico que da al mar, en alusión a las ruinas de una muralla que se conserva ahí, casi intacta.
Desde la carretera no se ve el mar, ni las ruinas, ni la muralla. Sólo la selva —incluso a pesar del evidente avance urbanístico que ha tenido la ciudad sobre la naturaleza. Casi hasta el fondo de la carretera, en el kilómetro 5, está AZULIK.
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Enmarcado por la selva
Si no fuera por la dirección del personal de bienvenida, sería difícil dar con la puerta principal del hotel. Enmarcadas por vainas y árboles endémicos de la región, las estructuras de bejuco se mimetizan con el verdor natural del lugar. Al entrar a la recepción, no hay iluminación eléctrica: la luz natural del espacio está acompañada únicamente por el destello discreto de velas naturales. Huele a jazmín y a otras especies de flores endémicas de las que se me escapa el nombre.
Otros visitantes andan descalzos por el espacio. No es casualidad: los mismos miembros del personal instan a los huéspedes a hacerlo, para evitar que las estructuras de bejuco se lastimen. “Todas están hechas a mano por artesanos locales”, nos explica Ana Ferrari, representante de relaciones públicas del hotel.
El camino hacia las habitaciones obedece el mismo principio de no-invasión a la tierra: en lugar de destruir el espacio para erigir infraestructura hotelera encima, los arquitectos visitaron el espacio primero para ver qué existía antes.
“Las curvas del piso ya estaban en la jungla”, explica Ferrari. “Es para mantener la belleza del espacio. Por eso, la construcción conserva una estética en espiral, que alude a los cenotes y pozos que naturalmente habían aquí”.
Este principio se conoce como biomimesis. Por su raíz etimológica, el término surge de la unión entre el sufijo bio —que se traduce como ‘vida’, del griego— y el término mimesis, que significa ‘imitación’. Bajo esta lógica, no existe un único camino para llegar a todos los espacios habitables del hotel. Por el contrario, así como sucede en el entorno natural, parece que todos los senderos están conectados entre sí, en una misma sintonía.
Debajo de los puentes que conducen a las habitaciones, se respetó el lugar que ha ocupado un cenote por milenios. En el área natural protegida de Cancún-Tulum, estima el gobierno mexicano, existen alrededor de 5 mil. El suelo no está intervenido, sino que se entreteje con las estructuras orgánicas de madera que caracterizan al hotel.
Todas las habitaciones están pensadas sólo para dos personas. Una pareja, idealmente. En ninguna de las amenidades hay niños. Al caminar por los pasillos, el personal se dirige a los huéspedes en inglés. La mayoría de ellos vienen de Estados Unidos, los países más septentrionales de Europa y Medio Oriente, en ese orden. En la habitación, una tina de concreto está casi al aire libre, con un espejo de piso a techo que permite ver cada recoveco del cuerpo al usarla.
Al caer la noche, el barullo de la selva invade las habitaciones. Frente al mar, con una alberca privada por cada villa, crece una luna llena perfectamente esférica. En el silencio, parece el ojo de Ix Chel, la diosa maya del agua, que observa la marea desde la bóveda celeste.
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Curvas, concreto y biomimesis
‘AZULIK’ es un nombre compuesto que hace alusión el color turquesa del mar (en español) y al viento (-ik, en maya), que describe movimientos orgánicos, en espiral. Este motivo también se refleja en las estructuras de Roth Architecture, una firma contemporánea de arquitectura fundada por Eduardo Neira, quien llegó a Tulum hace más de dos décadas.
Como nunca se sintió identificado con su apellido, decidió adoptar el de su abuelo: Roth, según dice en una entrevista en exclusiva para National Geographic Traveler. En honor a esta conexión ancestral, nombró la firma de arquitectura contemporánea que encabeza desde hace casi un lustro. De ahí que todos sus proyectos —tanto en México como en otros países de América Latina— obedezcan el principio de biomimesis.
Roth se quedó en la Riviera Maya con la intención de intervenir el espacio sin destruirlo. Por ello, los desarrollos que llevan su nombre no interfieren con el curso natural de los elementos naturales. Por el contrario, los proyectos están pensados para no utilizar maquinaria pesada, al tiempo que respetan el relieve original del ecosistema.
Lo que es más: incluso la basura en las cocinas del hotel se reutiliza en los talleres de moda que se fundaron en Uh May, un pueblo a media hora de Tulum. Desde ahí, se da servicio al hotel y a SFER IK Museion, el museo de arte contemporáneo que se construyó ahí mismo.
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El viento esférico
SFER IK recibe su nombre de la idea de que el viento describe movimientos circulares. Por esta razón, también, los motivos curvos se respetan en todo el espacio museístico. Así como sucede con AZULIK, los espacios habitables están conectados por distintas vías. No hay una única manera de llegar a las salas de conferencia, salas de galería y niveles que lo componen.
De la misma manera, el cambio de concreto a bejuco es intencional. Esto cumple una doble función: la primera tiene que ver con las sensaciones terrestres, en contacto directamente en los pies; la segunda está relacionada con el cambio de texturas, al tacto de la piel y de la mirada. En ambos, el lujo no está en la ornamentación del lugar. Por el contrario, se concentra en el detalle, en la experiencia.
Según explica Ferrari, fue necesario implementar 700 personas en la construcción de SFER IK, que tomó tan sólo 8 meses. Roth y su equipo siguieron este mismo lenguaje estético de biomimesis para su propia residencia, construida directamente en Uh May, a un costado del museo. Mostrándonos el espacio, Cristian, el mayordomo, dice que “del espacio nacen formas, sin que la gente se dé cuenta […]. Conforme recorres los espacios, de la nada, del piso nace un sillón”.
Y es cierto: la biomimesis promueve que el concreto no se quede a nivel de piso, sino que convierta en otras estructuras habitables. De la misma manera, la biomimesis pretende apelar a la multisensorialidad de los seres humanos. Al tiempo que se siente el frío del concreto sobre las plantas de los pies, un sistema de sonido ambiente permite que se escuche la misma música en toda la casa, ambientada discretamente con el humo de varios copales con aceites esenciales diferentes.
Al recibirnos, Eduardo trae puesto un conjunto de manta morada que, según dice, se tiñó con la cebolla desechada en el restaurante de su hotel en Tulum. Cuando le preguntamos quién es, habla en plural:
“Nosotros somos una tribu”, asegura Roth, “que está tratando de recordar de dónde venimos y hacia dónde vamos. […] Construimos sin cortar ni lastimar nada, sin planos, buscando reconectarnos con las formas de pensamiento que estaban vivas antes y quieren expresarse”.
Por esta razón, no se cortó ninguna planta con un diámetro mayor a una pulgada, que se traduce en poco más de 2 centímetros. Sus proyectos intentan aprender de la naturaleza y “reconectar con su inteligencia”, asegura, porque forma parte de un sistema milenario que se sostiene a sí mismo. Fue así como, al término del proyecto, resultó un hotel de élite en Tulum, en el que la noche más barata está en 980 dólares, sin impuestos. La más cara, en contraste, se eleva hasta los 10 mil 620, en temporada baja.
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Salir de la cueva
“Cuando uno se integra a la selva, recupera la memoria de quién es”, explica Roth. Con este convencimiento, ha construido proyectos desde la Amazonía peruana hasta la Patagonia. En sus planes está replicar la biomimesis en el desierto de Arabia Saudita, según nos adelanta Fernando Artigas, líder de diseño y construcción de Roth Architecture. En México, mientras tanto, se ha desarrollado un espacio que internamente llaman ‘la Ciudad de las Artes’.
Ahí mismo, en Uh May —donde se construyó el museo y su propia residencia—, Roth Architecture cimentó sus oficinas centrales. En este espacio se concentra el despacho de arquitectos, mercadotecnia y sustentabilidad que sostiene todos sus proyectos. Pocos metros más allá, se construyeron talleres de moda, cerámica y metalurgia, que dan servicio a las boutiques al interior de AZULIK.
La biomimesis que fundamenta los proyectos de Roth también se refleja en esta vía. A manera de imitar el “sistema colaborativo” —como él lo nombra— que existe en la vida salvaje, pretende concentrar en una misma línea de producción todas las necesidades de su desarrollo hotelero. En un mismo lugar, se diseñan y producen cada una de las vajillas, cubiertos, colecciones de joyería y adornos que nutren al hotel, a SFER IK y a su propia residencia.
“Nosotros creemos que la arquitectura tiene una responsabilidad en este futuro de contingencias climáticas”, explica el dueño de AZULIK. “Nuestro desafío es sacar al ser humano de la cueva, para volvernos a conectar con la naturaleza. […] Tenemos que salir de nuestra cueva conceptual y física.”
Con esta premisa, piensa construir laboratorios de producción fabril, que permita transportar vía marítima este modelo de construcción hacia otras regiones del Caribe, América Latina y Medio Oriente. Los centros comerciales, hoteles y estudios de sonido que planean desarrollar se ceñirán, en principio, también a la biomimesis.
Para Roth, los espacios en la selva son curvos. “Las formas nunca son ortogonales, como nuestro cuerpo, como la naturaleza”, enfatiza. “Toda nuestra cultura ha desarrollado formas cuadradas: de pensar, de diseño, de habitar […]. Hay que empezar a construir cosas que vengan de nuestro recuerdo de la naturaleza: biomiméticas”.
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