Una aventura por la Panamericana en Perú.
Con una mirada que refleja cierto asombro, la policía observa frente al edificio del aeropuerto de Tacna en Perú cómo se arma una bicicleta de carreras. Ir en bici por la Panamericana no es precisamente un deporte popular en Perú. La bolsa para el equipaje, que pesa cuatro kilogramos, está sujeta al sillín. Hacia la izquierda, al salir del aeropuerto, que se parece a un garaje, uno llega directamente a la legendaria ruta.
La carretera discurre desde el Pacífico hacia las alturas de los Andes. El primer tramo, de 31 kilómetros, conduce a la frontera con Chile. La carretera pasa por paisajes desérticos lunares.
En la frontera hay que desinfectar la bicicleta debido a la supuesta existencia de una peste animal en Perú. Después de recorrer otros 25 kilómetros ya se puede oler el Pacífico. Hemos llegado a la ciudad portuaria de Arica. A la mañana siguiente, durante el desayuno, surgen algunas dudas cuando estudiamos el ascenso que nos espera.
Desde el nivel de mar, a cero metros, hasta una altura de 4,700 metros: en el mundo hay pocos pasos de montaña como este, tan largo y tan alto. Al principio, la ruta sube ligeramente por el valle verde del río Lluta. Después de 50 kilómetros comemos dos empanadas con zumo de naranja fresco.
En el siguiente tramo, de casi 70 kilómetros, no hay ninguna tienda. Algunos camiones, que llevan carga desde Chile a la ciudad boliviana de La Paz, pasan tocando el claxon para animarnos. La carretera, bien asfaltada, va subiendo cada vez más y pasa por desiertos rocosos, un paisaje surrealista. Pronto se han agotado las reservas de agua: la sed comienza a ser un problema.
Tras un ascenso de otros diez kilómetros aparece por primera vez después de mucho tiempo un edificio, que resulta ser una fábrica de sal potásica. El personal de vigilancia nos mira asombrado. Afortunadamente hay alguien que nos regala agua.
Continuamos el viaje, siempre subiendo. Las sombras que proyecta la bicicleta se alargan. Comienza a caer la noche. Un letrero colocado junto a un lago de montaña nos promete "jugos naturales". Una vez más nos hemos quedado sin agua. El altímetro ya indica una altura de 2,700 metros. Un hombre, que vive en una cabaña, nos ofrece té de coca, que es muy bueno para prevenir el mal de altura.
Después de otros 15 kilómetros aparece, para nuestro gran alivio, un asentamiento de algunas barracas y un bar para camioneros: Zapahuira. Por cuatro euros conseguimos una cama pero ninguna ducha para quitarnos el sudor de una jornada intensa. Afuera ladran perros, la noche no está oscura y se pueden observar muchas estrellas.
Hemos recorrido 115 kilómetros subiendo hasta una altura de 3,400 kilómetros, un avance deprimente de solo 15 kilómetros por hora, pero no hay que olvidar que el trayecto ha sido casi todo el tiempo ascendente.
A la mañana siguiente brilla el sol. Después de un par de horas vuelve el problema de la sed. En un puesto militar conseguimos agua. Ahora vamos a entrar en el parque nacional Lauca. A la vista aparecen las montañas blancas de los Andes. Pasamos delante de lagos donde retozan flamencos de color rosa. A eso de las 16:00 horas hemos llegado al lado chileno de la frontera, en el lago Chungará, enmarcado por volcanes cubiertos de nieve. Hay cóndores que dan vueltas en el cielo y alpacas que pastan.
Durante la Guerra del Pacífico (1879-1883), Bolivia perdió su salida al mar a manos de Chile. Hasta el día de hoy los dos países mantienen una relación tensa, por lo que continuamos nuestro viaje en bicicleta por una zona desmilitarizada.
El paso de montaña situado a una altura de casi 4,700 metros es la frontera. "Bienvenidos al Estado plurinacional de Bolivia", dice un letrero. Sacamos rápidamente una foto con la bicicleta e iniciamos un descenso de un par de kilómetros hacia la primera localidad, Tambo Quemado. En total, hemos recorrido desde Arica casi 220 kilómetros.
Durante el descenso rebasamos volando camiones. Para nuestro asombro, el velocímetro indica 102,7 kilómetros por hora. El fino aire de montaña permite alcanzar esas velocidades. En la localidad fronteriza, la primera pregunta que nos hacen es de dónde somos. "Alemania". La siguiente pregunta: "¿Y ese Hitler aún está vivo?". Tenemos hambre, sed y aún no hemos encontrado un hotel. Pero no importa. Hemos llegado al fin de nuestro viaje infernal.
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