Guadalajara, ciudad chica, pueblo grande.
¿Cómo no amar Guadalajara si desde la primera vez que visité esta ciudad mi vida se transformó? ¿Habrá sido el aire, el agua, la comida, la gente? No sé, pero algo me ayudó a despertar mi corazón.
Modernidad, vanguardia y lealtad a las tradiciones es la combinación perfecta para llamar a Guadalajara mi hogar. Gente cálida, amigable y amable me hace sentir en familia.
Detalles que parecieran insignificantes como cruzar la ciudad en 40 minutos; sí, toda la ciudad, o comer diario en mi casa -y por comer me refiero a llegar, cocinar, comer, lavar- son la diferencia en mi calidad de vida.
Más allá de obviedades que parecen banales, me enamoré de Guadalajara por la naturaleza, la comida, la cultura, la música y, claro, el clima. Salir sin suéter casi nueve meses del año, ir en sandalias a todas partes y mantener un bronceado parejo incluso en invierno son sólo algunas de las ventajas. De hecho, la mayor desventaja es que mis botas han conocido el polvo, las chamarras se han convertido en un estorbo y mis bufandas ahora huelen a humedad.
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Efecto del maravilloso clima es poder hacer actividades al aire libre en cualquier momento. Empezando por el bosque de los Colomos, literalmente un bosque en medio de la ciudad, a menos de 10 minutos de mi casa. Un lugar que , sin duda, se ha convertido en mi favorito para correr, caminar, meditar o, simplemente, para deleitar mis ojos y, así, engrandecer mi alma al ver y oler los árboles.
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