La cola para ingresar al Palacio de Versalles se alarga conforme avanza el día. Particularmente en temporada alta, cuando el predio recibe hordas y hordas de personas que, asombradas, elevan la mirada para comerse las paredes con los ojos. Así, el sitio recibe hasta 15 millones de visitantes al año. Un porcentaje mínimo de ellos se adentra en los jardines de Versalles, que esconden uno de los laberintos arbolados más extensos del mundo.
Además de las 2 mil 300 habitaciones que Luis XIV mandó construir para sí mismo y su corte, documenta el Gobierno Francés, el Rey Sol decidió que su palacio tendría los jardines más vistosos de todo el Imperio. Es más, de todo Europa: quería que parte de los deleites de la vida en la nobleza fuera salir a cabalgar a lo largo de hectáreas interminables, adornadas con flores, frutos y otros deleites sutiles.
Lo más impresionante es que, entre el tumulto ruidoso de turistas que inundan el palacio, pocos deciden probar la experiencia con la que fantaseó Luis XIV durante décadas. Aunque para el rey de Francia hubiera parecido una blasfemia, hoy en día es gratis entrar a sus jardines majestuosos. Aquí te contamos cómo lograrlo.
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Luis XIV no era modesto. Tampoco era austero. Por ello, mandó llamar a los mejores escultores y paisajistas que había en el imperio para diseñar el jardín con el que se llenaría los ojos todos los días. El proyecto se le encomendó a André Le Nôtre, quien fue el jardinero oficial de la corte entre 1645 y 1700.
A su cargo, los jardines de Versalles se convirtieron en una experiencia museística. Además de adornarlos con las flores predilectas de la corona francesa, se empeñó en diseñar un recorrido escultórico que se conserva hasta la actualidad —uno de los más extensos y ricos en el mundo.
En total, la colección de esculturas al aire libre consta de 221 obras, que culminan con el Estanque de los Dragones: una fuente de 27 metros de alto adornada con figuras de oro puro. No es casualidad que, además del Salón de los Espejos y la Chapelle royale de Versailles, la UNESCO catalogó a los jardines de Versalles como Patrimonio de la Humanidad en 1979:
«[…] embellecido por sucesivas generaciones de arquitectos, escultores, decoradores y paisajistas, fue durante más de un siglo el modelo de palacio real por excelencia en toda Europa», según lo describe la institución en su portal oficial.
Dioses del Olimpo, querubines y héroes de la Antigüedad Clásica observan el cambio de estaciones conforme avanza el año. Muchas veces, en perfecta soledad: como los visitantes prefieren pasearse por los amplios pasillos al interior del palacio, se pierden del recorrido que sí realizaba la realeza en el siglo XVIII.
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María Antonieta estaría fascinada de pensar en que ahora los plebeyos sí comen pasteles desde los jardines de Versalles. O tal vez no, pero después de 387 años de haberse construido, este espacio está abierto al público de manera gratuita. Además del recorrido para ver las esculturas, es posible ingresar al Laberinto de Versalles.
Se trata de un laberinto hecho completamente de helechos. Le Nôtre lo planeó originalmente sin adornos, pero el paisajista Charles Perrault aconsejó al Rey Sol que lo vistiera con aún más esculturas. En total, el laberinto cuenta con 39 fuentes, que representan pasajes de las fábulas de Esopo.
Borbotones de agua salen de la boca de animales fantásticos. Perrault las diseñó emulando el diálogo entre los personajes mitológicos. En la actualidad, las fuentes siguen funcionando. De hecho, entre abril y octubre, las autoridades cobran la entrada para un espectáculo musical, en el que los chorros de agua se coordinan con música clásica.
Sin embargo, cuando no es temporada alta, los jardines de Versalles son de acceso libre. Si bien la gente no puede entrar en su caballo privado, es posible recorrerlos en bicicleta o a pie. En algunas ocasiones, el palacio renta coches de golf para quienes no disfrutan tanto de caminar. Hay quienes, incluso, llevan todo lo necesario para un día de picnic.
Y sí, desde ahí, es posible comer pastel.
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