Un recorrido extremo de nuestro bloguero Juan Manuel Gómez por lugares insospechados de Los Ángeles
Voy a Isla Catalina, vía ferry, a dos horas de Los Angeles, California.
Salimos de San Pedro hacia Two Harbors. Allá, en el Banning House Lodge me esperan Alexandra Cousteau (quien además de ser hija del explorador del fondo del mar, Jaques Cousteau, ha dedicado su vida a proteger al agua del planeta) y Jimmy Chin (uno de los fotógrafos de aventura que más admiro).
En estos días exploraremos en Hummers abiertos el corazón de Isla Catalina.
Subiremos a una tirolesa que la atraviesa. Recorreremos por mar y tierra el camino a la bahía de Avalon, en el extremo Este, a 30 kilómetros de distancia.
Nos transportaremos en kayaks y padle-surf hasta una fiesta que han preparado para nosotros.
Frank Hein, nuestro guía, es ni más ni menos que el director de Educación Conservacional de Isla Catalina. Él nos explicará los pormenores del proyecto ecológico de este enclave turístico sustentable conectado con la inmensa, estéril y onírica ciudad de Los Angeles por un ferry.
Parece increíble, ¿no? Gracias a los amigos de REVO Polarized Lens, por mostrarnos la faceta verde de Los Angeles.
Empezamos.
Miércoles 20, a través de la isla
Hoy nos levantamos muy temprano y nos reunimos en el lobby de este hotel fantástico que nos lleva y trae del pasado al presente para emprender un recorrido a pie a través de la isla. Hay gente de Montreal, de Sidney, de Londres y por supuesto de muchos sitios de América, incluyendo México y Estados Unidos.
Nuevamente Frank Hein, el director de Educación Conservacional de Isla Catalina, va a la cabeza del grupo explicando los pormenores de la reforestación y de los trabajos de investigación encaminados a descubrir los secretos que oculta Catalina Island.
Me sorprendo al ver tantos nopales y tunas a mi paso. «Qué tiene de raro -dice Frank-. No te has dado cuenta de que ‘de hecho’ estás en México».
Mi cerebro tarda un momento en comprender: ¡claro!, estamos en California; estos territorios formaron parte alguna vez de México, y es natural que la flora sea similar porque se trata del mismo territorio desértico.
De vuelta al hotel, atravesamos un campamento de jóvenes (el cual está habilitado para recibir grupos de 500 boy-scouts).
Miércoles 20, padle-sufing
Al mediodía nos llevaron a una pequeña playa de aguas tranquilas, perfecta para la práctica del, para mí, nuevo deporte del padle-surf.
«¡Oh! –me corrigió Gilean, la instructora–, no es nuevo. Lo practicaban los lapones sobre sus canoas hace miles de años, porque te ofrece una mejor perspectiva de la superficie del agua. Es ideal para ver lo que hay a tu alrededor. Ellos lo usaban para pescar».
Las tablas de surf son especiales: anchas y estables para permanecer de pie en ellas sin resbalarte. Gilean, de hecho, es pionera en una práctica ciertamente nueva: padle-surfing-yoga.
Ahí tomamos el lunch y permanecimos hasta que la tarde nos cayó encima, enfrascados en la práctica de este hermoso deporte, tan noble, que cualquiera puede volverse experto en cuestión de minutos aunque apenas sepa nadar.
Lunes 19, el ferry
Tomamos el ferry a Catalina Island y la experiencia fue mucho más excitante de lo que esperaba. Viajaron con nosotros Jimmy Chin y Alexandra Cousteau, por supuesto, y algunos otros aventureros de todo el mundo que fui conociendo en el camino.
Así como niñas que se divertían de lo lindo luchando contra el viento, y que evidentemente venían a acampar a la isla con su grupo escolar. Nos alejamos de Los Angeles a gran velocidad.
Entre veleros de todos tamaños y el faro dijimos adiós al puerto de San Pedro, sus enormes barcos cargueros y sus gaviotas.
En poco más de una hora ya estábamos arribando a Two Harbors. Mañana nos adentraremos en Catalina y volaremos sobre ella en la tirolesa que la atraviesa. A ver cómo nos va.
Domingo 17
Me preparo para el viaje: llevo mis zapatos de escalada y mi arnés.
Recuerdo que en la portada de National Geographic, Jimmy Chin fotografió a unos locos que hacían escalada sin cuerdas en Yosemite.
No aspiro a tanto, pero estoy listo para lo que se ofrezca.
Llevo una lámpara, una libreta de notas, ropa de repuesto, mi cepillo de dientes, unos shorts especiales para practicar el surf, un Kindle por si hay espacio para leer, un par de tarjetas USB y la compu para vaciar las fotos de mi cámara (que también viaja conmigo).
En fin, nada del otro mundo. Muchas ganas de llegar a LA y de salir de ahí también; prefiero la fauna silvestre de una isla a la que aspira a parecer artista de Hollywood que pulula en Rodeo Drive.
Lunes 18, muy de mañana
Llegué al aeropuerto de la ciudad de México a las 5:00 am, tres horas antes de mi vuelo a Los Angeles, California. Volé más o menos el mismo tiempo: 3:30, pero en Los Angeles eran apenas las 10 de la mañana. Cuestión de horarios: acá son dos horas menos. Es como comenzar el día dos veces.