El cóndor andino surca los cielos del Cañón del Colca cuando las temperaturas suben. Así vive una de las criaturas más emblemáticas de Sudamérica.
Las mañanas en el cañón son un espectáculo que transforma los riscos en un tapiz de luces y sombras. Así, con el favor de la Pachamama y un desayuno rico en proteínas para cargar energía, me dirijo a conocer de frente al guardián de la cordillera, un ser que, según la mitología inca, es el responsable de elevar cada día el astro solar sobre los cielos.
Con dos kilómetros y medio entre La Granja del Colca y el punto más visitado en todas las rutas del cañón, decido caminar por un sendero hasta la Cruz del Cóndor, un mirador donde cada mañana se puede ver surcar los aires a una de las criaturas más emblemáticas del país, a tan solo unos metros de distancia.
Especie amenazada, el cóndor andino es una de las mayores aves del planeta con una envergadura que supera los tres metros de largo, más de un metro de estatura y 10 kilogramos de peso.
Sus alas livianas les permiten volar cientos de kilómetros planeando y elevarse hasta los 7 mil metros gracias a las corrientes térmicas que usan cuando el sol calienta la superficie terrestre.
Sin embargo, al llegar al mirador aún es muy temprano y la temperatura no ha subido lo suficiente como para ver algún ejemplar. Las mujeres cabana apenas comienzan a colocar sus puestos de comida y artesanías en espera de los turistas, por lo que continúo con mi caminata por los senderos para descubrir otro tipo de fauna local como el colibrí gigante –de entre 20 y 25 centímetros de largo– y la vizcacha, un roedor nativo.
Una sombra surca el cielo
Tras media hora bajo un sol ardiente que pasa inadvertido por el frío viento de montaña (no olvides usar protector solar y manga larga o terminarás tostado), una sombra que pasa veloz sobre mi cabeza interrumpe el trance paisajístico en el que me encuentro, y entonces aparece el primer cóndor andino de la mañana.
Sus plumas blanquinegras, collar blanco y cresta revelan que se trata de un macho adulto; cuando vira y viene de regreso, pasa imponente a escasos cinco metros de la multitud creciente y perpleja ante la majestuosidad de su vuelo.
Uno tras otro, como auténticas aeronaves emplumadas, los ejemplares de cóndor andino salen de entre los desfiladeros a ritmo de torbellino y se elevan con las columnas térmicas hasta perderse en las alturas. Una vez culminado el festín fotográfico, espero al guía Gilber junto a la carretera para seguir con el recorrido en un vehículo de Autocolca.
Luego de unos 20 kilómetros en dirección a Chivay, una escultura plateada muestra un fornido guerrero inca derrotar a un soldado español. Es el monumento a Cahuide, un noble que defendió su fortaleza hasta la muerte durante la Conquista y que hoy marca la entrada al poblado de Maca, nombrado así por una planta nativa a la que se le atribuyen propiedades afrodisiacas. Pero más allá de entrar en calor, vale la pena quitárselo con una chicha o un helado de esta hierba amarga en el parque central, entre sus jardines y la fachada blanca de la Iglesia de Santa Ana de Maca, de 1759.
A lomo de yegua
La carretera continúa hasta cruzar el pueblo de Achoma y llegar a Yanque, una localidad conocida por su textilería collagua y actividades al aire libre. Al detenernos frente al templo barroco-mestizo de la Inmaculada Concepción –reconstruido en varias ocasiones por los terremotos–, una tropilla de caballos espera junto a la plaza bajo las órdenes de Wilbert Málaga, dueño de Cabalgatas Kgoriwayra, uno de los establos más populares de la zona.
A lomo de yegua, sigo por unas horas a este genuino vaquero andino a través de callejuelas antiguas, valles agrícolas, ruinas incas, terrazas de cultivo y laderas escarpadas hasta volver a todo galope a su caballeriza para compartir unas cervezas junto al corral.
Sin embargo, la experiencia ecuestre exige un respiro refrescante, así que me dirijo a las afueras de Yanque para navegar en un kayak de la empresa Roly Rafting Colca bajo la sombra del puente Cervantes, una construcción colonial de piedra volcánica que conecta los dos márgenes del cañón, a 20 metros de altura.
Sucumbir al descanso
En un tramo manso que permite remar con tranquilidad en las aguas frías del río, el desembarque se realiza al otro lado del puente para llegar a los Baños Termales de Chacapi, donde los visitantes, aseguran, alivian sus dolores y rejuvenecen su piel en pozas con aguas minerales a 45 °C.
Tras el sobresalto térmico, es justo volver al hotel para un saludable y vigorizador platillo montés antes de permitirle al cuerpo sucumbir ante el cansancio. A dormir temprano, pues la aventura de mañana demanda un esfuerzo madrugador para alcanzar uno de los sitios más surrealistas de la región. Por lo pronto, fuera luces.
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