En el extremo suroeste del estado de Arkansas, uno puede encontrar la gran fortuna: diamantes.
El intenso calor hace vibrar el aire sobre el vasto campo lleno de terrones de color marrón. Desde los árboles situados en los márgenes llega el zumbido de las cigarras. Las gotas de sudor corren por la frente de Gina Meyers mientras ordena con una tarjeta de crédito un puñado de piedras. "En realidad, no sé bien lo que estoy haciendo aquí", dice esta mujer originaria de la ciudad de Tulsa, en el estado norteamericano de Oklahoma, que junto con su hijo está viajando a Texas y ha hecho una parada aquí. "Todo esto no parece ser más que grava", dice decepcionada.
Sin embargo, en este campo, que tiene un aspecto nada espectacular, en el extremo suroeste del estado de Arkansas, uno puede encontrar la gran fortuna: diamantes. "Bienvenido a la octava mayor reserva de diamantes del mundo. Desde 1972, los visitantes ya han hallado aquí más de 30,000", reza un letrero en la entrada del parque Crater of Diamonds. Después de algunos intentos de extracción comerciales, el campo fue declarado de interés turístico. El símbolo del diamante incluso está presente en la bandera del estado.
El campo, de unas cuatro hectáreas, situado en el cráter erosionado de un volcán, es, según los gestores del parque, el único yacimiento de diamantes en el mundo donde los turistas pueden excavar y llevarse a casa sus hallazgos. A cambio de una entrada de ocho dólares (unos 7.20 euros), cada quien puede probar suerte. Una atracción inusual en el suroeste rural y pobre de Arkansas.
El hallazgo de diamantes en el parque Crater of Diamonds no es algo raro. En 2015 fueron hallados 465 diamantes blancos, marrones y amarillos, y en lo que va de este año ya suman más de 300, aunque en su mayoría son muy pequeños. El diamante más grande jamás descubierto en Estados Unidos también fue hallado aquí, el "Uncle Sam", de 40.23 quilates.
En 1975, el texano W.W. Johnson halló durante unas vacaciones con su familia el diamante "Amarillo Starlight", que con 16.37 quilates es el más grande descubierto desde la inauguración del parque. Hasta el día de hoy hay un letrero con forma de pala que señala el lugar del hallazgo. El año pasado, una turista de Colorado, Bobbie Oskarson, saltó a los titulares de los periódicos por haber descubierto un diamante de 8.52 quilates.
"Dependiendo del tiempo y de cuán duro uno esté dispuesto a trabajar durante las vacaciones, hay varias posibilidades de hallar diamantes", asegura el vigilante del parque, Waymon Cox, que a diario introduce a los turistas en el arte de la búsqueda de diamantes. "Alrededor del 15 por ciento de nuestros diamantes, y algunos de los más grandes, se descubren buscando simplemente en la superficie. Tienen un brillo metálico, son redondos y pesan mucho para su tamaño. Busquen algo que brille desde cualquier ángulo visual", recomienda Cox.
Otro 15 por ciento de los diamantes aproximadamente fue hallado aplicando la técnica de "dry sifting" o colado en seco. Sin embargo, el método más exitoso es pasar por el colador la arena mojada, explica Cox, que inmediatamente muestra cómo funciona esta técnica. "Para esto necesitas al menos dos horas, una cubeta, dos coladores y una pala. Este es el mejor método para encontrar algo".
La tierra sacada del suelo con una pala hay que pasarla varias veces por el colador y girarla en uno de los quioscos de lavado que hay en el parque. Lo que quede se coloca en una mesa y se examina. "No lo hagan con sus dedos sino con una lima o una tarjeta de crédito, porque de lo contrario pierden los diamantes", advierte Cox. Quien por la noche ya no tenga tiempo suficiente para eximinar la grava puede llevarse a casa unos 20 kilos. El propio vigilante del parque ha descubierto ya tres diamantes, dos de ellos durante introducciones para los turistas.
Una mujer mayor del estado de Luisiana vestida de amarillo neón se arrastra por el campo. "Me gustan todo tipo de piedras y tengo una enorme colección. Ya es la cuarta vez que he venido aquí, pero aún no he encontrado diamantes, solo cuarzo. Cada vez que encuentro una piedra casi tengo que llorar y le doy las gracias a Dios. Un diamante sería el cielo en la tierra".
Mientras tanto, Gina Meyers sigue ordenando bajo el toldo con su tarjeta de crédito el montoncito de piedras. Aún no ha aparecido ningún diamante. "Poco a poco voy teniendo la sensación de que el diamante que me regaló mi esposo para la boda y que esta mañana deposité en la caja fuerte del hotel será el único que jamás haya tenido en mi vida".
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