Caminar más de 100 kilómetros en tres días a través del desierto de Baja California es una hazaña, pero cada año son más las personas determinadas a lograr la Coast to Coast.
La expresión experiencia de vida siempre me ha incomodado, sobre todo por su uso indiscriminado para calificar cualquier actividad turística. Así que, cuando llegó la invitación a Traveler para vivir la travesía Baja Coast to Coast, una caminata de casi 111 kilómetros por Baja California que promete “un antes y un después” a las personas, dudé en aceptarla.
Para ser honesta, creí que se trataba de otro recorrido por el desierto pensado para viajeros de presupuestos holgados que pagan por “desconectarse” del mundo un par de días sin deshacerse de sus comodidades. No daré detalles por ahora, pero reconozco que pequé de soberbia e ignorante.
Un equipaje ligero para caminar from coast to coast
Así, con una idea vaga de lo que viviríamos, y con un equipaje ligero pero con lo necesario para caminar por el desierto, arribamos alrededor de las 7:30 a.m. a las oficinas en Mexicali de Adixion Tour. Desde hace seis años, esta empresa turística ofrece la travesía como se conoce hoy día, con hospedaje, equipo de campamento, preparación de alimentos, primeros auxilios y transporte.
Si bien la ruta se trazó hace 36 años, los primeros 24 se realizó de manera autosuficiente: cada caminante llevaba sus casas para acampar, comida y demás insumos, hasta que touroperadores como Adixion ofrecieron ciertas facilidades para hacerla accesible a todo tipo de excursionistas.
Tras registrarnos, conocer a parte del staff y a nuestros compañeros de aventura que, en esta ocasión, se trataba de más de 30 participantes repartidos en tres camionetas, salimos hacia la ciudad de San Felipe, a unas dos horas de Mexicali, para desayunar y encontrarnos con el grupo de Tijuana que se nos uniría a la travesía.
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Camino al desierto
Quienes conocen Mexicali saben que es una ciudad llana, con edificios bajos y que no destaca por sus maravillas naturales. Sin embargo, una vez que se emprende camino hacia el sur, el paisaje urbano cambia de manera radical y fascinante: carreteras que se pierden en el horizonte se rodean de matorrales, dunas de arena blanca y montañas no muy altas que corresponden a las sierras de Juárez y de San Pedro Mártir, hasta que al azul profundo del mar de Cortés se hace presente.
Al llegar a la ciudad portuaria de San Felipe, conocida como un “spa natural” por sus playas de arena dorada y marea baja, paramos en El Güero, un restaurante frente al malecón que ofrece, entre otros platillos, huevos al gusto, chilaquiles verdes y rojos, hot cakes y tostadas de camarón, pulpo y pescado.
Luego de tomar algunas fotos en el paseo marítimo, retomamos la carretera rumbo a San Luis Gonzaga para visitar el mirador El Huerfanito, a unas dos horas al sur. Este punto, una parada obligada para los amantes de las vistas panorámicas, debe su nombre a una isla solitaria que interrumpe la inmensidad del golfo de California.
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La oscuridad de la noche no espera
En el desierto, la oscuridad de la noche no espera. Así, pasadas las 5:00 p.m., lo que antes eran formas definidas alrededor de la autopista se convirtieron en sombras que acompañaron nuestro trayecto hasta San Luis Gonzaga y Nuevo Rosarito, donde nos abastecimos de papitas, semillas y una que otra bebida para compartir. Algunos enviaron los últimos mensajes a sus seres queridos, pero otros ya nos habíamos despedido horas antes; cualquier tipo de comunicación con el exterior no sería posible sino hasta el último día de travesía.
Al llegar al campamento de Adixion en playa Altamira, en la costa del Pacífico, las casas para acampar –que serían nuestro refugio por tres noches– estaban armadas. Solo esperamos a que se nos asignara una bolsa de dormir, un catre –si así se había solicitado– y se sirviera la cena: pasta a la boloñesa, puré de papa y ensalada verde, además de agua caliente para café y té.
Compartir alimentos, anécdotas y la emoción de realizar la travesía –y en el mejor de los casos, caminar los 111 kilómetros que nos separaban de bahía de los Ángeles, en el mar de Cortés– ayudó a que el ambiente de camaradería entre los participantes y el staff se hiciera latente. Así, con un cielo estrellado como testigo, y el frío nocturno que caracteriza al desierto, nos fuimos a la cama –o mejor dicho, al catre– para descansar.
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Que comience la travesía Coast to Coast
De playa Altamira a la misión de San Borja de Adac
Tras un desayuno a base de huevos, frijoles refritos, hot cakes y cereal, los caminantes nos reunimos en el kilómetro cero de la travesía. A los más experimentados se les veía confiados, con solo una pequeña mochila de hidratación, sombrero o gorra. Otros, con bastones de senderismo y backpacks un poco más grandes para llevar botanas, calcetas extra y un botiquín.
Alrededor de las 7:50 a.m., en una mañana fría de otoño frente al océano Pacífico, decenas de personas salimos hacia la misión de San Borja de Adac, a poco más de 50 kilómetros. A cada paso, la playa de guijarros se convertía en un camino de terracería rodeado de arbustos, árboles de Josué y algunas cactáceas.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco kilómetros, y a seguir, pero ahora a un costado de la carretera hasta llegar al kilómetro 15, el primer punto de “chiqueo” (mimos y cuidados).
Dispuestos a partir de aquí cada cinco kilómetros, estas paradas de hidratación y alimentación ofrecen agua simple, con electrolitos y fruta picada. Cerca de la mitad de la ruta, tenían sándwiches, tostadas de ceviche y cocteles de camarón. También cuentan con sillas plegables para descansar y servicio de primeros auxilios para aquellos con ampollas o torceduras.
Si bien el calor del mediodía ralentizaba el paso de algunos de nosotros, llegar hasta aquí fue fácil. Después del kilómetro 35, el último punto de chiqueo del día por cuestiones de logística, la historia sería otra.
Caminar, caminar y caminar
Rodeados de cirios colosales, biznagas y yucas, en un terreno con bancos de arena traicioneros donde más de uno dimos un mal paso, los participantes seguimos nuestro andar hacia la misión. Aunque la salida es en grupo, muchos tramos se recorren por completo solo; tus pensamientos, preocupaciones y achaques son los únicos compañeros que tendrás kilómetros a la redonda, además de un silencio sepulcral que solo se ve interrumpido por tus pisadas y alguna que otra ave carroñera, a menos que hayas preparado una lista de reproducción y sean tus canciones favoritas las que armonicen tu caminar.
Inmersos en el desierto, el azul de un cielo sin nubes dio paso en un santiamén a tonalidades naranjas y rojizas que, conforme se ocultaba el sol, se transformaron en lilas y púrpuras. Camina, camina, no dejes de caminar, que la noche no espera y pronto te alcanzará…
Al menos para mí, los últimos kilómetros hacia San Borja de Adac fueron eternos, pues el cansancio, una lesión en la rodilla a consecuencia de un resbalón y un par de ampollas provocaron que disminuyera el ritmo, sin mencionar que la arena, si bien amortigua los pasos, hace el andar más pesado, ya que te entierras y no puedes desplazarte con facilidad.
Detenerse no es opción
Esperar una barredora, la camioneta que remolcaba a los caminantes que, por una u otra razón, no pueden continuar, no es opción (estar en movimiento evita que te congeles). Por fortuna, y casi de manera espectral, apareció uno de estos transportes pasado el kilómetro 48, donde varios nos subimos porque simplemente no había poder humano que nos hiciera llegar al campamento.
La mente es poderosa, sin duda, pero para completar los casi 51 kilómetros del primer día no basta con mentalizarse. Es necesario entrenar con meses de anticipación, tener piernas fuertes, además de llevar un calzado óptimo –que dé soporte a pies y tobillos–, cambiar las calcetas cada que estas se humedezcan para evitar ampollas (si salen lesiones, curarlas lo antes posible) y, en el mejor de los casos, apoyarse con bastones para senderismo.
Estar acompañado, sobre todo cuando anochece, es lo mejor: el sendero está señalizado con flechas, pero la luz de dos lámparas frontales es mejor que solo una. Además, en caso de que necesites ayuda y no haya nadie del staff cerca, será mejor seguir junto a otro participante. Incluso compartir experiencias y motivarse entre varios ayuda a no rendirse.
De la misión de San Borja de Adac a Agua de Higuera
Tras forzarme a seguir pese a mi lesión “porque todo es mental”, necesité de los servicios médicos que ofrece Adixion. Por sugerencia de la paramédica, lo mejor era quedarme en el campamento el segundo día de la travesía.
El dolor en mi pierna y el frío de la noche agudizado por mi cabello húmedo –en este punto hay duchas y agua corriente para asearse e ir al baño– apenas me dejaron dormir, pero eso no me desanimó a conocer la misión de San Borja de Adac y, de paso, ser testigo de toda la maquinaria humana detrás de la travesía Baja Coast to Coast.
Construida por misioneros jesuitas en el siglo XVIII, en una región que la etnia de los cochimíes llamaba Ádac, que se traduce como “lugar de mezquites”, la misión de San Borja sirvió algunas décadas hasta ser abandonada alrededor de 1818. Los restos del edificio, como la iglesia, el cementerio y los cuartos misionales, son custodiados hoy día por una familia, la cual permite que viajeros como nosotros acampen frente a la misión y conozcan un poco del pasado de Baja California.
Después de dar un breve paseo por la construcción de adobe, desayunar y alistarse, la mayoría de los participantes salieron en dirección a Agua de Higuera. El resto nos quedamos a descansar el cuerpo y reposar las lesiones para retomar la caminata a la mañana siguiente.
Quedarnos nos hizo darnos cuenta de cómo el equipo de Adixion se encarga de desarmar casas de campaña, trasladar catres, bolsas para dormir y maletas. También recogen sillas y mesas, lavan platos y vasos, abastecen bidones, llenan cajas con frutas y alimentos para los puntos de chiqueo, y recogen cualquier tipo de desecho.
Llegar al campamento por otros medios
Alrededor de las 12:30 p.m., los no-caminantes partimos en una de las barredoras hacia Agua de Higuera. El recorrido se convirtió en una ruta todoterreno de casi tres horas, en el que gracias a la destreza de la conductora salimos de arroyos, ayudamos a otras camionetas atascadas, nos socorrieron, e incluso dio tiempo de tomar una siesta cuando el brincoteo dentro de la furgoneta se detuvo.
Para nuestra sorpresa, cuatro participantes ya se encontraban en el sitio donde acamparíamos esa noche. Con el transcurso de las horas, y mientras el staff armaba casas, los tres baños secos de los que disponíamos, movía pertenecías, desplegaba mesas y sillas, y preparaba la cena, los demás caminantes comenzaron a llegar: algunos remolcados por una de las barredoras, pero en su mayoría por su propio pie.
Luego de degustar un chop-suey delicioso, nos reunimos alrededor de la fogata para asar malvaviscos, convivir y entonar algunas canciones. “Puro cachanilla”, del compositor Antonio Valdez Herrera, que realza el gentilicio más usado para referirse a las personas oriundas de Mexicali, fue una de las favoritas de la velada.
Entre los participantes no solo había grupos de amigos, sino parejas como Adah y Erick, quienes se propusieron realizar esta caminata para “terminar bien el año”; Ana y Ángel, una madre y su hijo, o Santos y Daniel, quienes decidieron realizar la travesía solos.
De Agua de Higuera a Bahía de los Ángeles
Descansada, con vendaje nuevo y una rodillera que por fortuna eché en mi maleta “por cualquier cosa”, decidí caminar el tercer y último tramo de la travesía. Más allá de mentalizarse para llegar a la meta, hay que escuchar el cuerpo y detenerse cuando este te lo pide. Pan francés, huevo con chorizo y una buena dosis de cafeína para obtener energía e intentar recorrer los últimos 30 kilómetros.
A paso lento, y apoyada de un bastón para senderismo, caminé por una terracería hasta el primer punto de chiqueo que, en esta ocasión, se ubicaba a unos ocho kilómetros. La ruta continuaba a un costado de una carretera pavimentada y poco transitada que atravesaba el desierto.
Conforme avanzábamos, el calor del mediodía aumentaba. Y, para no lesionarnos más, algunos pedimos ser remolcados un tramo corto. La meta, que en algún punto del trayecto parecía inalcanzable, estaba más cerca.
Los últimos cinco kilómetros fueron los más emotivos: ver Bahía de los Ángeles desde lo alto de la colina parecía un espejismo, un regalo de la naturaleza tras días bajo el sol y con arena hasta en los pensamientos.
Kilómetro 110 a la vista
La marca del kilómetro 110, en la entrada al pueblo pesquero, anunciaba el fin de un reto físico y mental que no muchas personas se atreven a cumplir; una genuina experiencia de vida que te pone a prueba, te enseña a conocer tus límites y te lleva por paisajes que parecen sacados de la prehistoria.
Sin importar los kilómetros caminados, cruzar la marca de los 111 km en la playa de Bahía de los Ángeles, para luego sumergir los pies hinchados en las aguas del golfo de California, fue la mejor recompensa.
Tras una muy necesaria ducha en el hotel Villa Vitta, nos reunimos en el restaurante del alojamiento para compartir una cena buffet rica en mariscos y brindar por la hazaña lograda. Además, el equipo de Adixion entregó medallas y reconocimientos a todos los participantes. En esta ocasión, el caminante más joven apenas tenía 20 años, mientras que el de mayor edad superaba las siete décadas de vida.
Uno de los compañeros había completado su quinta travesía de ocho realizadas, por lo que recibió una condecoración especial y el aplauso de los asistentes. En esta ocasión, los caminantes provenían de Tijuana, Mexicali y otras ciudades de Baja California, así como de Guadalajara, Ciudad de México y Estados Unidos.
Si bien la caminata había concluido con éxito, aún faltaba una actividad para volver a casa: un paseo en bote por las islas de la bahía.
En el mar (de Cortés) la vida es más sabrosa
La travesía Baja Coast to Coast no estaría completa sin surcar el golfo de California a bordo de una sencilla pero poderosa lancha motorizada. En temporada, incluso es posible sumergirse en esta extensión del océano Pacífico y nadar en compañía del tiburón ballena.
Repartidos en tres botes y con chalecos salvavidas, parte del staff y de los caminantes disfrutamos de un paseo de unas cuatro horas por las islas de la bahía, como La Ventana, Calavera, Cerraja y Flecha.
Algunos decidieron echarse un clavado apenas las lanchas se detuvieron, otros simplemente nos sumergimos o metimos parte de nuestro cuerpo en el mar de Cortés que, gracias a los rayos del sol de mediodía, se sentía cálido. También atracamos en playa Pony, donde las olas del mar rompían frente a su arena dorada.
Después de mucho desierto y mar, con ampollas y lesiones, pero sobre todo, con la satisfacción de haber concluido la ruta, los participantes volvimos a casa.
La travesía Coast to Coast es más que tres días de senderismo por el desierto; es una hazaña que te lleva a conocer tus límites, a saber escuchar tu cuerpo, pero sobre todo, a disfrutar de las maravillas naturales de Baja California.
Karen Alfaro es redactora para las ediciones impresas de
Traveler y de National Geographic en Español.
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