A veces retumba como un trueno, en otras rechina como un árbol cayendo y a momentos parece roncar en un sueño profundo
Después de las buenas experiencias en la capital del trekking, seguimos hacia el sur sobre la Ruta 40. Primero bordeamos el Lago Viedma, peleando de nuevo contra el fuerte viento patagón y más adelante tuvimos a la vista el Lago Argentino.
En poco tiempo encontramos de nuevo una carretera asfaltada, que nos llevaría hasta El Calafate, la entrada por excelencia al Parque Nacional los Glaciares. El Calafate es una ciudad pequeña, y geográficamente aislada, pero muy desarrollada debido a la industria del turismo. Acampamos cerca de un agradable riachuelo en las afueras de la ciudad y descansamos ahí por un par de días, disfrutando de buenos cortes de carne. El clima comenzó a empeorar, pero de todos modos nos determinamos a visitar los campos de hielo cercanos. Dejando el equipaje atrás, tomamos las motos y recorrimos el camino hacia la entrada del Parque Nacional.
Una serpenteante carretera nos internó en los bosques del parque y poco a poco comenzamos a ver trozos de hielo flotando en las aguas cristalinas. Este preámbulo nos preparó para la visión del masivo glaciar sobre el Brazo Rico del Lago. Con un frente de más de 5 kilómetros de longitud y una pared de 30 metros de alto, forma un espectáculo impresionante. El Perito Moreno nace en el campo de Hielo Patagónico Sur, y desde aquí se extiende por más de 30 kilómetros hasta las orillas de la Península de Magallanes donde forma una represa natural.
Tomamos un pequeño barco en un muelle cercano para recorrer la pared sur del glaciar y así nos pudimos acercar más al gran muro congelado. Nos impresionó cómo el peso del glaciar choca contra la península haciendo un gran contraste entre la roca y el hielo, dejando grandes trozos flotantes por toda la superficie.
Finalmente pasamos a las galerías del Parque Nacional para contemplar, con algo de paciencia, la caída del hielo desde lo alto de la gran pared. Aquí fue donde nos dimos cuenta del aspecto más especial, y quizás menos apreciado del glaciar: su murmullo. Como un ser vivo que se mueve lentamente, el peso del hielo presiona el frente de la gran masa congelada y hace ruidos fuera de este mundo. A veces retumba como un trueno, en otras rechina como un árbol cayendo y a momentos parece roncar en un sueño profundo. Cuando una pieza se desprende del frente y cae al agua, el eco del sonido tarda en llegar a los oídos y rompe el silencio con un gran estruendo y una enorme salpicada de agua. Sin duda, el canto del hielo es uno de los sonidos mas extraños y placenteros que existen.
Después de esta gran experiencia, volvimos al Calafate, preparados para seguir la aventura hacia el sur donde una vez mas nos internaríamos en Chile.
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